-
Notifications
You must be signed in to change notification settings - Fork 1
/
nh0035.txt
7274 lines (3637 loc) · 833 KB
/
nh0035.txt
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
37
38
39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49
50
51
52
53
54
55
56
57
58
59
60
61
62
63
64
65
66
67
68
69
70
71
72
73
74
75
76
77
78
79
80
81
82
83
84
85
86
87
88
89
90
91
92
93
94
95
96
97
98
99
100
101
102
103
104
105
106
107
108
109
110
111
112
113
114
115
116
117
118
119
120
121
122
123
124
125
126
127
128
129
130
131
132
133
134
135
136
137
138
139
140
141
142
143
144
145
146
147
148
149
150
151
152
153
154
155
156
157
158
159
160
161
162
163
164
165
166
167
168
169
170
171
172
173
174
175
176
177
178
179
180
181
182
183
184
185
186
187
188
189
190
191
192
193
194
195
196
197
198
199
200
201
202
203
204
205
206
207
208
209
210
211
212
213
214
215
216
217
218
219
220
221
222
223
224
225
226
227
228
229
230
231
232
233
234
235
236
237
238
239
240
241
242
243
244
245
246
247
248
249
250
251
252
253
254
255
256
257
258
259
260
261
262
263
264
265
266
267
268
269
270
271
272
273
274
275
276
277
278
279
280
281
282
283
284
285
286
287
288
289
290
291
292
293
294
295
296
297
298
299
300
301
302
303
304
305
306
307
308
309
310
311
312
313
314
315
316
317
318
319
320
321
322
323
324
325
326
327
328
329
330
331
332
333
334
335
336
337
338
339
340
341
342
343
344
345
346
347
348
349
350
351
352
353
354
355
356
357
358
359
360
361
362
363
364
365
366
367
368
369
370
371
372
373
374
375
376
377
378
379
380
381
382
383
384
385
386
387
388
389
390
391
392
393
394
395
396
397
398
399
400
401
402
403
404
405
406
407
408
409
410
411
412
413
414
415
416
417
418
419
420
421
422
423
424
425
426
427
428
429
430
431
432
433
434
435
436
437
438
439
440
441
442
443
444
445
446
447
448
449
450
451
452
453
454
455
456
457
458
459
460
461
462
463
464
465
466
467
468
469
470
471
472
473
474
475
476
477
478
479
480
481
482
483
484
485
486
487
488
489
490
491
492
493
494
495
496
497
498
499
500
501
502
503
504
505
506
507
508
509
510
511
512
513
514
515
516
517
518
519
520
521
522
523
524
525
526
527
528
529
530
531
532
533
534
535
536
537
538
539
540
541
542
543
544
545
546
547
548
549
550
551
552
553
554
555
556
557
558
559
560
561
562
563
564
565
566
567
568
569
570
571
572
573
574
575
576
577
578
579
580
581
582
583
584
585
586
587
588
589
590
591
592
593
594
595
596
597
598
599
600
601
602
603
604
605
606
607
608
609
610
611
612
613
614
615
616
617
618
619
620
621
622
623
624
625
626
627
628
629
630
631
632
633
634
635
636
637
638
639
640
641
642
643
644
645
646
647
648
649
650
651
652
653
654
655
656
657
658
659
660
661
662
663
664
665
666
667
668
669
670
671
672
673
674
675
676
677
678
679
680
681
682
683
684
685
686
687
688
689
690
691
692
693
694
695
696
697
698
699
700
701
702
703
704
705
706
707
708
709
710
711
712
713
714
715
716
717
718
719
720
721
722
723
724
725
726
727
728
729
730
731
732
733
734
735
736
737
738
739
740
741
742
743
744
745
746
747
748
749
750
751
752
753
754
755
756
757
758
759
760
761
762
763
764
765
766
767
768
769
770
771
772
773
774
775
776
777
778
779
780
781
782
783
784
785
786
787
788
789
790
791
792
793
794
795
796
797
798
799
800
801
802
803
804
805
806
807
808
809
810
811
812
813
814
815
816
817
818
819
820
821
822
823
824
825
826
827
828
829
830
831
832
833
834
835
836
837
838
839
840
841
842
843
844
845
846
847
848
849
850
851
852
853
854
855
856
857
858
859
860
861
862
863
864
865
866
867
868
869
870
871
872
873
874
875
876
877
878
879
880
881
882
883
884
885
886
887
888
889
890
891
892
893
894
895
896
897
898
899
900
901
902
903
904
905
906
907
908
909
910
911
912
913
914
915
916
917
918
919
920
921
922
923
924
925
926
927
928
929
930
931
932
933
934
935
936
937
938
939
940
941
942
943
944
945
946
947
948
949
950
951
952
953
954
955
956
957
958
959
960
961
962
963
964
965
966
967
968
969
970
971
972
973
974
975
976
977
978
979
980
981
982
983
984
985
986
987
988
989
990
991
992
993
994
995
996
997
998
999
1000
no bien las carabelas de habían echado en el inquieto cargamento de bravos aventureros con que habían zarpado de las costas de , cuando ya resonó por el mundo la fama de las grandezas y de la opulencia de el .
decía se que montes de plata y ríos de oro cruzaban toda la tierra. las perlas y los brillantes, las esmeraldas y los rubíes esmaltaban todos los templos. el resplandor de los preciosos metales que adornaban los palacios de el y de sus grandes, llegaba hasta las playas de el mar de las , y conturbaba con sus vislumbres la fantasía anhelante de aquellos intrépidos avaros que las pisaban por la primera vez.
dotados de el orgullo que convenía a la nación más grande de la época, no había hazañas que tuvieran por ajenas de su temple, ni trabajos que no emprendieran para saciar la fiebre de las riquezas que enardecía su sangre. mimados de la fuerza, hermanos de leche de el arcabuz y de el mosquete, los tenientes de , adiestrados en el asalto y el saqueo de las ciudades de la , ardían por demoler con la cruz de hierro de sus espadas los templos de plata y los ídolos de oro de el opulento que se sentaba allá en las tierras interiores.
el ardor de el fanatismo y la codicia eran como el eje de las pasiones indomables y enérgicas que animaban a estos bravos desalmados y guerreros.
la había pasado siglos enteros en el seno de el , como la querida inocente y engalanada, que en el suave silencio de los bosques abandona sus encantos a un amante celoso y prepotente.
pero la hora de el rapto había sonado. la y habían triunfado de el poderoso guardián; y domando la braveza de sus enojos, le habían arrancado el secreto de sus encantos solitarios. ¡victoria inmensa cuyo glorioso recuerdo jamás agotarán los siglos!
¿quién podría mostrar me una fábula opulenta inventada por la fantasía de el más ardiente de los poetas, que rivalice en colores y prodigios con el descubrimiento y la conquista de el ? ni el séptimo cielo de , ni el terrenal de , hablaron a la imaginación de mayores profusiones ni de prestigios más deslumbrantes que los que irradiaba el y la corte de los en los días de la conquista.
el monarca que se sentaba bajo el centro mismo de la luz apoyando su cetro en lo empinado de los , parecía concretar en el mundo moderno las magnificencias tradicionales de los antiguos soberanos de y de . de las razas de y de , se rodeaba de el lujo de majestad de los viejos imperios de la , para adorar como ellos a el sol — origen de la luz y padre de los resplandores de la tierra.
el territorio que gobernaba era inmenso, y las riquezas que él derramaba a sus pies, inagotables. los pueblos que le obedecían eran infinitos, variados, mansos, industriosos, inteligentes; pero aunque ricos y civilizados, estaban desheredados de aquel rayo de porvenir y de vida eterna con que habían sido bendecidos desde el los que habían creído en la palabra de .
fugitivos quizá de las huestes de , o ruinas de algún otro trastorno de los que causan estas manos de hierro en el destino de las razas, habían venido a la tierra de su asilo condenados a ser devorados por los y los , herederos de la obra comenzada por aquel grande demoledor de el .
pocos años bastaron a la para ver colmada la gloria de sus anhelos. el le había entregado sus entrañas preñadas de riqueza. fabulosos, nunca vistos hasta entonces, atravesaban los mares en mil galeones para nutrir la prepotencia con que ceñía a el mundo entre sus secos brazos aquel fanático esqueleto de el , resucitado en y .
el despotismo regio y la perseverancia con que los discípulos de perseguían toda chispa de libertad en las ciencias y en las ideas, acabaron por postrar envilecido a los pies de el poder el espíritu de vigorosa aristocracia con que la nobleza española había aparecido en la madrugada de la historia moderna. las clases medias tan dichosamente preparadas para la industria y la política por sus fueros comunales, habían sido barridas de el suelo con su ilustración y con sus fábricas. una hermosa y adelantada agricultura cubría el suelo que había sido de los árabes; pero en aquella vegetación risueña, los frailes creyeron respirar el olor de la infidelidad y de la herejía, tomaron a escándalo los matices libres que el pensamiento de el cristiano puede tomar a el frente de el progreso y de la civilización, y le sostituyeron el desierto, haciendo que la mejor parte de españoles huyese a millones de la patria por el crimen de no pensar como sus opresores querían que se pensase.
de todos los gérmenes de grandeza con que la había salido a el mundo, no pudieron sobrevivir a esta política funesta sino sus instintos religiosos y su bravura militar. pero el espíritu de las tinieblas y la opresión habían hecho que el sentimiento religioso se convirtiera degradado en un fanatismo ciego y turbulento sin elevación y sin caridad; y su bravura militar, despojada de los principios morales que hacen de el hombre una criatura de amor y de orden, no sirvió en el soldado español de aquellos tiempos sino para despertar los instintos de la destrucción y las pasiones de el desorden, que engendran y fomentan las guerras de conquista. vencer, saquear y oprimir, era el lema de sus banderas. a medida que la se empobrecía, las poblaciones afluyeron a los campos de batalla y a los conventos, buscando el pan o la actividad a trueque de la esclavitud y de la guerra civil de que abnegaban. durante este retroceso de los elementos vitales de la sociedad, fue que sobrevino el suceso extraordinario de el descubrimiento y conquista de el . las masas de desvalidos que habían suplantado a los ricos comuneros de la , y el enjambre de ávidos cortesanos en que se había convertido la arrogante aristocracia, volvieron todos los ardores de su alma meridional a el dominio y la explotación de las tierras de oro.
un ejército de frailes fanáticos y crueles tomó en sus manos la cruz cristiana, y como si fuera un estandarte de sangre la hizo el símbolo de la guerra y de la conquista.
la dominación de el había puesto en las manos de los el poder de dar la fortuna, y de engrandecer con sus gracias a los súbditos de su corona. un empleo en era una patente de riquezas. el suelo patrio estaba plagado de pretendientes a quienes devoraba la sed de adquirir la: y a cada señal de la mano regia millares de nuevos aventureros se lanzaban, como halcones, con sus espadas a descubrir y conquistar nuevos centros de opulencia.
y tenaces como los antiguos romanos de quienes descendían, los soldados españoles dieron cima en pocos años a la empresa de .
los primeros desafueros de el triunfo fueron seguidos de turbulencias anárquicas y feroces en las que se cortaron las cabezas unos a otros sus caudillos.
pero serenados a el fin estos desórdenes resultantes de la avaricia y la ambición por la intervención administrativa de el despotismo real, las cosas tomaron su curso estable y ordinario.
la voluntad regia vino a ser el resorte central de toda aquella máquina; y a cada uno de los movimientos con que la impelía desbordaban los tesoros que ella arrojaba a los pies de el .
era así como el , bajo cuya mirada temblaban todas las naciones de el globo, no tenía mucho que cuidar se por los millones de escudos con que sostenía su prepotencia irresistible. la le daba con que oprimir a la y a la , palpitantes debajo de sus pies: conque postrar a la ; conque arrojar a el turco tras las fronteras de su barbarie; conque asolar las costas de el pirata berberisco, y hacer de la rica el arsenal de sus flotas y de sus legiones.
a el mencionar solo de la se pintaban la envidia y el terror en el rostro de los otros potentados: pocos le hacían frente, y por muy feliz se tenía el que la excusaba; pues tal era la grandeza de la española bajo sus dos primeros .
había sin embargo un pueblo que si bien no podía presentar escuadras a las escuadras españolas, ni ejércitos a los ejércitos, echaba encima de los galeones en que sus tesoros cruzaban el bandadas de rapaces y astutos gavilanes. los diestros pajarracos que se desprendían de las costas nebulosas de habían mostrado desde el principio una astucia prodigiosa para clavar sus uñas en los ricos bajeles de la . era en vano que se empeñara en espantar de las costas de sus dominios a los corsarios insolentes de . ellos cortaban a todas horas algún pedazo de su real manto, para ir a mostrar lo altivos en su nido, como un presagio de el día futuro en que los pueblos ofendidos por tan tiránica supremacía debían pisar sus girones como alfombra de sus pies.
tal era la situación de las cosas allá en los años de mil quinientos setenta y tantos, que es la época en que tuvo lugar la conseja que voy a referir.
las empresas de los corsarios ingleses se habían limitado en su principio a rapiñas hechas en el mar de los galeones que navegaban; pero, como su audacia no había llegado hasta atacar los establecimientos coloniales, se había gozado siempre en ellos de una inalterable tranquilidad. los que vivían en las costas de el parecían sobre todo a cubierto de toda perturbación; porque la navegación de el y el pasaje de el eran empresas que hasta entonces no había acometido sino uno que otro de los más célebres navegantes a costa de padecimientos y peligros infinitos.
empero, algunas veces los malditos herejes de habían puesto en duda el felicísimo reposo que gozaban estos países después de las degollaciones en que sucumbieron los primeros caudillos de la conquista.
el más famoso de todos los establecimientos coloniales que la tenía en la era la : las riquezas territoriales de que estaba rodeada, su hermosísimo clima, y la fama con que se había inaugurado en la historia de la por los nombres de los y los , la hicieron en muy poco tiempo la más rica prenda de el cetro español. la mayor parte de las familias que ocupaban en las primeras líneas de la sociedad estaban cercanamente emparentadas con la primera nobleza española, y habían venido a premiadas por las hazañas con que sus jefes se habían distinguido en los campos de o de la . el tono aristocrático dominaba en aquella nueva ciudad, poblada de opulentos empleados de las y de pródigos mineros a quienes obedecían como esclavos millares de negros y de indios que hacían parte de su caudal.
lima era a causa de todo esto un emporio de riquezas y de movimiento; y era quizás, después de , la única rival de los prestigios y de el lujo de entre las ciudades españolas.
poco hábiles los soldados españoles en las artes de la construcción y de la decoración, porque para ellos había dicho como para los :
« tibi erunt artes, pacis imponere morem» subjectis, et debellare superbos» levantaban por todas las calles de nuevos edificios de una perspectiva singular y grotesca.
había una obra, que entre todas las que se ejecutaban en aquel tiempo, era la que traía más alborotadas a las gentes de ; a saber la construcción de un espléndido puente de solidísimos materiales que echaban sobre el correntoso . un arco colosal señalaba las entradas de su rampa extensa, y cuatro enormes pilares sostenían su centro. el lugar que habían escogido para la obra no podía ser mejor dotado de bellísimas perspectivas: los y el mar dominaban con su adusta sublimidad, las formas principales de aquel cuadro matizado con las gracias risueñas de los fértiles valles y de los caprichosos picos de la montaña; el bullicio con que las corrientes agitadas de el río embestían los pedrones que tapizan su cauce, levantaba allí una de esas grandes e inexplicables armonías que son como el himno salvaje con que la naturaleza canta sus vastas soledades.
todas estas circunstancias hacían que aquel sitio formara por entonces el paseo predilecto de la elegante sociedad de .
los galanes currutacos recién llegados de se distinguían por el paso de corte, garboso y solemne con que andaban. acostumbrados a lucir se en los paseos y fiestas monacales de , hacían recibir en sus maneras como leyes de el buen tono; y como todos ellos eran, por lo regular, empleados en las rentas, raro habría sido que les faltase con que gozar en de una vida cómoda y lujosa.
uno de estos caballeros, vestido como era de uso en aquel siglo, con pluma sobre el sombrero, capa corta, jubón y calzas, todo de ricos tejidos de las , venía acercando se a los grupos reunidos a las orillas de el , y luciendo con su buen porte, una rica espada de cristiano y una lozana edad. era mozo que apenas pasaba de treinta años. a poco andar se encontró con un su amigo: reunieron se cariñosamente, y comenzaron a pasear se. el amigo, que se llamaba le dijo:
— no pensaba encontrar te hoy de paseo; creía que mañana se haría a la vela el buque, y te suponía muy ocupado en preparar te para el viaje.
