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mi querido : como te dije en mi anterior, por ayer debía llegar de la hacienda de su familia, a donde se había retirado por consejo de nuestro buen . estaba consternadísimo y alarmado, con las funestas noticias que el cura le comunicó, sobre el estado de la salud de un hijo, que ama mucho más aún después de la sensible muerte de . el doctor y yo esperábamos el momento crítico, desde las cinco de la tarde... a el toque de las oraciones de la noche llegó en efecto... ¡ay, querido amigo! me es imposible explicar te la impresión que en mi ánimo causó la presencia de nuestro amigo, de el compañero de nuestra infancia, y en quienes todos tenían tantas y tan fundadas esperanzas. no hay remedio. la fatal enfermedad se ha desarrollado espantosamente, y en opinión de el doctor, no existe poder sobre la tierra, que sea capaz de cortar su rápido progreso, pues que la ciencia sólo sería parte a prolongar la penosa agonía que le espera. el infeliz hizo algunos esfuerzos para aparecer sereno y jovial, preguntó por sus parientes, me habló de ti, de sus deseos de ver te, de sus dibujos, de la colección de pájaros disecados que ha formado, en fin, de todo lo que más pudiera lisonjear le y agradamos. pero seguramente no supimos ocultar nuestra emoción, que harto la revelaban el aire pensativo de , las lágrimas mal reprimidas de , y mi respiración oprimida y angustiada. ello es que de improviso me tomó la mano, fijó en mí una mirada ardiente, lanzó un profundo gemido, y se arrojó, medio desmayado, en mis brazos: ¡pobre , pobre !
a nuestros esfuerzos, volvió a poco rato de aquel vértigo. procuramos tranquilizar lo, aunque necesitábamos de tanto consuelo como el enfermo, y lo llevamos a la cama. , ese sabio modesto a quien , y especialmente, debe un sinnúmero de bienes: , que mira a con singular predilección, permaneció a el lado de su lecho hasta las diez y media, hora en que yo también me retiré.
no me atrevo a pensar en la tristísima suerte que espera a . tan joven, tan lleno de vida y lozanía, con un brillante porvenir hasta ahora poco... y hoy... ¡qué mundo tan engañoso! está de tal manera desfigurado, que, a pesar de lo prevenidos que estábamos para ver lo en esa horrible situación, nos sorprendió extraordinariamente. su piel arde, y el pulso late con notable desigualdad. su color es lívido a veces, y a veces es de un rojo subidísimo. los ojos están desencajados, el cabello y las cejas han caído casi de el todo. su aliento es pestilente, y las manos y los pies están cubiertos de úlceras pútridas y malignas. ¡qué mutación en tan poco tiempo! ¿quién ha de creer que este de hoy, es aquel joven robusto, galán y lozano, que era el amor y encanto de cuantos lo trataban? ¿cómo ha podido la naturaleza destruir con tal rapidez, y de una manera tan horrible, esa obra suya de las más acabadas?
¡ideas funestas se me presentan, querido ! esta enfermedad casi improvisada, yo sospecho que tiene un origen más antiguo. la decencia, el pudor, el respeto debido a un padre como , acaso han obligado a a no descubrir se, ni aun con nosotros. este es un misterio para mí; pero el doctor lo penetró, aunque tarde, y de allí provino, sin duda, el malhadado viaje a la hacienda de el campo. yo creo que debe escudriñar se todo esto, para ver si es posible, conocida la causa de el mal, arrancar lo de raíz, y salvar una vida tan preciosa. pero no: yo me alucino. no es posible montar de nuevo esta máquina admirable, cuando se han relajado sus poderosos resortes.
no sé, amigo mío: realmente no sé lo que me pasa cuando pienso en ciertas cosas. una catástrofe, en que no me atrevo a fijar mucho la consideración, va a preceder, me parece, a la pérdida de nuestro amigo. el, no hay duda, está «lazarino». imposible es que esto se oculte a la vigilante policía de la ciudad, y ya sabes la rigidez de los reglamentos en este punto, y que no se relajan, ni en favor de la persona más caracterizada. ¿entrevés ya la suerte que espera a nuestro pobre amigo? ¡ a que me equivocase! yo daría hasta la última gota de mi sangre, para que se librase de esa suerte tan infausta.
en este momento recibo un billete de nuestro buen , en que me invita con empeño a pasar a su casa. algo ocurre, amigo mío. yo suspendo aquí mi carta, para continuar la a mi vuelta. no me despido.
somos a 10
¡veinticuatro horas de borrasca! ¡qué día y qué noche! todo está consumado. la crisis ha sido violenta, horrible; pero gracias a que pasó, y el pobre enfermo, después de una lucha espantosa, se ha resignado con la voluntad divina.
la pintura que en su billete me hacía de el crítico estado de nuestro amigo, me obligó a apresurar el paso, y llegué a la vez que entraban , el padre y el cura ***, provocados estos dos últimos por el primero, a fin de que, poniendo se de acuerdo, se dedicasen los tres, todos ellos insignes médicos, a la curación de el pobre , si había alguna esperanza de buen éxito. a súplica de el afligidísimo , pasé inmediatamente a la alcoba de el enfermo, a quien encontré arrodillado a el pie de su cama, con la cabeza sobre ella, envuelta entre las sábanas, y lanzando tan hondos gemidos, que partían el corazón. me detuve unos momentos contemplando aquel espectáculo lastimoso. yo no podía articular una sola palabra; pero hizo un movimiento y me vio. corrió hacia mí con los brazos abiertos, e iba yo a recibir lo, y estrechar lo entre los míos, cuando de improviso se detuvo y — no, no — me gritó — no debo abrazar te si soy tu amigo. ya no hay padre, no hay familia, no hay amigos, no hay mundo para mí. todo se ha acabado en un momento. yo estoy «lazarino», enteramente «lazarino», leproso, proscrito de la sociedad, muerto civilmente. ¡dios mío! ¡muero, estando vivo aún! ¿por qué permites que yo conozca la extensión de mi desgracia, haciendo así que sufra multiplicados martirios? ¿tan grande ha sido mi culpa, que me condenas a un castigo tan atroz, tan odioso, tan insoportable? , perdón, mío... yo soy un necio; pero esta prueba es durísima. — lleno de amargura, y casi sollozando, interrumpí aquel arrebato, y a pesar de su abierta resistencia, lo abracé y estreché contra mi corazón, y se mezclaron nuestras lágrimas; pero no pude por entonces articular la más ligera expresión de consuelo. ¡tan conmovido me encontraba en aquel lance, que duró más de media hora! pasado este tiempo, nos sentamos en silencio, que se prolongó algunos minutos más; y mientras los médicos conferenciaban largamente en la sala, pasaba entre nosotros otro diálogo no menos triste. fue el primero que rompió el silencio, después de aquel acceso.
— si fueras como aquellos amigos de , ahora te tocaría hablar, querido . me dirías: ¿qué sé yo lo que me dirías? me dirías tal