— sí; lo estaba en efecto; y aún no he concluido. pero veía la tarde tan hermosa que no pude resignar me a perder la. suponía que habría mucha gente... ¿has visto por ahí a ?
— ¡hombre! sí: por aquel otro lado anda con la madre; pero te aconsejo que no te les acerques pues parecen que van rezando un rosario, tan serias y adustas llevan las caras; ¡y como la vieja es un pozo de devoción...! dicen que te casas muy pronto con la muchacha. ella es linda pero tiene un defecto que hará feliz a el que la pierda.
— ¡mientes! — le respondió indignado el otro —; no sé que placer te procura el calumniar así a esa pobre niña.
— no te enojes, ¡hombre!... te lo digo porque siendo criolla y siendo limeña sería un milagro que no fuese artera y coqueta. ¿no la ves? parece una palomita llena de miedo y de inocencia, y sin embargo yo te juro que es viva y ardiente como buena americana. te confieso, , que no sé lo que vas a hacer de ese mueble cuando vuelvas a la . la madre está empeñada en hacer la devota; pero el diablo me lleve siempre que la hija tenga mucha vocación para monja.
— mira, ; dejemos nos de bromas. no continúes hablando me de esa manera si quieres conservar mi amistad. te repito que no me gusta que nadie se meta así en mis cosas.
— ¿cuántas veces has hablado con ?
— una.
— ¿y cómo sabes que te quiere?
— como lo sabe un hidalgo de mi clase. su padre me la da por esposa, y te juro que yo sé como recibir la. si fuera cierto lo que tú dices de su natural, no te aflijas que ya sabré yo poner en orden las costumbres y las inclinaciones de la mujer que llegue a ser mía por la solemne bendición de nuestra . ¡o me voy, o hablamos de otra cosa!
— ¡sea! ¿qué noticias hay de la costa?
— ningunas: parece que la corte fue engañada. no se verifica el aviso que nos dio; no sé si lo recuerdas, hace algunos meses que se nos dijo de que aquel famoso aventurero inglés llamado , el feroz hereje que atacó ahora seis años las villas de y de , situadas a el otro lado de el , preparaba una nueva expedición sobre estas costas. nuestro salvador lo habrá hecho perecer, sin duda; librando nos de tan horrible calamidad.
— dios lo quiera ¿te acuerdas de el sermón que con ese motivo predicó nuestro padre ? célebre en su género, ¿no es cierto?
— ¡qué bruto es el tal fraile! era un montón de absurdos.
— sí, pero lo cierto es que produjo el efecto que se esperaba; no hay mujer ni zambo que no esté persuadido de que los buques de van tripulados de monstruos idénticos a el diablo que está a los pies de en la de los desamparados. ¡me parece que lo oyera todavía! con qué elocuencia y terrorismo el buen fraile nos pintaba los cuernos, la cola y la piel azufrada de los demonios que tripulaban los navíos de el hereje!
— ¡bien me acuerdo! mil veces estuvo tentado de sacar de el error a la madre de .
— estoy cierto que madre e hija creen a puño cerrado las barbaridades de el predicador. pero tú que empiezas a ser marido convendrás conmigo en que es bueno que así lo crean para bien de la moral pública. habrías hecho mal en decir les la menor cosa que las hubiese hecho dudar, pues desde que el lobo de tu futuro suegro no lo hacía, razones tendrá para ello.
— no hay duda.
— ¿has hablado alguna vez con la muchacha?
— si no supiera yo que tú has sido su pretendiente por algún tiempo, me admiraría tu tesón por hablar me de ella.
— pues sabe que te lo preguntaba porque sé, que apenas entras tú a la cuadra la echan para dentro.
— así a el menos lo hacían cada vez que tú hacías tu visita.
— y lo mismo hacen contigo.
— nada de extraño tendría, pues así lo exige el recato y la buena educación de una niña.
— y mucho más siendo hija de un padre que es un tipo de nuestros buenos viejos de ... tu futuro suegro es hombre raro de veras; y yo no viviría una hora con él: siempre serio y adusto, parece que nada mereciera sus simpatías. no recuerdo haber le visto una mirada afable para su mujer o para su hija. no te enojes; pero sabe que me han contado que te concedió la mano de su hija saliendo de misa, y que te dijo: « : he consultado con mi santo patrón si debo acceder a el deseo que me ha mostrado . de casar se con mi hija, y creo que él y serán propicios a ese enlace.» agregan que lleno tú de alegría le quisiste decir que tu amor por la muchacha era inmenso; y que él te tapó la boca con una furibunda peluca por haber le hablado de amor en la puerta de la .
— preciso es que se componga de tontos tu sociedad habitual para que pasen el tiempo en semejantes miserias.
— pues dicen más; y es que escondiendo tú la ira que te causara la insolencia de el viejo, diste un grande ejemplo de humildad a trueque de ser su interpósito heredero; que le tomaste la mano, y agachando te hasta el suelo le diste en ella un respetuoso beso... yo que te conozco puedo calcular toda la borrasca que contenías en tu alma... pero a el fin ¿a qué hemos venido a ? yo por mi parte, ( y lo mismo eres tú ) he venido a hacer fortuna para gozar la a mi modo cuando vuelva a : vivir como ese avaro de sería...
se paró seriamente enfadado y dijo:
— ¿por qué lado vas tú, ?...
— por el que vayas tú, le contestó riendo.
— ¿tengo yo la culpa de que hayan salido desairadas tus pretensiones en la casa de y , para que me hagas así el blanco de tu maledicencia?... sobre todo, habla como de cuanto quieras; pero no hables mal en mi presencia de mi jefe, porque eso dañaría mi fortuna y me vería obligado a delatar te. ¡ es un hombre irreprochable!
— ¿y quién dice que no lo sea? ¿crees tú que si no lo tuvieran por tal le habrían encargado de llevar caudales tan cuantiosos? cuando un hombre llega a tener una inmensa fortuna como la que él tiene, nadie se acuerda de como la adquirió, ni nadie sabe como la aumenta... ¡a otra cosa!, me dicen que el ( alias el ) ¡lleva a bordo como diez millones de escudos!, ¿tú debes saber lo?
— muy poco menos.
— ¡cáspita! ¿y las pipas de ese néctar admiten calador?... si lo admitiesen no sería el viaje una ruina para tu suegro ni para ti. yo supongo que el viejo, tratando se de su yerno, no sería a el lado de las bolsas tan mastín como es para los extraños... ¡se ha de ver apurado para cuidar a bordo de la hija, y de los caudales de el !
— ¡mira, , que tú te has hecho ya muy notable por la liviandad de tus palabras y de tu conducta!
— ¡ ! por más que hago no puedo conservar la máscara que tú llevas tan bien.
— el día que menos lo esperes has de tener algún disgusto serio y grave: no será extraño que hayan ido quejas a ; te tienen por libertino. en la casa de no te pueden ver, y me reprochan de cultivar tu relación; ¡ten cuidado!
a el mismo tiempo en que pronunciaba estas palabras, pasó raspando su brazo un bulto; que a juzgar por ciertas exterioridades, no podía menos de ser un ente humano. el modo con que iba cubierto, más bien diré su traje, era lo más extraordinario que se podía ver: de el rostro que lo llevaba no se veía más facción ni sobresalían otras formas, que la cabeza, la esfera posterior de el cuerpo y los pies. era, pues, un bulto metido en un saco angosto, y envuelto de tal modo que apenas se podía ver en su cara un ojo negro que brillaba con la energía y la viveza de el basilisco. sus pasos eran cortos y ligeros; sus movimientos maliciosos iban dando a entender que comprendía cuanto veía, y que conocía a cuantas personas encontraba. era, en fin, una tapada de las muchas que ya entonces cruzaban las calles y paseos de .
aunque no se sabe a punto fijo el origen de esta costumbre singular, hay cronistas antiguos ( el arcediano , entre ellos ) que dicen: que habiendo sido obligados los indígenas de el a abandonar la idolatría, tuvieron que salir de los claustros sus vestales; que resistiendo ellas a el principio andar descubiertas, y dejar se ver de el mundo, adoptaron un claustro personal que las hiciera tan invisibles detrás de él como las altas murallas de sus conventos.
quizá nace de tan santo origen el profundo e inviolable respeto con que se ha tratado hasta nuestros días a una tapada.
sin embargo, la costumbre, aunque hija de tan santo origen, se había corrompido; el hábito de las vestales, tenía infinidad de aficionadas; pero no las tenían tanto sus virtudes. desde aquellos tiempos ya tenía en alarma esta costumbre a muchos virtuosos prelados; y, sobre todo, a muchos padres de familia.
se trataba, pues, muy seriamente de reunir aquel gran , a el que el espíritu santo descendió para declarar abominable el eclipse total de las mujeres. la saya y manto, empero, se insurreccionó contra la ; y puesto que siguió con más ardor que nunca, es lícito presumir que sus suaves influjos lograron persuadir de su excelencia a los venerables prelados, que le habían hecho tanto asco antes de comprender la.
como íbamos diciendo, una de estas tapadas pasó raspando con y con ; y como llevaba aire tan suelto y espiritual, , le dijo:
— ¡adiós, perla!
— ¡sí! — le contestó ella —: será porque voy dentro la concha; pues en lo demás, no soy de las que se pescan, ¡caballero! , aconseje le a su amigo que no salga a el mar con perlas; porque los herejes son muy hábiles para pescar las, y las buscan con frenesí.
— ¡vaya! — dijo —, poco miedo les tendrías tú, ¡alma mía! a el sacar te la costra que llevas no te harían mucho mal ¿no es cierto? ¡te volverían a tu padre ( el sol ) y nada más!
— ¡cómo no fuera a el sol de me daría la enhorabuena!
— ¿hacia donde vas, estrella tan nublada?
— ¿le han dado a empleo en la ? ¡pluguiera a ! para que pudiera saber por medio de el tormento lo que piensa de su casamiento con ¡le ama a que es horror!
a el decir esto, soltó una espiritual y maliciosa carcajada; y como los dos amigos la habían ido siguiendo mientras la hablaban, ella apresuró el paso, se enredó entre los grupos de gentes que ocupaban las basas de el futuro puente, y logró perder se entre la multitud.
miró con ironía a ; pero comprendiendo que el malicioso dicho de la tapada lo tenía preocupado y de mal humor, guardó silencio caminando a su lado.
empezaba ya a hacer se de noche. la ciudad de , sobre todo la plaza, comenzaba a presentar aquella escena animadísima que se repite todas las noches hasta el presente. la gente que venía de el puente podía ver las filas de teas ardiendo que fileteaba los portales; y allí, el alegre y bullicioso hablar de las negras y negros, el chirriar de la grasa hirviendo que preparaban para las frituras, la afluencia de los compradores, y la diversidad de las castas, pues mezcladas andaban el altivo castellano con el cargado y francote catalán; el tosco gallego con el insolente y afeminado zambo, el ardiente negro con el indio humillado. lima empezaba ya a ser entonces la famosa americana.
los dos amigos que conocemos, se retiraban callados por en medio de esta escena de alboroto. lo que iba a hacer el uno, nada nos importa por ahora para que nos tomemos el trabajo de seguir lo; el otro, , se fue a recoger; pues muy de madrugada debía salir a embarcar se en el , navío cargado de el oro que mandaban a el por vía de .
el encargado de este caudal era , padre de , quien llevaba también consigo a su familia. le acompañaba como empleado en rentas, colocado a su lado por el para que le sirviera de oficial. le dejaremos, pues, dormir, o cavilar, hasta mañana, para seguir lo en las aventuras que pasaron por él desde que se embarcó con la familia de el adusto y respetable viejo de quien iba a ser yerno.
la noche en que hemos dejado a nuestros dos conocidos fue seguida de uno de aquellos días tan comunes en que tienen un no sé qué de suave y melancólico con que hablan a el alma el lenguaje interno de el sentimiento. el cielo tenía por delante un telón trasparente de nubes tupidas y delgadas que no permitía a el ojo de el hombre penetrar hasta el centro de el espacio, ni agitar se en medio de su vasta sublimidad.
una luz modesta y amortiguada comenzaba a blanquear todos los objetos, y hacía salir de el seno de la oscuridad el panorama natural que rodea a la ciudad, cuando , abriendo las rojas colgaduras de damasco que cerraban su muelle lecho, saltó de él y comenzó a vestir se a toda prisa. gritó a su criado; le ordenó cargar las mulas con su equipaje, ensillar sus caballos, y tener lo todo pronto para el momento de marchar a juntar se con la familia de y .
en toda la noche no había podido pegar sus ojos el joven español. ya fueran las agitadas emociones, las cavilosas dudas, los fantásticos proyectos que suscita un viaje; ya, la ansiedad que producía en su corazón la circunstancia de ir en el mismo buque que él, donde, por consiguiente, no podía menos de tener ocasiones frecuentes de hablar la; ya, otras mil ideas risueñas, o alarmantes, de las que, aun hoy que se halla tan adelantado el arte de la navegación, asaltan sin poderío remediar a el hombre que se entrega a el mar en medio de un tejido de maderos, el hecho es, que el señor no había podido pegar sus ojos, como se dice. un mundo fantástico había venido a cada instante a llamar sobre sus párpados, obligando los a una vigilia continuada.
entre las muchísimas cosas que atravesaban su imaginación, había una que sin poder lo él evitar, se mezclaba con todas las otras: a el menos, todas las otras venían a terminar con poner se la por delante; y si nuestros lectores no se han olvidado de la tapada de el puente, les será fácil adivinar que esta maliciosa criatura era la que con sus preñados dichos tenía en tan completa alarma el ánimo de aquel novio. él se decía: «¿cómo supo esa bruja que no me quiere, cuando ni yo mismo lo puedo sospechar? ¿tendría acaso esa niña relaciones con esa laya de gente? ¿tendrá confidencias? ¡oh! ¡imposible! la austeridad y vigilancia de sus padres no le dejarían lugar para ello, aun cuando fuese tan liviana que no concibiera toda la impropiedad y la indecencia de semejantes amistades. no hay más sino que esa bruja me ha querido alarmar: ha querido, por malignidad, hacer me una herida de donde destilara sangre ¡perversa!» concluía en esto de poner se su capa y espada de viaje. abrió su puerta; dio sus órdenes a el criado, y se puso sobre los lomos de un rocín manso y tranquilo, en cuyos ojos amortiguados se conocía que había olvidado aun el andar de galope, sostituyendo lo con el tino necesario, para no descuidar se jamás con el equilibrio de las piernas de su amo. ni más ni menos que el que lleva un cántaro de agua sobre su cabeza, marchaba aquel caballo con aquel tan poco caballero.
el novio, , se puso pues en camino de esta suerte, dirigiendo se a la casa de y , su futuro suegro.
en la anchísima puerta de esta casa se hallaban ya dos literas de viaje, enormes y preciosas. claro es que cuando digo preciosas hablo con referencia a el tiempo en que se usaban; porque las modas pasadas son como las viejas, cuya belleza es incomprensible para quien no las conoció en el auge de su juventud. las literas de que hablamos eran de las que entonces se llamaban en . eran estos unos muebles que puestos a las puertas de una casa constituían un rótulo de nobleza y de lujo. nadie podría hoy concebir cuantos esfuerzos de arte habían contribuido a su construcción. su aspecto era, tomado en globo, un busto de nuestros dos buenos reyes ab initio y el segundo: parecía pues todo el carruaje un perfil frentudo, sumido en el medio, seco y chupado en los carrillos, que terminaba por una barba atrevida y puntiaguda en dirección a la frente.
la inquisición no dejaba de tener derecho, si se quiere, para reclamar como propia alguna de las faccioncillas de los tales balancines. algo tenían a el menos de el hábito dominico con su parte superior pintada de negro, y de hermoso blanco con dorados la inferior. cuatro agujerillos a guisa de ventanas, guarnecidos de fuertes cristales permitían espiar de adentro como desde un confesonario, el mundo de los vivos: bajo cuyas faces eran una encarnación ( como diría un romántico de buena fe ) de el espíritu de virtudes monacales que dominaban en aquella época feliz de paz y benévola quietud.
los balancines de los ricos estaban forrados por dentro de riquísimo brocado de seda estampado con labores finísimas y brillantes representando las batallas de el contra los moros; los autos de fe de el ; las degollaciones de herejes de el duque de , y mil otras grandes tradiciones de la raza española. pero la escena que más preferencia tenía era el pesando en su balanza el mérito de las ánimas, y haciendo derrumbar entre las llamas de el infierno a las que no eran bastante livianas para subir a el cielo: repito que por dentro y por fuera eran los dichosos balancines una expresión de la ; y como quien dice una literatura. ¡eran de ver se por defuera las pinturas y los bordados, las alegorías y los emblemas, los escudos y las guarniciones! pero como me sería imposible acabar de describir los, si hubiera de ocupar me menudamente de todos sus curiosos accidentes, concluiré ( eso es lo mejor dirá el lector ) por decir que todo el techo estaba fileteado de finas campanillas de plata y oro, lo mismo que lo estaban los arreos de las mulas que los tiraban. era así como a el mover se una de estas andantes orquestas, conturbaba el aire el bullicioso tintineo, que era para los oídos de el fastuoso dueño la dulce sinfonía de el orgullo.
dos literas, pues, como estas, eran las que se hallaban a la puerta de la espaciosa casa de y , de los situados de el . un par de vigorosas mulas estaba atado a cada una; y una docena de peones se ocupaban en acomodar en otras mulas las cargas de el equipaje, para empezar a andar, cuando se mostró sobre su jaca el garboso .
había junto a las literas dos interesantísimas mujeres, que mostraban en su aire grande satisfacción y grande alegría. veía se bien claro que aquellas dos niñas se hallaban en una de esas situaciones de excepción que a la vez que animan el genio, aflojan la tirantez de los vínculos que suelen atar a los miembros inferiores de una familia: el alboroto y la agitación de el acomodo habían producido aquel descuido tan natural en tales circunstancias, y los padres de la casa no habían pensando en vedar la puerta de calle a la señorita , hija única de , ni a una preciosa y astuta zamba que era la compañera de años y de emociones de la niña. ellas se habían aprovechado de esta rara ocasión para tomar la puerta por suya, y hacer brincar sus fantasías con sus miradas sobre todo lo que las rodeaba.
ambas eran espirituales y picantes. eran limeñas; y en cuanto a gracia y talento, todo está dicho con esto.
era una joven de diez y siete años. con verdad puede decir se que su rostro no presentaba ninguno de aquellos rasgos fuertes y pronunciados de la belleza, que le dan el sello de la altivez. pero no era menos cierto que de el conjunto de su figura traspiraba un ambiente de candor, y de astucia tan indefiniblemente mezclados, un aire de voluptuosidad suave y de viva inteligencia, que hacían de la niña una tierna criatura llena de promesas de amor y de abnegación. tenía lo que llamamos en un lindo cuerpo: de su cintura suelta y delgada se desprendían las formas más redondas y más airosas que se pueden imaginar. su pecho saliente y abovedado sostenía un cuello torneado y esbelto, coronado por la bella cabeza, que, inclinada un tanto a el lado izquierdo, completaba el aire extraordinario de gracia modesta que dominaba en su figura encantadora.
ha dicho que las bellezas de el rostro humano consisten en las combinaciones de la línea curva. que esto sea o no cierto, el hecho es que las facciones de eran casi todas ovaladas y bellas.
su tez no era blanca: era más bien de un color sombreado pálido. sus ojos eran negros, grandes y vivos: el brillo de su mirada se hallaba realzado por dos de esas melancólicas y misteriosas sombras que llamamos ojeras, y que tan profunda y tan ardiente ternura dan a el ojo de la mujer bella. tenía una nariz muy fina graciosamente ondulada desde su arranque. la boca era pequeña. sus labios un poco gruesos y notables; pero como eran cortos y de el tinte de la rosa, servían a el mayor esplendor de la fisonomía.
si toda esta figura se coloca sobre dos pies pequeños y recogidos de una rectitud perfecta, habrá concebido el lector una idea aproximada de la figura de mujer que llevaba en el mundo .
hemos dicho, que viva, sagaz y alegre como esta, era una joven zamba que estaba en la puerta parada con ella. esta joven criada seguía todos los movimientos de su señorita: le hacía caricias, le daba besos con un cariño delicioso, le tomaba las manos, y la hacía reír con mil dichos graciosos y picantes que brotaban de su ingeniosa imaginación. su tez era oscura, pero unida y abrillantada; cobriza, pero finísima y delicada: dos ojos preciosos y penetrantes daban una animación particular a su semblante: todas las demás facciones eran agudas y afiladas como su carácter; y como tenía habitualmente sobre su semblante una sonrisa astuta y maligna, no podía mirar se le a la cara sin notar se le a el momento las dos filas estrechas y perfectamente iguales, que formaban sus blancos y lindísimos dientes; accidente que daba a esa sonrisa una gracia incomparable. acababa esta interesante criatura de bajar con un ligero salto de el umbral a la vereda, cuando mirando a lo largo de la calle exclamó:
— ¡guay! señorita, allá viene el novio de su merced.
— ¿quién?... — dijo sorprendida.
— , señorita; mire lo su merced, viene sobre el caballo dando cabezadas a los dos lados, como las balanzas de la pulpería.
— ¡entremos nos! — dijo la niña agitada.
— ¡no, señorita! veamos lo que nos dice: hable lo su merced de las tapadas que andan por el puente. ¡no! ¡mejor es que yo le saque la conversación!
— ¡no! ¡no!... puede sospechar algo de la pobre . mira que los españoles son desconfiados y sagaces; y si tatita o mamita llegaran a saber algo meterían a de cocinera en un convento de monjas.
— ¡rico chuspe comerían las madres!... — dijo la zamba con donaire.
— ¡entremos nos!
— ¡no, señorita! — le respondía la gentil muchacha con una voz insinuante y cariñosa —: esperemos a su novio para ver como nos saluda y qué nos dice.
estaban ambas en esta lucha, cuando se acercaba. obedeciendo a un impulso natural en su caso se apuraba para llegar; pero no podía vencer cierta turbación que de más en más le ganaba quitando le toda seguridad de sí mismo.
había tomado su aire de costumbre, encogido y un tanto mojigato. vacilaba entre disparar para adentro, y quedar se en la puerta arrostrando los cumplimientos y requiebros de su futuro; y la zamba traviesa gozaba infinito con la situación desabrida de ambos novios.
las circunstancias de el encuentro eran ya tan urgentes que tuvo apenas tiempo para decir a su criada:
— ¡por ! ¡no le hables de la tapada!
y sin poder resistir más, se dio vuelta y corrió para adentro. sonaron en esto las llaves y pasadores de una puerta y apareció, serio y taciturno, seguido de su devota costilla.
— ¡ ! — dijo esta con imperio.
— ¡señora! — contestó la niña con una voz insinuante e hipocritona.
— ¿qué hacías en la puerta de calle, niña?...
— la esperaba a , mamita.
— ¿y ?
— ahí esta.
— ¡que se entre a el instante!
llegaba a el mismo tiempo, y a el ver a toda la familia en el patio, se desmontó y se reunió a ella cuando empezaba a rezar en coro una oración, pidiendo a su ayuda para el viaje. concluida la plegaria se santiguaron todos, y subieron a los balancines, remontando se a su jaca nuestro novio.
iba en el primer balancín con su hija; y en el segundo iba su mujer con sentada a sus pies.
como el camino que tenían que hacer era tan corto, no es extraño que nada les sucediese en él digno de referir se: nos contentaremos, pues, con decir que después de haber andado los dos balancines bamboleando sobre las piedras que lo cubren, y de haber hecho sonar a cada barquinazo sus numerosas campanillas, llegaron a el , donde ya eran esperados por el capitán de el que ardía por hacer se a la vela en el momento. pocas horas después estaban ya todos a bordo: levantadas las anclas desplegaron se las velas, y el comenzó a ver correr sobre su izquierda las islas de , mientras que su proa cortaba las aguas de el con dirección a el noroeste.
( que así se llamaba la digna mujer de ) se mareó a el momento, por lo que no pudo practicar aquellas largas y repetidas oraciones con que tanto ocupaba las horas de toda su familia.
no había logrado en los primeros días ver realizadas sus halagüeñas esperanzas de conversación y acomodamiento con su futura esposa; porque lo había tenido siempre sobre los libros de cuentas, trabajando con aquella constancia imperturbable y nimia prolijidad, de uno de aquellos viejos españoles, que, cuando llegaban a sentar se con algún poder sobre una alma joven, la trataban como una piedra de molino trata a los granos de trigo.
era así como y su interesante zamba gozaban en el mar de una libertad que hasta entonces no habían conocido; y como no había que temer la puerta de la calle, ni la ventana, ni los galanteadores, ni las guiñadas, ni las esquelas, ni los recados, esa libertad les era tácitamente permitida por sus mismos guardadores.
tres días hacía que andaban así las cosas, y ya empezaba a anunciar se la noche de el cuarto día, cuando ocurrieron los sucesos que vamos a referir.
aunque no había oscurecido aún, sin embargo, la luna se mostraba en el oriente perfectamente clara, y con aquel color plateado y puro que la luz de el día desfalleciente imprime sobre su disco. estaba en cama muy afectada siempre de su cabeza. y trabajaban como de costumbre en sus arreglos de partidas y de cuentas. y su zamba comenzaban a aburrir se ya, y a sentir aquel monótono desfallecimiento, aquel tranquilo desgano que un viaje de mar infunde siempre. para ellas, habían perdido toda su novedad las ballenas y las gaviotas; y el triángulo espumoso de la proa no fijaba, como a el principio, los lindos ojos de aquel par de bellas.
resignadas a el fastidio, contemplaban la inmensa bóveda de el cielo, y seguían los pliegues con que el viento se insinuaba en las altas velas de el navío: porque este era el único cuadro sobre que podían fijar su vista.
había junto a la entrada de la cámara un banco. , vestida de blanco, estaba sentada en él, echada a sus pies, reclinaba la cabeza en las muelles rodillas de su amita.
apareció en estos momentos, con paso liviano y cauteloso, como escapado de la cámara, el caballero , novio presunto de . bastaba mirar le su semblante para conocer que su corazón latía más aprisa que de costumbre; algo de conturbado y de trémulo tenía en todos sus miembros, y no bien fijó sus ojos en la niña, que seguía reclinada sobre un codo con un abandono encantador, cuando se puso encendido como un niño que empieza a sentir los primeros sonrojos que ocasiona la sociedad de las mujeres.
era indisputable que estaba enamorado, que la mudez misma a que había sujetado su pasión, le había dado intensidad.
reventando de desesperación a el ver que los días pasaban unos tras otro sin que él se hubiese hecho comprender de su bella; indignado de su falta de valor para sobreponer se a su propia timidez, se había creído un héroe por un momento y había resuelto subir a declarar se a ; pero no bien había puesto el pie en el primer escalón cuando un temblor involuntario se había apoderado de sus miembros confundiendo todas sus ideas, y le había quitado el uso fácil de la palabra. vaciló en su marcha, se dirigió a la borda de el buque, y como si se hubiese repuesto con un esfuerzo de voluntad, vino tímido como un perdiguero a sentar se a el lado de su ídolo.
esta se enderezó y compuso los vestidos con toda la maestrísima astucia que una niña de diez y seis años sabe desplegar en las luchas de un amor que no ha avasallado todavía.
se levantó entonces con una finísima sonrisa y como no había tenido tiempo de lanzar su epigrama favorito, fue a recostar se en la borda fingiendo una prudencia preñada de ironía.
tomó ventaja de la indecisión que dominaba a :
— usted querrá estar solo, le dijo levantando se con gentileza.
pero , que con este ademán se vio amenazado de un golpe mortal para las caras ilusiones con que había subido, le tomó desesperado la mano ( en los tiempos antiguos se enamoraba por las manos como en los tiempos modernos ) y le dijo balbuciente:
— ¡solo! ¡no, señorita! ¡la soledad me mataría! he venido para hablar con usted: ¡no me deje usted solo por !
las pasiones verdaderas tienen siempre su prestigio momentáneo que las hace irresistibles; y se sintió vencida en su misma indiferencia por aquel arranque de el sentimiento sincero de su prometido, retiró su mano con pudor y se volvió a sentar afectada y confundida ella también.
si hubiese sido uno de aquellos galanes avezados en el arte de el querer, este era el momento supremo para decidir la suerte a su favor; el alma de la mujer a quien amaba estaba como muchas veces suele estar el alma de las demás mujeres, en el estado de la cera pronta a recibir la impresión que el artista quiera dar le.
pero no era artista, y su amor inexperimentado no podía luchar contra la indiferencia innata con que el corazón de reflejaba su persona. había vuelto a caer en la parálisis de el sentimiento puro, y no sabía por donde empezar.
— ¡qué hermosa es aquella estrella! — fue lo único que se le ocurrió decir después de un rato de silencio, señalando a el planeta que brillaba sobre el horizonte.
volviendo se hacia él le dijo desde la borda.
— pero si usted se descuida, señor, ¡va pronto a entrar se!
y bastaron estas palabras dichas con mucha malicia para que se viese acometida de una risa convulsiva que persistió a pesar de sus esfuerzos por contener la, y que no era sino una reacción natural de la sorpresa y de la emoción nueva que por un momento la había dominado.
— qué cruel es usted, , en reir se así de mí, le dijo con humildad.
— ¡ay, señor! ¡no crea usted, por , que me río de usted! — le dijo la niña con una seriedad forzada —, ni yo misma sé de lo que me río.
— ¡se ríe usted, porque no me ama! pero si usted supiera lo que yo siento por usted; si usted supiera que la vida me sería aborrecible si no tuviera la esperanza de que usted me ame cuando conozca todo el ardor de la pasión que me hace su esclavo, estaría usted no risueña sino trémula y perdida como yo estoy.
se quedó callada por unos instantes inclinando su bellísima cabeza sobre el tumente seno; y la devoraba tímidamente con sus miradas. pero ella que veía a por las espaldas sacudir se de risa también, le dijo con la misma inclinación a el reír mal sofocada.
— ¡deje me usted reír, por ! no sé que hacer si no me río.
— bien, señorita: ría se usted; pero cuando usted acabe tenga usted la caridad de contestar me una palabra. ¡no me la niegue usted! ¡sea usted buena conmigo que tanto sufro por usted! ¿ha pensado usted en que estamos destinados a unir nuestros destinos para siempre por medio de el amor?
— : mi padre me lo ha dicho; pero le he visto a usted tan pocas veces: tengo tan poca confianza con usted, que debo confesar le que hasta ahora no he querido cavilar en lo que usted me indica. y la niña se reía a más reír a el ir diciendo estas palabras.
— pero si usted me amase se sentiría usted atraída hacia mí.
— ¡ah! ¡eso no! — dijo con viveza; y reponiendo se a el momento agregó —: pero no lo extrañe usted; me habla de cosas que son desconocidas; y volvía a reir se.
— tengo que retirar me, ; dijo entonces con tristeza, porque su taíta de usted me espera; y me voy con el desconsuelo de saber ya de cierto que le soy a usted indiferente. a el decir estas palabras se levantó despechado, y bajando la escalera de la cámara dijo con los rasgos convulsivos de la cólera sobre su rostro: — ¡coqueta! — y con el mirar torbo de sus ojos parecía decir «¡día vendrá en que cambiarás tu risa por el miedo!»
cuando vio a retirar se se sintió aliviada y oprimida a el mismo tiempo. tenía un secreto pesar de haber ofendido, tal vez, a un hombre que le había significado tanto amor, tanta bondad y tanta resignación.
pero vino en aquel mismo momento y deshecha en carcajadas de risa dejó caer su negra cabeza entre las delicadas faldas de la niña.
esta sin embargo ya no podía reir se con la misma espontaneidad; algo de serio había pasado por su alma que la ponía pensativa; y no pudo menos que decir a con cierto tono indefinible de súplica: — no rías así, ¡por ! ¡este hombre me ha dejado afectada!
— ¡guay, señorita! — le dijo la zamba con admiración — ¿cómo es eso?
— sí, , te lo confieso; este hombre me ha dejado llena de lástima o de miedo, ¡no sé lo que es!
— ¿y , señorita; qué diría si la oyese a usted hablar así?
— ¡no lo sé! pero en lo que me acaba de pasar hay algo de grave que ha cambiado mi modo de ver las cosas, y me está pareciendo juego de niños el cariño de .
— tate... pues, niña, ya veo que el viaje va a dar nos que contar.
— hace tiempo que lo he dicho: el me ha estado amonestando en las confesiones que ponga mis ojos en : que y mis padres me lo destinan para señor de mi alma y de mi vida; y tú sabes las durezas de que ha sido víctima mi primo . este hombre, , dice que me ama. dios, mi confesor, mis padres, me mandan ser suya; y sin embargo tú ves la humildad con que me ha hablado. ¡te juro que no sé lo que me pasa! yo siento que el cariño con que miraba a no me da fuerzas bastantes para resistir a ; y además, acabo de comprender que no le tengo repugnancia, dijo con resolución.
— pues, señorita: ¡eso y empezar lo a amar es todo una misma cosa! — dijo despechada.
las dos bellas se quedaron absorbidas en un profundo silencio después de estas palabras.
fue quien a el fin lo rompió, diciendo como para tener pretexto de conversar.
— ¿sabe, señorita, que sería chasco que nos encontrásemos con los herejes?... si, como dicen, son hijos de el diablo y tienen su propia figura, no se les ha de ocultar que este barco lleva muchísima plata. ¿y si vienen, quién nos defiende?... ¡madre mía de el !... si trajésemos un padre, ya sería otra cosa; porque él los conjuraría. pero aquí venimos desamparadas; y por lo que he visto este capitán y esta gente no han de estar muy bien con .
— ¡no digas eso, !
— ¿cómo no lo he de decir?... a mí me parece que nuestro capitán y sus marineros son tan herejes y judíos como los mismos herejes. ¿no oyó su merced las maldiciones que echaba ese bruto el otro día, cuando el marinero que estaba sobre aquel palo no podía recoger pronto la vela? yo no había oído jamás una boca más mala; si lo hubiera oído el amo o la señora no nos hubieran dejado subir más a tomar el aire.
— esta gente siempre es torpe, ; y si así son los cristianos ¿cómo serán los herejes? ¡yo me moriría si tuviese que ver los! ¿de qué andarán vestidos, eh? que cosa tan horrible serán; y dicen que no hablan; que son como los animales, que solo entre ellos se entienden, y que se comen a la gente.
— ¿y sus buques, señorita, serán como este?
— ¡no, mujer! ¡cómo han de ser! ¿cómo te figuras que los buques de cristianos hayan de ser como los de los herejes?
— ¿y quién es el de los herejes, niña?
— ¡quién sabe! el otro día le oí decir a tatita que era una mujer muy enemiga de nuestro rey: una judía que anda como los hombres montada a caballo, y en la guerra; que mata a muchos de sus súbditos y que ha degollado a una reina preciosa y buenísima, porque era cristiana. pero no sé como se llama.
— se llama ( dijo alguno por detrás de ellas con una voz tosca y un acento conocidamente portugués ) y es fiera como el diablo.
las dos muchachas miraron hacia atrás sobresaltadas, y se encontraron con un marinero que manejaba el timón, y que a el decir las palabras que quedan escritas, tenía clavados sus ojos en las velas como si esto fuera lo único que lo preocupara.
— ¿y usted la conoce? — le preguntó con desembarazo.
— ¡no! pero la conoce un hermano mío, marinero como yo, que estuvo prisionero mucho tiempo en .
— ¿y usted ha visto herejes? — le preguntó .
— ¡de cerca, no! porque las veces que los hemos encontrado en el golfo de les hemos menudeado tanta bala que han perdido el coraje de acercar se nos. pero, aunque no los haya visto, puedo jurar por que todo lo que ustedes estaban diciendo es fábula. ¡los herejes son hombres como yo, señoritas! los hay hermosos como un roble, y sus mujeres son lindas como las estrellas. no por ser hijas de el diablo ( lo cual es cierto ) dejan ellas de ser madres de bravos marinos y galanes caballeros. esas cosas que allá en tierra cuentan los frailes son pamplinas buenas para ellos y para embaucar la gente que no sabe lo que es mar. ¡si dijéramos los ! ¡eso ya sería otra cosa! ¡estos sí que son retratos de el diablo en lo negro y en lo feo!
— yo he visto muchos moros, dijo .
— ¿quién?... ¿tú?
— ¡sí, señor!... pintados.
— ¡ah! eso sí: no estarías aquí, ni tendrías tan rosada la boca si los hubieses visto de carne y hueso.
— ¿son muy malos? — preguntó .
— ¡arre!... ¡cómo el diablo!
— ¿y cómo estuvo usted con ellos?
— ¡vea usted! yo fui con el famoso a pelear los en su mismísima tierra para reducir los a nuestra . les dimos una gran batalla. les matamos gentes a millones. pero el diablo los resucitaba a aquellos malditos en cuerpo y alma y les daba lanza y caballo para que volviesen a pelear. los santos de el cielo, y todititos los diablos de el infierno anduvieron en aquel día a cual hacía más milagros para los suyos. pero, como nosotros éramos cristianos, no nos resucitaban para que ganásemos el cielo; mientras que a ellos el diablo principal les cerraba las puertas de el infierno, de modo que no tenían más remedio que volver se a la batalla quisieran que no quisieran. allí nos estuvimos pues dando nos hacha y tiza y agrupados a nuestro , que era un joven de lo más guapo y gallardo que se puede ver. ¡era de ver lo correr de un lado a otro descabezando moros y chorreando sangre impura! tanto pelear nos iba acabando poco a poco; y no quedábamos ya sino unos cuantos vivos, cuando nuestro desde lo alto de su caballo blanco como la nieve, nos dijo: — ¡viva la fe! ¡a ellos! y se metió en medio de los enjambres de moros. todos íbamos a morir: ¡nuestro el primero! cuando se vio, señoritas, el más grande de los milagros que haya hecho nuestra . llegaba ya a las filas de los moros, cuando se abre en esto el cielo y vemos bajar un ángel dorado con alas de fuego, que alzando se a el con su caballo, se los llevó por el aire dejando nos a todos medio muertos de espanto. los moros se quedaron mirando, y nosotros también, hasta que el ángel, y su caballo se perdieron de vista entre las nubes. viendo nos solos y sin , nos entregamos: y como yo era marinero, díjeles a los moros que tomaba partido con ellos; y me echaron a un corsario. una noche estábamos a la capa espiando un navío delante de ; yo estaba junto a el timón; me bajé quedito por la borda, y a nado llegué a la costa. me conchabé después en un barco que salía para , y como sufrí tanto a el pasar por el no he querido ya volver me, y...
en esto estaba el portugués, cuando de arriba de el palo mayor salió un grito agudo diciendo:
— ¡una vela!
— ¡por ! — dijo el de el timón — ¿qué será esto?
— ¿serán los herejes, señor? — preguntaron a un tiempo y espantadas y .
pero aún no habían acabado cuando apareció subiendo a brincos el capitán de el navío, y empinando se sobre el techo de la cámara gritó:
— ¿qué rumbo?
— ¡a nosotros! — contestó inmediatamente el de el palo.
mandó entonces el capitán soltar los rizos de todas las velas, y reparando en las dos niñas que estaban aterradas junto a él les mandó ir se para abajo inmediatamente con un tono grosero e imperioso.
el marinero de el palo volvió a gritar:
— ¡otra vela, con el mismo rumbo!
— ¿qué arboladura? — preguntó el capitán.
— ¡no distingo todavía!
el capitán dio una patada sobre la cubierta: mandó cambiar el rumbo para tomar el viento a un largo; y comenzó a pasear se cabizbajo a lo largo de su buque.
antes de seguir narrando las consecuencias de este encuentro, es menester que volvamos a . habían ocurrido allá, después de nuestra partida, grandes alborotos, que nos explicarán probablemente el duro trance en que iban a ver se nuestros caros navegantes.
como era de esperar se, la salida de el no se había mirado en como un suceso digno de atención. pero días hacía que ya nuestro buque corría el mar, cuando se celebraba en la fastuosa catedral de una gran misa con en festividad de el natalicio de , segundo , a la sazón reinante. el concurso que atestaba la plaza y el templo era escogido e inmenso.
oye se de repente un terrible alboroto de gritos desesperados y alarmantes en la plaza. el tumulto se hacía por momentos más grueso y aterrante; y entre las voces que el estruendo de la multitud dejaba percibir, se dejaban de cuando en cuando oír estas palabras: — ¡un chasqui! — ¡ ! — ¡los ! — ¡ ! y se veía un agitado pelotón de hombres blancos y negros, y niños que empujando se en masa unos a otros rodaban por la plaza hacia la casa o palacio de el .
el bullicio era tal, que la gente de el templo cayó en la más frenética agitación. los altares fueron atropellados; las señoras y los hombres se revolvieron con una gran masa de plebeyos que había invadido el templo; y pocas fueron las que no se vieron holladas y destrozados sus vestidos en aquella escena de pánico universal. fue preciso cerrar las puertas de la , dejando dentro de ella un gran concurso de familias tanto más lleno de espanto y de terror, cuanto que todos ignoraban allí completamente lo que ocasionaba aquel inmenso bullicio.
las mujeres lloraban y se acogían a los altares. los hombres permanecían indecisos. los más intrépidos querían salir a saber lo que sucedía mientras que los menos valientes se reunían en la sacristía y los patios de la iglesia a el rededor de veinte o más sacerdotes que se preguntaban unos a otros ¿qué había? sin poder se responder. el peligro, aunque ignorado, parecía ser grande.
la gente de la plaza se había parado ya en las puertas de el palacio de el esperando alguna noticia segura y auténtica. de repente salió a toda prisa de el palacio un hombre montado a caballo, y atropellando a la multitud la hizo abrir se como dos olas que se chocan y que a el separar se muestran el fondo de el abismo: tras de éste salió otro, y otro; gritando todos ¡los herejes están en la costa! ¡vienen sobre nosotros!
poco después salió de el palacio un fraile franciscano: llevaba como una cera el semblante, pálido y desencajado; los ojos parecían sumidos en el centro de el cráneo; tenía la boca contraída y seca. todos le dieron paso con respeto, y así que se vio en la plaza se soltó a correr hacia la catedral. una gran parte de la gente, parada en la puerta de el palacio, lo siguió también corriendo tras de él sin saber por qué ni para qué. mas él luego que llegó a una puerta chica que daba a un patio de el edificio, la abrió, entró y la volvió a cerrar.
a el presentar se a la sacristía, los demás sacerdotes gritaron: ¡el confesor de el ! ¡el ! y todos se agolparon sobre él para preguntar le la causa de aquel horrible alboroto; pero él nada podía responder les sino palabras cortadas, porque la falta de alientos le impedía hablar — ¡los herejes! ¡de ! ¡sobre el ! ¡ !... y nada más.
poco a poco se fue serenando, y pudo a el fin referir les en sustancia que con tres buques de guerra había entrado en , saqueado los buquecillos que estaban en el puerto y había salido inmediatamente, con dirección a el ; y que según todos creían, marcharía de sorpresa sobre para saquear la. tan asustados se pusieron todos con semejante noticia, incluso el , que nadie creyó imposible la realización de semejante empresa, y querían todos huir a las sierras abandonando la ciudad.
sabido el caso de toda la población subió de punto el terror y el conflicto. por todas partes se veían carruajes, mulas, caballos, y gentes con atados de ropa que se salían a el campo. todo estaba en el mayor desorden; y con el ruido que hacía la multitud, era de oír se, para mayor espanto, el frenético tocar de las campanas y el redoble de los tambores que se rajaban para reunir gente de armas a el rededor de el señor .
los negros esclavos, a el ver se sueltos por el terror de sus amos, cruzaban las calles por pandillas; y con una bárbara algazara de alegría invocaban a y sus herejes como a salvadores, amenazando turbar el orden de un modo espantable.
alguno de los que por allí andaban gritó que los buques ingleses se verían desde el . fue este grito como una chispa eléctrica que tocó y puso en movimiento a todos los cuerpos. todos desaparecieron de la plaza, y se agolparon a el lugar donde hoy se ve el magnífico puente de el .
no había entre aquella multitud quien no creyese distinguir las sombras de los ingleses en el fondo de el horizonte: uno señalaba allí, otro aquí; aquel más lejos, este más cerca; y el hecho era que nadie veía cosa alguna sino los vapores de su propio espanto y ansiedad.
el , con todos sus empleados corrían a caballo la ciudad, mostrando grande ahínco por reunir gente, dar órdenes y mandar chasques por todo el país. pero, a el mismo tiempo, los sacerdotes reunidos en la sacristía de la , habían resuelto una medida de defensa más acertada, alcanzando de el que predicara un sermón a el pueblo reunido en el puente a fin de infundir le el valor y el odio necesario para resistir y escarmentar a los herejes. entretanto, nadie se había acordado de el ; nadie se atrevía a ir allá; y había quien creía que ya estaba en poder de los herejes.
el , jefe de la , haciendo se seguir de cuatro hombres que cargaban una enorme y altísima mesa, se dirigió a el puente: llegó, la hizo poner en el centro de el concurso, y subió a ella. todo quedó en el más solemne silencio, ni más ni menos que cuando en presencia de la corte de y de su hueste de troyanos, empezó su «infandum, , jubes renovare dolorem.» la majestuosa y solemne figura de el fraile, dominaba en aquel momento de terror el ánimo de todos sus agentes.
su palabra fue digna de la situación; y cuando después de haber pasado los fríos preliminares de toda arenga, entró con furia y con violencia en las cuestiones de el momento; cuando despertó todas las preocupaciones populares para hacer las servir a su intento; su figura respiraba un no sé qué de inspirado y de sublime que conmovió profundamente a su auditorio. no quedó uno que no alcanzara a ver aún más allá de el horizonte; que no distinguiera en el centro de el mar los buques ingleses, y dentro de ellos bailando la sabática ronda mil espíritus de el infierno, dirigidos por el más horrible y facineroso de todos ellos, el feo y atroz , sacudiendo con su enorme y peluda cola los rojos costados de su buque.
acababa el su violenta arenga, cuando se avistaron en el horizonte tres puntos perfectamente blancos. ¡un grito universal se alzó! ¡los herejes! el padre se quedó frío, su rostro empalideció de nuevo, y como no tenía ya que hacer sobre su mesa, se bajó y desapareció entre el concurso general. quizás se dijo para su coleto lo que un célebre ministro moderno a el empezar una grande revolución: «concluida la obra de la inteligencia, no me queda ya papel y lo mejor es alejar se.» el hecho es que a el grito de ¡los herejes! que arrojó la multitud, el padre miró, vio y huyó.
efectivamente con sus tres buques estaba sobre el .
había sabido en por noticias tomadas de los indios y de los negros, que en el estaba ya cargado y pronto para salir el y se había dirigido a toda prisa para sorprender lo en el puerto y hacer sin estorbo la rica presa de las barras con que este buque iba lleno.
mientras que la gente lo veía desde , él caía sobre el y abordando todos los buques que allí había los saqueaba y los quemaba. como la costa y la población de el había quedado desierta, hacía en el puerto lo que quería. de que el hubiese escapado de su ataque, y creyendo que lo hubiesen engañado en el aviso que le habían dado, resolvió bajar a tierra para saquear y destruir la población. esta era su empresa favorita; porque el odio a la era su pasión dominante.
es, que tenía grandes motivos para ello: había sido una de las muchas víctimas que había hecho en la influencia española en el poco tiempo en que la estuvo casada con . no olvidaba jamás las ofensas que había recibido como protestante, ni las humillaciones que había impuesto a su raza el orgullo de un príncipe extranjero y déspota que jamás se saciaba de poder y de persecución. en una bella biografía de este célebre marino, que tengo a la mano, leo que en el tiempo de la persecución de , el padre de tuvo que huir de con su familia. vuelto a la patria el hijo en el tiempo de ; hizo una expedición de comercio para una de las colonias españolas, donde acusado de contrabando le fueron decomisados sus bienes quedando en la más completa miseria. lleno de rabia y de despecho volvió a su isla, y consultó a un célebre teólogo de entonces si estaba autorizado para piratear sobre los españoles vista la injusticia que le habían hecho. el teólogo le contestó que con toda seguridad de conciencia podía hacer lo, atacando y saqueando los buques y las costas, cuantas veces pudiere y lo quisiere. obtuvo entonces de una patente de corso para entregar se a la pasión favorita que había nutrido desde su niñez; y sin más poder que el de su inmenso odio enrostró a el más fuerte de su siglo, a el que hacía temblar toda la .
este era el hombre que acababa de entrar en el puerto de el .
no encontrando en él a el , se disponía a bajar a tierra, cuando vio venir hacia sus buques una especie de lancha angosta y pequeña, manejada por un hombre. la mandó reconocer con uno de los oficiales que traía a su bordo y que habiendo estado en en tiempo de , hablaba bien en idioma castellano, como lo hablaban entonces todos los hombres de buena educación. el lanchón inglés se acercó a la embarcacioncilla y vio sobre ella un negro joven, y despierto a el parecer.
— ¿adónde ibas? — preguntó el joven inglés a el negro.
— a buscar a su merced.
— ¿quién eres?
— un esclavo, señor: mi amo acaba de huir de el puerto, y yo me escondí para tomar partido a bordo de los buques ingleses; hace dos días, señor, que salió un navío que llevaba mucha plata, vaya su merced a alcanzar lo: va con poca gente y no es ligero.
— ¿un navío? — dices. ¿cómo se llamaba?
— no sé como se llamaba; pero, como mi amo es empleado en el puerto, yo estuve cargando lo también, y vi que llevaba mucha plata: hace dos días que salió.
— ven acá, dijo el joven inglés, pasa a mi bote. mandó a los marineros que virasen, se dirigió a toda prisa hacia el buque que montaba , y subiendo a él, le dijo: — ¡ ! ¡el buque está en la mar! ha salido cargado de oro: he aquí un hombre que lo ha visto.
que no había perdido la esperanza de encontrar almacenadas en tierra las barras de oro y de plata que tanto había saboreado, a el oír que el buque había partido, sin poder se saber su rumbo ni su destino, lleno de rabia exclamó:
¡ha salido!... damn!!!
un momento de reflección bastó para serenar a el marino inglés de el arrebato que le arrancara aquella habitual exclamación, que le hemos de volver a oír antes de que se acabe este libro, en un momento de satisfacción y de venganza.
una vez calmado, supo de el negro todo lo que este pudo decir le; y se volvió a el mar a el momento con la esperanza de tomar a el sobre el rumbo de el noroeste. su alejamiento dio a los limeños un gozo incomparable. a el distinguir perdiendo se en el horizonte las blancas velas de sus tres buques, como si fuesen las alas de tres gaviotas, ellos calcularon bien que todos los peligros iban ahora a acumular se sobre el ; pero esto les libraba de un riesgo y agitación a que no se habían preparado; y a trueque de la calma que se les dejaba para hacer aprestos de guerra y fabricar coraje, daban por menor daño la pérdida de el tesoro de el .
corría en verdad sobre su presa. sus buques eran veleros, y se hallaban tan bien tripulados como manejados; despachó uno de sus bergantines a cruzar sobre las costas de en prevención de que el hubiera tomado este rumbo; mientras él con el otro bergantín y la goleta se dirigió a los mares de el y costas occidentales de , desde donde había resuelto volver cargado de riquezas por entre los mares de la y de la : navegación admirable para aquellos tiempos que solo un genio como él era, pudo llevar a cabo con un éxito completo.
en la tarde de el día siguiente a su salida de el , mientras que nosotros teníamos nuestra atención en el , con la bella y su zamba, oyendo a el marinero portugués, estaba ya el audaz corsario a punto de tocar la realidad de sus doradas esperanzas.
a el primer anuncio de las velas que aparecían, el capitán de el mandó subir toda la tripulación; hizo revisar sus doce cañones ( pues el los tenía, y por eso le llamaban también el cagafuego ); mandó cerrar las escotillas, y dejar libre y expedita toda la cubierta sin olvidar se de ordenar a sus pasajeros que apagasen todas las luces y se mantuviesen inmóviles en la cámara.
fue la de las luces que para nada le sirviera ya, porque el diablo de el hereje lo había olfateado, y le seguía el rastro con la seguridad tenaz de una ave de rapiña. sin embargo el marino español y su gente estaban dispuestos a todo; y más por orgullo y dignidad, que por guardar el dinero de el , estaban decididos a batir se hasta el último trance en caso que fueran enemigos los buques que se habían avistado.
entretanto, había anochecido completamente, mas como había luna, no podíamos decir que hubiese oscurecido. la claridad no era tanta tampoco que permitiera ver los buques que por la tarde habían aparecido en el horizonte. corrieron, pues, algunas horas de ansiedad para la tripulación y pasajeros de el , durante las cuales todos hablaban bajo y guardaban sus puestos con aquella resignación y respetuoso silencio a que se acostumbran también los hombres de mar.
no se oía más ruido en el buque que el que hacían los largos pasos con que el capitán, tomadas sus manos por detrás y metida la barba en el pecho, se paseaba a lo largo de la borda de babor. de vez en cuando se paraba y miraba las velas con inquietud, echando una feroz maldición cada vez que no las veía muy tirantes. otras veces se arrimaba a la borda y se fijaba en el agua; y entonces, viendo la sombra de el bergantín huir como si fuera el cuerpo aéreo de una fantasma sobre la movible y alucinante superficie de las aguas, se volvía satisfecho. dentro de la cámara estaban reunidos todos los miembros de la familia de y , y con ellos; todos estaban llenos de pavor haciendo conjeturas en voz baja, y asombrando se de el oscuro abismo a cuyo borde se hallaban. quería rezar, pero en vez de rezar lloraba. estaba espantada; la zamba miraba a sus amos, y acostumbrada a depositar en su autoridad el cuidado de dirigir la, esperaba que de la adusta frente de , o de los caprichosos pliegues que rajaban la cara de saliera algún recurso repentino.
reinaba, pues, un silencio sepulcral a bordo de el que no era perturbado sino por los trancos de el capitán y por los golpes con que de vez en cuando venían las olas a estrellar se contra los costados de el buque, haciendo crujir sus maderos.
de repente salió una voz de la cofa más alta de el palo mayor, y con aquel acento lánguido y lúgubre que la voz de el hombre toma en las soledades de el mar, dijo:
— ¡dos velas a babor!
este grito difundió la inquietud por todo el buque.
todos hundieron sus ávidas miradas en el vasto horizonte, y se pusieron a escuchar anhelantes y sobresaltados.
— ¿proa a nosotros? — preguntó el capitán.
— una corre a el parecer sobre nuestro bauprés, y la otra sobre nuestra popa.
— ¿de qué fuerza parecen ser?
— el que rompe nuestro bauprés es una goleta que riza el agua como el viento; se le ve apenas la borda; todo su casco parece una raya sobre el mar; y el que viene sobre la popa es un bergantín como el nuestro.
— ¡ea, muchachos! — dijo el capitán —; ¡manos a la obra! ¡preparad los cañones; cargad los bien y tened os listos!
a poco rato se mostraron ya los buques que causaban esta alarma. los reflejos de la luna daban sobre sus velas, y hacían que se les viese como si fueran dos blancas garzas que volaran rozando las olas de el mar. los marineros de el tenían fijos en ellos sus ojos viendo les correr sobre su buque con un aire de insolencia y de arrojo que los helaba.
el uno, que sin duda era más chico que el , corría como una flecha a situar se por la proa de el buque español; mientras que el otro, menos cargado de velas, y algo más grande, maniobraba de modo a situar se sobre su popa. el capitán de el que era algo avisado, comprendió las intenciones de los que él suponía sus enemigos, y luego que los dos buques se separaron, varió el rumbo hacia el oeste y se alejó de el más grande para acercar se de improviso a el otro, tomando lo solo por algunos instantes.
los tres buques se veían ya perfectamente, y podían examinar se sin obstáculos, en todo su casco y su tamaño.
un fogonazo repentino y el estruendo que hizo un cañón disparado a bordo de el bergantín enemigo, intimó a el la orden de detener se. este no la obedeció, por cierto, y siguió navegando con firmeza en su nueva dirección para aproximar se a su menor enemigo. la goleta se mostraba también decidida a no evitar le, y corría con intrepidez sobre el buque español; de modo que en un momento se halló el uno sobre el otro. el capitán de el mandó descargar una de sus baterías.
tronaron los seis cañones, a la vez pero el buquecillo destinado a recibir esta terrible granizada maniobró tan felizmente que todas las balas de el pasaron a el mar acertando a entrar tan solo una u otra que rompió cuerdas y maltrató algunas velas.
los dos buques estaban ya tan cerca que los españoles oyeron distintamente el grito de ¡viva la ! con que sus adversarios respondieron a la descarga; y antes que pudieran de nuevo cargar sus cañones, ya el buquecillo inglés atravesaba por la proa, y disparaba cuatro cañonazos que hicieron pedazos todo el bauprés y dejaron flotando los foques. sobre esta descarga, siguió desde los palos una nueva granizada de tiros de mosquetería que hicieron un notable daño matando e hiriendo muchos marineros.
una desgracia tan completa desconcertó un momento a los españoles. todo se revolvió, hubo voces, gritos y gran confusión, sin que nadie reparase que el enemigo maniobraba para presentar el otro costado y arrojar por él una nueva granizada. pocos momentos tardó en realizar lo, pues la goleta era ágil como un pájaro, y se conocía que el marino que la manejaba a par de experimentado era sagaz y pronto para aprovechar de sus ventajas.
así que hubo hecho su nueva descarga tomó el largo hacia el dirigiendo se hacia su compañero.
el estaba casi totalmente inutilizado; mas no era esta la peor de sus desgracias, sino que el valiente capitán había desaparecido. todos le buscaban, y nadie le encontraba. uno de sus subalternos se acercó a la cámara gritando con despecho para pedir le órdenes urgentes; pero entonces, el marinero portugués que ya conocemos, y que estaba en el timón como antes, le dijo con calma, y señalando a el mar con la boca:
— ¡allá fue a dar!
— ¿cómo es eso? ¿cayó a el mar?
— se lo llevó una bala partiendo lo por medio.
— ¡ ! — dijo el subalterno, y se quedó recostado sobre la meseta de la cámara como si estuviera abismado en el dolor y desesperación que le causara la humillación de su bandera y la pérdida de un amigo a quien hacía mucho tiempo que acompañaba.
después de un rato alzó la cabeza, tomó la bocina y dijo:
— «¡atención! el capitán ha muerto, como un bravo español que era: ahora mando yo; y os juro que no hay más que vencer o seguir el ejemplo que él nos ha dejado.»
«¡ea! ¡ánimo, muchachos! ¡viva ! ¡viva la !»
la goleta inglesa seguía alejando se ignorando todo el estrago que había hecho en su enemigo y reputando se quizá débil para el abordaje, se retiraba a una distancia satisfecha de haber aprovechado tan bien su tiempo y sus maniobras. su mira manifiesta era esperar a el otro buque, o bien esperar el día para medir bien las fuerzas de su adversario, y saber a punto fijo el estado en que se hallaba.
el nuevo jefe de el buque español sabía bien que no tardaría mucho en caer en manos de los ingleses. toda la tripulación lo comprendía como él, y así es que fue muy poco el entusiasmo que infundieron sus altivas palabras.
cerca ya de la madrugada que iba a poner fin a esta noche tan funesta para la gente de el pobre buque español, se levantó hacia el , y a corta distancia, un banco de niebla que envolvió y ocultó a los dos buques ingleses. cuando amaneció, y cuando todos tendían su vista con ansiedad por el horizonte para descubrir el terrible enemigo en cuyas garras creían iban a caer, solo pudieron ver una faja de vapores blanquiscos interpuestos entre el azul de el cielo y el verde oscuro de el mar. estuvieron un corto rato, hasta que el marinero portugués con su ordinaria calma y tranquila resignación dijo apuntando con el dedo a más altura que la neblina.
— ¡ahí vienen ya!
— ¿dónde? — dijo el nuevo capitán.
— por sobre el banco de neblina se ven dos altos y gallardos palos que nos muestran el frente de sus hinchadas velas.
efectivamente: por sobre la neblina aparecían los palos y las vergas de un precioso bergantín. a poco rato la espesa nube que cubría el se entreabrió como el leve tul que se raja; y se pudo distinguir perfectamente el gallardo porte de toda la embarcación. venía navegando a su lado la certera y ágil goleta que había causado tan grande estrago dentro de el . ambos buques abrieron un poco las paralelas en que navegaban. el bergantín rompía el agua como una bala, y a el pasar a estribor de el despidió una andanada de seis cañonazos. el español le contestó con otros seis, no muy mal recomendados que digamos; y que un poco antes hubieran quizá servido para cambiar de suerte. ¡pero ya era tarde! había perdido el palo mayor con el timón, y flotando a el acaso, se hallaba a la merced de dos enemigos provistos todavía de todas sus ventajas.
la confusión y espanto que la proximidad y la descarga de el bergantín causaron a bordo de el impidieron que fuesen percibidos los maliciosos movimientos de la goleta. pero no bien se serenaron los ánimos cuando se le vio, con sus ganchos de abordaje, prendida como una araña a el costado de el , vomitando sobre el puente algunas decenas de intrépidos herejes en cuyos nervudos brazos relucían las hachas y pistolas de el combate.
tocando ya por el otro costado, ejecutaba el bergantín la misma operación.
el gozo de el corsario inglés en aquel momento puede deducir se de estos versos de el buen .
« , navío muy nombrado,» con la plata de el había salido;» en breve el le ha alcanzado,» y como de improviso le ha cogido.................................................................» fue la presa más famosa» y robo que jamás hizo un corsario:» que es cosa de decir muy mostruosa» el número de plata; y temerario» negocio nunca visto ni leído,» que a un corsario jamás ha sucedido.» los marinos de el se habían recostado sobre la popa con su nuevo capitán a la cabeza; y así que la horda de el hereje puso el pie sobre su cubierta le arrojaron una descarga de arcabuzazos.
los invasores recularon como por un súbito instinto de miedo, dejando entre los dos campos los yertos cadáveres de tres de los suyos.
en este momento de miedo instintivo que suspendió por un instante aquella escena de matanza, saltó de la goleta inglesa, y se abrió pasó por entre el pelotón de herejes que ya pisaba el puente de el un joven sumamente hermoso y bizarro. armado de una espada gruesa y corta, que brillaba en sus manos, como si fuera de fuego: «¡ay de el cobarde ( dijo con el acento de la ira ) que retroceda de un paso ante los enemigos de la !» y con un arrojo lleno de fiereza salvó el espacio que lo separaba de los españoles esgrimiendo su arma con una agilidad inimitable.
restablecía se así este combate atroz de la desesperación por una parte y de la embriaguez de el triunfo por la otra, cuando los marinos de el otro buque inglés se descolgaban también como panteras sobre el puente de el . a el ver los, las facciones de nuestro joven revelaron una ansiedad inexplicable; y su disgusto se hizo aún más patente por el gesto de despecho que no pudo contener, cuando vio parado en lo alto de la borda, para saltar como los otros, a un hombre en cuyas miradas y en cuyo empaque estaba impreso el sello de el mando.
el rostro de este hombre, tostado por el sol y por las intemperies de el mar, parecía tener el temple de el bronce. sus ojos penetrantes, negros y rasgados lanzaban por entre sus ricas cejas una mirada animada todavía por los rayos de una juventud vigorosa. una cabellera negra y flotante, como la crin de un potro de la pampa, caía desparramada por sus dos hombros poniendo en relieve la frente espaciosa en cuyas líneas fugitivas se leían los signos de una audacia soberana.
nuestro joven, como hemos dicho, lanzó a este personaje una mirada de despecho, y con una voz de trueno gritó: «¡cese el combate! ¡abajo las armas!» el tono de autoridad con que fue dado este grito debió ser irresistible, pues todos se quedaron inmóviles, como movidos por un resorte. volviendo se entonces a el personaje de la borda ( que aún no había bajado, pues todo esto fue la obra de un instante que mis palabras alargan ) le dijo con altivez:
— ¡almirante: no bajéis! ¡la presa se me ha rendido ya!
— ¡el enemigo os resiste todavía, !
— ¡pues bien! milord, le contestó el joven con arrogante ironía, ¡si queréis vencer a mis rendidos, bajad!
( pues él era el interlocutor de nuestro joven ) se dio vuelta hacia su buque con una sonrisa llena de indulgencia paternal; e iba ya a bajar se, cuando el comandante español le dijo acercando se le con entereza. «¡esperad, señor inglés! ¡una sola palabra!» y le disparó un pistoletazo a quemarropa que hizo saltar de la cabeza erguida de la gorra de terciopelo negro con tres plumas rojas que la cubría.
el español se dio vuelta entonces incitando a sus soldados a el combate; pero aquel momento de reposo había helado el ardor de los combatientes. ninguno quería resistir más, porque era ya inútil; lo cual, visto por el bravo comandante, agarró su espada y partiendo la con las rodillas, la arrojó a el mar.
el inglés se había conservado impasible sobre la borda: miró de arriba a abajo a su agresor, y le dijo con calma:
— ¡eres bravo, !
— ¡pero tú eres afortunado, !
cien cuchillos se alzaron a un tiempo para sacrificar a el español: pero les gritó con un gesto imponente:
— ¡detened os! ¡cuidado con hacer mal a ese hombre! ¡ ! vos me respondéis de él.
— con mi vida, , respondió el joven.
saltó entonces a su buque; y lo mandó desprender de el casco de el .
era un joven rubio que apenas contaba veinte y tres años. su brillante cabellera caía a la moda de aquel tiempo en tostados rizos sobre sus hombros. una tez limpia y rosada daba a sus miradas juveniles una expresión particular de viveza y de petulancia amable. sus cejas eran como dos líneas rectas sobre sus ojos que venían a borrar se en el delicado arranque de la nariz; y de su boca, pulida como una obra de arte, y airosamente entreabierta, salía franco y fácil el resuello de su noble corazón.
aquella era la primera acción de guerra en que se encontraba cubierto con los colores de su patria. algo indómito todavía para la disciplina militar, se había irritado con la sola idea de que , dueño ya de una reputación colosal, tomase parte en la rendición de el , y sofocase con la gloria de su nombradía, la que creía haber ganado en aquella jornada. durante el combate el joven no se había ocupado de otra cosa que de rivalizar con el buque de su jefe para ser el primero en decidir y terminar la victoria.
, que comprendía bien el carácter de el joven , lo mimaba con gusto; y estaba muy lejos de tomar a mal un ardor que le prometía un poderoso auxiliar para los fines ulteriores de su ambición marítima; porque era hijo de un de grande influencia en los consejos de . justo es también que digamos que independientemente de sus motivos de egoísmo, quería a como a un hijo: él lo había formado; él lo había lanzado a el mar; él era en fin quien había enardecido su imaginación hablando le de las sublimidades de el , y de lo fantástico y de lo grande de las aventuras de que es teatro.
una rica gorra de terciopelo carmesí, de la que volaban hacia atrás tres grandes plumas rojas, brillaba sobre la cabeza juvenil de . una blusa de el mismo género, corta y airosa cubría con elegancia aquel su cuerpo ágil y esbelto como el tallo de un álamo: tenía ceñida la cintura con un cinturón de cuero de ciervo, guarnecido de oro, en cuyo broche lucían dos perlas de gran precio. pendía de su cuello una gruesa cadena de oro, a la que estaba colgado un puñal italiano ricamente cincelado; y por fin finísimos encajes de adornaban su garganta, que era tan blanca y tan pulida como la de una doncella.
así que separó su buque, se volvió a el capitán español, ( que permanecía fiero y sombrío sobre la cubierta ) y le dijo con perfecta urbanidad:
— ¡tened la bondad, señor, de pasar a bordo de el bergantín en esa lancha que echan a el mar; y que os la depare buena! ¡ ! — dijo llamando a un subalterno que se le acercó corriendo —, distribuid las guardias; asegurad el buque en todas partes, y haced desprender después la goleta, porque voy a la cámara a revisar los asientos para pasar a dar cuenta de todo a el ; y sin envainar la espada bajó las escaleras de la cámara donde toda la familia de y estaba en la mayor consternación.
a el sentir sus pasos el hielo de la muerte corrió por las venas de todos ellos. ya creía que se hallaba entre las garras de algún monstruo feroz y coludo, como los que había visto tallados en los altares de ; y por un movimiento instintivo se cubrió el rostro con las manos.
su madre estaba hincada esperando a el vencedor para pedir le gracia para su hija: sus entrañas de madre hablaban solas en aquel cruel momento.
, adusto y emperrado, ni se dignó siquiera levantar sus ojos de el suelo donde los tenía clavados cuando el joven inglés se presentó a la puerta de la cámara.
se quedó éste un poco sorprendido a el encontrar se con toda aquella gente donde solo creía encontrar libros de asientos: pero reponiendo se a el instante a el reparar en las señoras, se alzó la gorra con gallardía y dijo en buen español con un tono sumamente insinuante.
— ¡ , señores! — y alzando de el suelo a , agregó —: ¡os juro que nada tenéis que temer, señora! soy un caballero que conoce sus deberes.
la perfecta melodía de estos sonidos, y sobre todo el débil con que el sexo femenino se abandona a los impulsos de la curiosidad, hicieron que levantase su purísimo y lindo rostro para mirar a el ente extraño que así hablaba; y a el ver lo no pudo contener el ¡ay! de admiración que le arrancara la belleza de el joven que tenía por delante.
aquello le parecía un sueño; y sus miradas inexpertas y candorosas revelaban de más en más el predominio que estaban ejerciendo sobre su ánimo la hermosura y la gentileza de aquel hombre. — ¡oh! ¡dios mío! ¡este es cristiano como nosotros! — se decía. estaba estupefacta, y tampoco podía comprender aquella extraña mistificación en que parecían envueltas.
hacía ocho meses que , arrancado a las dulces pasiones de la corte de , no veía en la especie humana sino el rostro de sus toscos marineros. era una bellísima criatura, como lo saben nuestros lectores: ¿será pues de extrañar que el joven inglés diese toda su voraz atención a aquel lindísimo rostro que se levantaba de entre las manos, tímido y lloroso, como la aurora de entre los vapores de la noche?
no podía dejar de mirar la; y a medida que más la miraba, mejor comprendía todo el efecto que su persona estaba produciendo sobre el corazón de aquella niña. cortesano y audaz por hábito y por naturaleza, estaba él mismo sucumbiendo, sin saber lo, a la satisfacción halagüeña de estar gustando: raro es el hombre que no es verazmente grato a la mujer que se impresiona de sus buenas dotes.
hay algo de indefinido en la pasión de el amor que irradia como la luz o se insinúa como la electricidad en un solo momento. sucede muchas veces que dos personas que se han visto durante mucho tiempo con la más pacífica indiferencia, se sienten en un instante imprevisto repentinamente atacados de un amor ardiente. otras veces nace la pasión con la primera mirada; y nace exclusiva y violenta haciendo comprender que todos los otros vínculos que hasta entonces habían ocupado el alma, eran hilos de seda comparados con los anillos de duro hierro de la nueva cadena.
que el amor nace siempre de improviso y repentino, es, me parece, una verdad que está fuera de cuestión para los observadores sinceros de la naturaleza humana. es también que en el corazón de la mujer que ama existe, como un grano dorado de salud, el bellísimo germen de el pudor, que, reteniendo la en la conciencia misma de su pasión, la sustrae a la confesión íntima de el poder que la somete, para preparar el desenlace de el drama psicológico por medio de una escala progresiva de confidencias y de concesiones.
si tal es el amor real sobre que reposan los más caros intereses de la sociedad humana, no sería justo calificar como licencia de novelista el carácter espontáneo y repentino con que se produjo el germen de esa pasión entre el elegante y la bella .
sea sorpresa, o la novedad de la situación; sea el mérito personal que brillaba en aquellas dos figuras tan vivaces y tan simpáticas, o el contraste de las supersticiones con las realidades; sea el prestigio que el vencedor tiene siempre para la cautiva, y la cautiva para el vencedor; sea en fin el destino que ninguna razón hay para desterrar de la novela, puesto que nadie lo puede desterrar de el mundo; el hecho es que ambos jóvenes se sintieron definitivamente atraídos por una mutua y dulce impresión. una mutua y dulce esperanza vino a realzar en el uno el precio de su victoria, y a sostituir en la otra el terror de la cautividad.
apenas pudo reponer se de la sorpresa que le causara la vista de su bellísima prisionera, cuando tomó delicadamente con sus manos a la madre, que continuaba sollozando a sus pies, y la aquietó con tal urbanidad que la pobre vieja se santiguaba a cada momento para arrojar de su alma los instintos de la gratitud y de el respeto, que estaban a punto de producir se en ella en favor de aquel hereje, de aquel renegado. ella miraba en los encantos mismos de su figura una celada de . sabía que el diablo tenía un poder ilimitado sobre las formas terrenales, y no dudaba que toda aquella belleza de rostro y de talla no era más que la máscara traidora de el cornudo y coludo negro; escapado en aquel momento de las plantas de .
— ¡santo bendito! repetía la vieja a cada instante; ¡cruz! ¡cruz! ¡cruz! decía atravesando sus dos primeros dedos de la mano derecha; y miraba de hito en hito a esperanzada de ver lo reventar y exhalar se en fétidos vapores a el favor de esta santa evocación: ¡tentaciones de el infierno! repetía; y no podía negar se a sí misma que era en aquel instante un joven precioso y de una exquisita urbanidad.
para terminar aquella situación transitoria el joven inglés dijo a y a .
— señores, me placería saber si alguno de ustedes tiene a bordo de este navío algún cargo oficial.
miró a su principal, y como este continuase impasible y engestado, llevaba sus ojos de el viejo español a el marino inglés y de éste a el viejo, sin atrever se a responder una palabra.
— ustedes comprenderán, volvió a decir , que tengo serios deberes que desempeñar con respecto a este buque y su carga. supongo que ustedes no eran más que pasajeros en este navío; ¿no es así? — agregó con una inflexión de voz benévola y marcada que denotaba la intención de que los prisioneros se prevaliesen de este efugio.
— ¡no, señor! — contestó secamente —: los dos somos leales servidores y empleados de nuestro y de las , y de , , , protector nato de la y perseguidor de la : heredero legítimo de la corona de ...
— ¡lo siento, señor! — dijo el joven afectando indiferencia —; tened entonces la bondad de subir para poner os con los demás prisioneros.
la mujer y la hija de alarmadas con las palabras imprudentes que le habían oído, creyeron percibir en los conceptos de el oficial inglés una amenaza que les pareció tanto más terrible cuanto que era más vaga, y ambas se echaron a los pies de el hereje llorando.
— ¿qué le vais a hacer, señor oficial? — decía la niña —: ¡tened piedad por él! es un anciano; ¡es mi padre! ¡dejad lo con nosotros!
— ¡ ! ¿qué pensáis que pueda hacer le yo?... no temáis nada. ¿es vuestro padre?
— ¡oh, sí, señor! — dijo bañando a el joven con una mirada angelical.
— pues os juro que está aquí tan seguro como yo mismo; nada más necesito sino que os tranquilicéis; y me permitáis sacar de aquí todos los libros y papeles de el buque, porque mi jefe ha de tener ya por incomprensible mi demora en instruir lo de lo que se ha capturado. sentad os, señoras: permitid me concluir para dejar os solas y dueñas de esta cámara; y a el levantar con sus manos a palpitaba de emoción y de ternura.
— ¡señor oficial! — dijo entonces —: los libros y los papeles que buscáis son mi propiedad. con ellos debo yo responder ante mi de los caudales en que merecí su excelsa confianza; y antes me quitaréis la vida que recibir uno solo de mis manos, consagrando el insigne salteo que habéis hecho.
era la primera vez que hombre alguno dirigía a palabras de este género con tono semejante. altivo y fiero por carácter y por nacimiento, y en una edad en la que nada somete los ardores de el enojo; no bien se vio provocado con aquella altanería, cuando olvidando las hipocresías de su urbanidad dio un terrible golpe con su guante de hierro sobre la mesa de la cámara; y con el gesto de la ira dijo:
— ¡voto a el ! ¡que si así me habláis, anciano!...
— ¡calla, salteador! ¡calla, blasfemo! — dijo con furia no menos profunda el viejo airado —: vendrá una hora en que comprenderéis, renegado, la justicia de el cielo, y tendréis el galardón de las impiedades de que sois presa.
es imposible concebir una sorpresa, un aturdimiento igual, a el que se pintó en la mirada y en el gesto de cuando se sintió herido por tan crudas injurias. era un anciano indefenso el que lo provocaba, y el joven inglés se quedó aterrado cuando se vio ya casi sobre él con su puño de hierro levantado sobre aquella cabeza cubierta de canas.
el alarido que a el ver esa acción lanzaron las tres mujeres; las invocaciones religiosas y el llanto de , petrificaron a el joven lord en aquella terrible actitud; pero volviendo todo confuso a el uso de su razón, bajó lentamente su brazo, y dijo con un marcado remordimiento:
— ¡casi me habéis obligado a degradar me, anciano imprudente, con esas vanas provocaciones!... y ese joven ( dijo apretando con rabia los carrillos y señalando a nuestro novio; ) ¿por qué no es él el que me ha provocado, ya que es vuestro dependiente?
había estado encogido y cabizbajo desde el principio de esta escena, y no respondió ni alzando la cabeza siquiera.
— ¡señoras! — dijo después de una pausa dirigiendo se con calma a y a su madre —: estoy educado bajo el principio de el santo respeto que se debe a vuestro sexo, y no tengo rubor en confesar os que me retiro vencido por vuestra presencia. dios haga que el almirante, a quien voy a dar cuenta de todo, no encuentre digna de un severo castigo la terquedad de vuestro padre; creed, señoras, que es a vosotras a quienes ofrezco este sacrificio de mi orgullo.
subió a la cubierta con el semblante descompuesto, y gritó desde el alcázar de popa:
— ¡ ! ¡ !
el subalterno estaba a el momento con su sombrero entre las manos delante de el comandante.
— poned dos centinelas en la cámara; bajad vos mismo a colocar los, con la orden de que si alguno de los hombres que están en ella abriera algún cajón o se moviera de el lugar en que se sienta, lo aprisionen y conduzcan a la bodega. mi lancha para ir a el bergantín.
— la tenéis pronta, señor, con seis remeros.
— ¡vigilad bien en el navío! ¡mirad que los españoles son gente muy capaz de incendiar lo!
— ¡perded cuidado, señor, que los conozco!
el aire pensativo y caviloso con que atravesó la cubierta de el navío no disminuía en lo mínimo la marcial elegancia de su paso. con la rapidez propia de su edad se descolgó desde la borda hasta su lancha, y vino a echar se en la popa como un león que descansa, a lo largo de un hermosísimo cuero de tigre africano ribeteado y forrado de terciopelo punzó que le servía allí de tapiz: apoyó su costado derecho en un rico almohadón de terciopelo blanco bordado lujosamente con hilo de oro, y se echó su gorra sobre los ojos para disminuir la impresión que la luz de el día, reflejada por el mar, hacía sobre ellos.
el mar estaba quieto, y rizado apenas por la brisa tibia y excitante de los trópicos. los navíos ingleses, que poco antes habían parecido animados de las feroces pasiones que arrastran a el hombre a la guerra y a el exterminio, flotaban ahora muellemente y como adormecidas por el tenue balanceo de las olas.
la lancha de se desprendió de el , y a el primer impulso que le dieron los marineros dejando caer uniformemente sus remos sobre el mar, se deslizó como un delfín sobre la superficie de las aguas, acercando se a el «pelícano,» precioso y velero bergantín montado por sir .
a el silbido agudo de un pito marino que resonó a bordo de el almirante, se vieron acorrer presurosos a la borda varios marineros, que tiraron a la lancha la punta de un cable por el cual quedó sujeta a la escalera de subida. se incorporó, y conteniendo la vaina de su espada con una mano, subió a largos trancos, apoyado en la otra, las difíciles gradas de la escala y atravesó la cubierta por entre bravos marineros que le hacían el respetuoso saludo de los militares.
lo esperaba ya en la cámara: había sobre la mesa dos bandejas: en una lucía un hermoso jarrón de fábrica oriental, lleno de agua, a el lado de una botella de cristal rebosando de un clarísimo y puro brandy; y en la otra varios vasos abrillantados con unas cuantas botellas de cerveza.
— ¡linda jornada, ! — le dijo el célebre a nuestro joven así que le vio aparecer —: ya veis como yo no os engañaba cuando os decía que esta vida de aventuras contra el bucéfalo de el antecristo era de lo más ameno y lucrativo que un buen cristiano podía emprender. ¿estáis satisfecho?... ¡un marino que empieza como vos habéis empezado, es un hombre de porvenir! vamos, poned más gotas de brandy en vuestro vaso; y tomando él mismo la botella, llenó dos copas, dio una a y levantando la otra más alto que la cabeza dijo: ¡proteja a la ! y después de tocar la con la de el joven, las empinaron ambos sobre sus labios. bien: sentad os ahora y hablemos: ¿supongo que habréis visto ya el total de la partida?
— ¡no, milord!
— ¿qué diablos tenéis, ? estáis con un gesto que cualquiera creería que los españoles os habían aboyado el costado de vuestra garza. decid me, hombre, dijo levantando se con una visible alarma: ¿nos habremos equivocado? ¿no era ese el buque en que iba el situado?
— es ese mismo, milord: su bodega está llena de sacos de oro, pero no puedo ocultar a vuestra gracia que vengo preocupado, por lo que me acaba de suceder con un prisionero. permitid me, milord, que os anuncie que con los caudales de el hemos tomado la familia de uno de sus empleados.
— sí; ya lo sabía.
— ¿lo sabíais, milord? — dijo con un asombro profundo.
— es decir: sabía que esa familia debía haber se embarcado en este navío y que forma parte de ella una bellísima muchacha de diez y ocho años.
— ¡ah! — dijo con el mismo aturdimiento —; ¿tenéis entonces inteligencias en tierra?
— ¿y qué, no me bastaba para saber eso el negro que levantamos de el ?
— ¡es verdad! — dijo pensativo;... — pues el padre de esa señorita ( agregó ) tiene el alma de un mastín, y me acaba de pasar con él una cosa seria.
— creí que me ibas a referir algún conflicto con su novio.
— ¡con su novio, milord!... ¿qué decís?... ¿es acaso su novio un mozo que acompaña a el padre?
— si se llama ( dijo hojeando un libro de apuntes ), , es sin disputa el marido que su padre le destina.
— y todo eso ( dijo con una mirada llena de sagacidad ) ¿lo sabéis también por el negro que alzamos de el ?
— ¿sería acaso extraño, ?
— sería casual a el menos.
— ¿pero no os parece que habría en eso más probabilidad que en las inteligencias de tierra que me suponéis?
— a decir os la verdad, tengo de vos, milord, tal idea, que lo más audaz y lo menos probable es lo que en todos los casos me parece lo más cierto.
soltó una airosa carcajada, y le dijo: — cuando avancéis más en el camino que habéis emprendido, os iniciaré en toda la diplomacia que puede contener la cámara de un buque: en esta atmósfera que os parece tan limitada caben los intereses de el mundo... mas, no nos distraigamos: ¿qué es lo que os ha pasado con ?
— ¿quién es , milord?
— pero ¿cómo quién es ? ¿pues no me acabáis de decir que os ha pasado con él una cosa seria?
— ¡ah!... ¿el anciano se llama ?... yo no lo sabía.
— pues ya lo sabéis ahora.
— ¿y su hija, milord, como se llama?... veo que nada ignoráis de lo que yo os hubiera debido noticiar primero.
— ¡ah! ¿su hija, eh?... se llama , y si queréis nombrar la a lo limeño debéis decir le .
— ¡me tenéis sorprendido, !
— ¿me diréis a el fin lo que os ha hecho ? — dijo a con una mirada preñada de malicia.
el joven le narró entonces lo sucedido y el riesgo en que se había visto de romper el cráneo a el anciano soberbio. cuando lo hubo oído le dijo con buen humor:
— no sabéis todavía el modo de hacer cuanto queráis con un viejo español. me parece que habréis hablado mucho y hecho demasiados cumplimientos: los tienen un horror instintivo a todo lo que es agasajos; les gusta que el enemigo o amigo sea franco y de una pieza, que caiga pronto a el terreno positivo de todas las situaciones, y vos habéis empezado probablemente por indignar a dirigiendo cumplimientos y tiernas miradas sobre su hija. ya veréis como me porto yo: vamos allá; es preciso trasbordar pronto la carga de ese cagafuego o cagaoro ( dijo riendo se a carcajadas ) para incendiar le y seguir nuestro crucero. vais a ver con qué facilidad me traigo a : vos no sabíais lo que yo sé, es avaro como un . cuando yo me lo traiga aquí, haced que el resto de la familia se trasborde a vuestro buque porque aquí me trastornarían el orden de mis trabajos, además de que pronto los echaremos a tierra.
— ¡cómo!... no pensáis llevar los a .
— ¡dios me libre, !... ¿y para qué?... ¡nos basta con los zurrones, hijo mío!
se quedó callado y pensativo.
volvió a llenar de brandy las dos copas; y convidando a con una de ellas:
— ¡bebed! — le dijo —: ¡os habéis portado como un bravo! doscientas mil libras por lo menos os van a tocar de la presa. ¿creéis que me importan un bledo los registros de ese viejo maniaco?... ¡no, ! aquí tengo ( dijo golpeando sobre su cartera ) un resumen exacto de todo.
— ¿os lo dio el negro también?...
— ¡no, ! me lo dio mi ingenio y mi política. ahora verán los que nos trataban de locos aventureros en nuestra patria, todo lo que puede hacer se con voluntad y pertinacia. vendrá un día en que os revelaré el misterio, y veréis con cuántos trabajos y con cuántas medidas me preparo estos golpes de fortuna. vos sois mi hijo, : y seréis el heredero de mi obra: os he visto en la acción, y os digo que nadie os igualará como marino; ¡ya veréis el ruido con que voy a volver vuestro noble nombre a la corte de nuestra soberana!... ¡bebamos a vuestra gloria!
un rayo de orgullo atravesó la fisonomía de el joven lord a el oír estas palabras, y golpeando su copa sobre la de su jefe, bebió.
— vamos, , a ordenar el trasbordo; dijo levantando se y poniendo se su gorra.
— vamos, milord.
y ambos salieron de la cámara.
a el costado derecho de el flotaba una hermosa lancha, a la que bajó mientras que iba a tomar su asiento en la que lo había traído.
cuando subió a el navío capturado, arrugó de un modo formidable las cejas, puso torva y feroz la mirada, y ordenó que se emprendiese el trasbordo con todas las lanchas y los botes de los tres buques.
dejando a encargado de la inspección inmediata de el trabajo, bajó a la cámara y entró sin saludar a nadie.
— ¡ ! — dijo encarando con imperio a , ( que lo miró sorprendido a el oír se llamar por su nombre ) — el caudal que veníais custodiando se trasborda en este momento a mi buque.
— desde que lo hacéis a fuer de salteador, yo no lo puedo impedir.
— pero como os voy a echar a tierra en la primera costa en que toquemos, es necesario que veáis lo que os tomo para que os pueda documentar en regla.
estas palabras produjeron una revolución súbita en la cara de el anciano, que dijo con un visible interés:
— ¿lo decís formalmente?
— ¿y por qué no?... pudiera tocar mañana a algún navío de vuestro amo, la fortuna de apresar alguno de los buques de el rico ; y yo soy amigo de ofrecer revancha a mis enemigos; entonces presentarías vuestra letra, y...
— ¡id en hora mala! ¡y jugad con el diablo, si os place!
— ¿desconfiáis de el poder de vuestro amo, para exterminar a un pobre pirata como yo?
que había vuelto a tomar su gesto torvo, no respondió.
— ¡mirad, anciano! — le dijo — reflexiono ahora que es muy probable que todo el caudal que llevaba este buque no fuese de solo tu rey: quizá había alguna parte vuestra y de vuestros amigos los comerciantes de : esto es natural a el menos: y os voy a documentar por el doble de lo vuestro, y por lo que fuere de vuestros amigos. supongo que con un documento de mi puño y letra os bastará para que se os indemnice de lo que habéis sufrido en servicio de vuestro amo.
la fisonomía de cambiaba de más en más. la duda, el contento y la esperanza se disputaban el hogar de sus miradas.
— ¡ya veréis qué certificados os doy! — añadió ; y fingiendo a el momento una resolución repentina hizo ademán de subir se a la cubierta.
— ¡esperad! — le dijo con anhelo .
pero se había subido ya; y no pudiendo contener el anciano su inquietud, lo siguió también dejando a su familia, con la esperanza de que adelantase algo más la benigna generosidad de que parecía animado.
estaba ya a el lado de cuando le alcanzó.
— decid me ( le dijo este tomando le de el brazo ) ya que robáis tanto a mi rey, ¿por qué me robáis a mí también?
— ¿yo os robo? — le dijo mirando lo de arriba a bajo.
— ¡si me quitáis mi dinero, me robáis!
— ¿es acaso vuestro lo que sacáis a el mar con la bandera de mi enemigo, de el que me robó inicuamente sin riesgo ni razón? ¿podéis contar como vuestro lo que quitamos de vuestro rey a riesgo de nuestra vida, y con el derecho que nos da la ley de las represalias? ¿por qué no os protege él mejor de lo que veis?
había escuchado con interés pero en silencio hasta entonces; tomando empero parte en la discusión, dijo dirigiendo se a su jefe:
— ¡ ! ¿tratáis de algún dinero perteneciente a este anciano?
— él a el menos se empeña, como veis, en salvar lo que dice que le pertenece, le respondió .
— ¡pues, milord! ( dijo levantando con nobleza su cabeza ) ¡haced que ese dinero caiga en la parte de botín que a mí me toque, y devolved lo porque yo renuncio a él!
— ¡ !
— si obrando así, estoy en mi derecho, dejad me hacer a mi antojo.
calló, y volviendo se a le dijo:
— ya veis, anciano, que para todo esto tenemos que arreglar nuestras cuentas.
— es hacer lo pronto por los libros: todo está asentado en regla; os los voy a mostrar, dijo con rapidez.
— no tengo tiempo. venid conmigo si queréis... ¿os espero? — le dijo haciendo ademán de bajar a su lancha.
no se hizo repetir dos veces la indicación; bajó presuroso a la , recogió todos sus libros, y salió cubriendo se la cabeza, cuando tomaba asiento ya a la popa de su lancha; la que así que bajó aquel, se separó de el casco de el en dirección a el .
el pirata inglés no era, en cuanto a bienes terrenales, de la misma escuela que el caballero e inexperto . no era pues liviana la tarea que el viejo español había emprendido a el consentir en debatir con él sus cuentas y las de el comercio de . , además, tenía un interés positivo en llevar se a su bordo a ; porque este hombre era depositario por su empleo de una gran parte de las operaciones comerciales y fiscales de el , de lo que el inglés pensaba aprovechar se sonsacando le diestramente los datos de que necesitaba para combinar sus futuras correrías.
de todos modos, nosotros vamos a retirar nuestra atención de el . un debate sobre cuentas es de suyo demasiado anti — novelesco en este siglo, para que podamos pensar en que sus detalles interesen a alguno de nuestros lectores. en la novela, como en la historia, el interés dramático de los sucesos es naturalmente viajero y emigrante; y acaba de ser trasbordada con el resto de su familia a la agilísima goleta que manda , blanco por ahora de todo nuestro drama.
cuando concluyó el trasbordo de los zurrones de onzas de oro y de pesos fuertes que constituían el cargamento de el , era ya de noche. un viento recio que aumentaba por instantes, iba sucediendo a la bonanza que había reinado por dos días en aquellos parajes, cuando el buque de hizo la señal de poner se a la vela con rumbo a el y costas de el .
el casco de el había sido incendiado por los marineros de la última lancha que se había separado de su costado; y en muy pocos instantes el fuego había crecido a términos que parecían subir hasta el cielo las voraces llamaradas que vomitaba el sombrío esqueleto de el navío.
el rumor colérico con que empezaban a agitar se las aguas de el parecía venir como un rugido sordo desde todos los horizontes alumbrados por el reflejo sanguinolento de el incendio.
arrebatados entretanto por la fuerza de el viento los buques de el hereje, como dos blancas gaviotas, se alejaban de el trofeo ardiente de su victoria: silenciosos y resueltos, como las aves de la noche, se les veía correr sobre las aguas cual si llevasen la intención de hundir se en las tinieblas impenetrables de el horizonte.
se paseaba solitario y pensativo por el alcázar de su buque: su cabeza parecía inclinada por la grandeza de los proyectos que meditaba: se había propuesto volver a por los mares de la y de la .
sin más testigo de la audacia de sus miras que las tinieblas de la noche, brillaban le los ojos y se grababa en su semblante la intensa concentración de las potencias que denota los grandes momentos de la actividad de el alma: el mundo entero parecía concretado bajo la mirada de el célebre marino mientras que los golpes de el viento hacían ondular las plumas de su gorra y flamear sus largos cabellos.
el interés que inspiran los grandes hombres y las grandes empresas es un patrimonio de todos; y bajo ese punto de vista, que debe ser un dogma para el escritor de conciencia, sería un atentado de parte de el novelista adulterar el contenido de esa preciosa herencia de la humanidad. por lo que a mí hace puedo jurar a mis lectores que he seguido paso a paso la historia de los acontecimientos que forma el fondo de mi trabajo. no es una invención mía, no, el orden de los sucesos que se ha leído: y ese mismo cuya gentil figura está destinada a concentrar todo el interés novelesco de este escrito, se halla muy lejos de ser una mera ficción de mi fantasía.
, la buena mujer de y , estaba en una cruel alarma a el ver se separada de su marido. la imaginación le inspiraba los más ridículos temores; y no sabiendo como tener a raya su duelo, se abandonaba a los lamentos con tal extremo que traía no poco conturbado a el pobre . era en balde que el joven no cesase de hacer le las más solemnes protestas de quietud: le aseguraba con su vida que estaba perfectamente bueno y tranquilo en el , pero nada conseguía porque lloraba a su marido como muerto: su hija creía en las palabras de ; mas como veía tan afligida a su madre, lloraba también sin consuelo.
el estado de el mar no permitía echar bote a el agua. había además cierta prisa intencional en la marcha de el almirante; y las ocurrencias futuras van a justificar, según creo, la sagacidad que él probaba a el conducir se así.
pasó en una grande mortificación la primera noche de este crucero; así es que a el día siguiente decidió poner se a el habla con el para que viese a su marido y pudiese así resignar se a esta separación accidental.
como estaba ya profundamente picado de su joven prisionera, nada deseaba menos que la ocasión de separar se de ella. las auras de el mar son como las de los campos, y avivan de una manera extraordinaria las impresiones de el amor. el joven inglés no podía resignar se a la idea de volver a ver se solo dentro de su buque después de haber lo tenido alumbrado por el bellísimo rostro de la limeña. seguro de que el mar no permitía trasbordos, y resuelto a mantener se a diestras distancias en lo sucesivo para detentar su adquisición, creyó que lo mejor era aprovechar de el momento para tranquilizar a las damas: y con esa mira mandó hacer señales, que luego fueron comprendidas de su jefe.
el manejó su marcha en consecuencia, para que la pudiese pasar a diez varas de su popa.
y su hija vieron pues a parado en el alcázar de el con un semblante tranquilo y libre de toda preocupación. , a quien el cielo había adornado de una galantería exquisita, puso afablemente una de sus manos sobre el hombro de el viejo, y saludando con la otra a las señoras, les gritó con una voz sólida y vigorosa,
— ¡ya somos buenos amigos!
el viejo español inclinó la cabeza en señal de asentimiento, pero era clara la soberbia reserva en que dejaba sus verdaderas simpatías por el nuevo amigo.
los dos buques entretanto, pasada esta breve cercanía, apartaban ya su marcha, y alzados o hundidos alternativamente por las continuas olas de el mar, volvían a tomar sus respectivas líneas como dos ballenas que hacen silenciosas su camino.
un momento bastó para que la reacción se produjera en el alma candorosa de la buena vieja. a pesar de el marco que la aquejaba, el gozo de haber visto contento y libre a su marido se sobrepuso a todo, y hasta sintió apetito de comer, por primera vez después que se había embarcado. tuvo para con ella tantas y tan delicadas atenciones, que la buena señora ( que a el fin era mujer e inclinada como lo son todas a la fe y a la benevolencia ) empezó a dejar se ganar de cierta especie de afecto por aquel inglés tan caballero.
tenía en efecto grandes motivos para estar satisfecho de . no solo el hereje lo había documentado en regla por toda la partida de barras que le había tomado, sino que le había asegurado el reembolso de las que a él le correspondían. le había hecho también la oferta formal de poner lo en tierra en la primera ocasión, o de trasbordar lo cuando menos a el primer buque español que apresasen, dando le un salvo conducto que pudiera servir lo de garantía en caso de un nuevo encuentro con la que cruzaba separada de el almirante. no se había hecho repetir dos veces estas ofertas, y tenía ya en su cartera todos los documentos relativos a su realización.
le había dicho que si la ocasión de el trasbordo era oportuna le entregaría los metales que le debían ser devueltos para que los llevase consigo. pero el viejo era demasiado astuto para aceptar sin maduro examen semejante liberalidad; si la aceptaba, observó, quedaría un tanto comprometido con su rey y sus comitentes, pues era de inspirar dudas, y tal vez era más que peligroso, regresar con lo suyo salvado, y lo ajeno perdido. convinieron pues, en que pondría reservadamente en esos fondos sobre la casa genovesa domingo y , que como se verá más adelante jugaba un rol extraordinario en los negocios de .
pensaba que con toda libertad de conciencia podía entrar en esta intriga cuyo único objeto era recibir lo restituido; pero no podía a el mismo tiempo arrojar de su espíritu las vagas tribulaciones que se le venían de que si era descubierto el negocio, fuese desnaturalizado por la calumnia, y le trajese malas consecuencias. preocupado y temeroso con estas dudas, las consultaba a cada instante con , estableciendo se así una verdadera confidencia entre ambos. lo dejaba libre siempre para que eligiera lo que le pareciese mejor asegurando le que podía contar con la lealtad de sus amigos de . se ratificaba con esto en el arreglo, pero volvía a cavilar sobre las consecuencias, y volvía a necesitar, para tranquilizar se, de el consejo y de las palabras aquietantes de ; por cuya causa estaba más satisfecho de ir con él, que lejos de él.
tres a cuatro días pasaron sin que hubiese habido variación visible en el orden de cosas que hemos pintado dentro de cada uno de los dos buques ingleses.
mas no había sido lo mismo para el corazón de . desde los primeros instantes de su conocimiento con , había notado ella la pertinacia de las miradas con que este la perseguía. esas miradas venían sobre ella con una fuerza inexplicable: la herían, la penetraban, la hacían enrojecer como si tocasen ardientes la delicada niña de sus ojos. en el principio ella las había esquivado bajando tímida y modestamente sus bellísimos párpados; pero aguijoneada por la curiosidad, movida por una emoción interna más fuerte que su voluntad, había cedido a cada instante a el deseo de sondar aquel misterio, y había encontrado siempre el ojo estático y fascinante de el inglés, clavado sobre sus pupilas vacilantes. era así como habían concluido por mirar se uno y otro a cada instante.
era suma la turbación que este drama mudo causaba en . no podía ella negar se que estaba dominada e inquieta; mil cavilaciones vagas y singulares la asaltaban sin cesar, y las horas mismas de el sueño habían venido a ceder su imperio a las agitaciones de aquella persecución tan tenaz y tan tierna a el mismo tiempo. sin que lo hubiese podido remediar había venido a establecer se entre ella y una especie de inteligencia acordada por el lenguaje supremo de los ojos.
se había apercibido muy pronto con su sagacidad ordinaria, de esta nueva situación de su señorita; y espiaba con anhelo un momento en que la madre durmiera para promover conversación sobre el asunto. no tardó en tener la, y acercando se a el camarote en que cavilaba, le dio un beso en las mejillas, y le dijo a media voz:
— ¿con qué tenemos grandes cosas?
— ¿grandes cosas? ¿cuáles?
— ¿le parece que soy tonta?
— bien sé que no lo eres, .
— ¿y por qué me lo quiere usted negar entonces?
— ¿y qué te quiero yo negar, mujer?
— ¡bien lo sabe usted!... ¡no está enamorado de usted el inglesito?
— ¿te ha parecido así de veras? — preguntó con interés.
— ¡vaya si me ha parecido!... y tenga usted cuidado, porque lo ha notado mejor que yo.
— ¡qué me importa a mí de !
— ¿cómo?... ¡eso quiere decir mucho! a decir le la verdad: me ha parecido que usted estaba tan enamorada de , como de usted, y de veras que los dos son un par de ángeles, agregó la zamba dando un nuevo beso a su señorita.
— ¡calla, mujer! me dejas fría hablando así; respondió la niña un tanto confundida.
— ¡mire eso! ¿y qué tiene?
— tiene mucho, . ¿te parece que el señor se había de poner a querer me a mí?
— ¿y qué más puede querer?... muy honrado se hallaría en eso; apuesto a que en su vida ha visto una niña más linda que su merced; le decía la zamba pasando le la mano sobre el cabello.
— ¡no delires, !... ¡me parece que tiene más orgullo!...
— ¡qué!... ¡cuándo el pobre está allí todo el día como un tonto por mirar la a usted un momento!
— querrá divertir se, hija. ya ves que aquí no es extraño que se fije en mí desde que no tiene otras en quienes fijar se.
— usted misma no lo cree así; y estoy cierta que gusta usted de él; se le conoce a usted por encima de la ropa: ya le he dicho a usted que no soy tonta: deje se usted de gazmoñerías conmigo, ¡ingrata!
— mira, , no te lo quiero negar. estoy pensativa y muy inquieta con ese tesón que el señor tiene para buscar mis ojos. hace días que no duermo, porque tengo dentro de mi alma un vacío, una cosa inexplicable. ¡tiene una figura tan bella! ¡unos modales tan delicados!... ¡de veras, hija, no sé lo que me pasa! y estoy en una cruel ansiedad sin que sepa por qué ni lo que quiero.
— ¡pero todo eso no es más que amor, niña!
— ¡no seas mala, !... en vez de consolar me me matas: dijo la niña con tristeza.
— ¿y por qué, señorita?... ya verá usted cuando él se explique. estoy tan cierta de que está loco por usted como de que estoy aquí.
se quedó en silencio, y como cavilosa: después de un rato, dijo:
— supón te que sea cierto ¿qué harías tú?
— ¡pues es buena la pregunta!... eso se lo debe preguntar usted a este corazón; — respondió la zamba poniendo su palma de la mano en el pecho de la niña. ¡vamos, corazón! — dijo con donaire —, ¿gustas de que te quiera? ¿sí o no?... dice que sí, señorita.
— ¡deja me, loca!... te juro que cuando pienso en esto con calma me lleno de tristeza. ¡es imposible que me quiera! querrá divertir se o pasar el tiempo.
— es cierto que pensando lo bien ( dijo reflexionando ) no puede ser de otro modo. pero a su merced, ¿qué le importa eso?... es sabido que él, a el fin, se ha de ir a su tierra y nosotros a ; pero mientras tanto, habrá tenido usted a sus órdenes un ; y después habrá siempre tiempo para casar se con .
— ¡eso no, ! — dijo con viveza —; ¡más bien me haría monja!
— ¿y por qué? no hace mucho que usted me decía que no le inspiraba a usted repugnancia.
— ¡pero ahora me la inspira invencible! y no me casaré nunca con él; te lo juro.
— no tiene usted necesidad de jurar lo. bien sé que usted es hija de su padre cuando quiere.
— ¡no me hables más de eso, !
— sí, hablemos de el señor .
— ¡mira, que eres porfiada!... solo en tu aprensión puede caber ese interés, que según tú, tiene él por mí.
— no, niña... no es aprensión, está enamorado de su merced.
— ¿y qué harías tú en mi caso?
— ¡si yo fuese su merced ( dijo con un candor lleno de lealtad ) no podría menos que amar a ese hermoso caballero!... ¡es tan lindo y tan gallardo!
le apretó la mano con una sonrisa celestial, y pareció absorta en una profunda cavilación; después de un rato, dijo:
— ¡ ! si te dijera que no lo quería, mi corazón me diría que mentía; pero mis labios se niegan a el mismo tiempo a asegurar te que lo quiero.
— ¡pues es curioso! ahí tiene usted un enredo que no comprendo.
— y sin embargo, es la verdad.
— ¿y por qué no dice usted lo que el corazón le dicta?
— porque no puedo; no puedo, ni sé si me dice la verdad.
— ¡qué! el corazón nunca miente.
— ¡te engañas! a mí ya me ha mentido varias veces.
— ¡picarona! ¿eh?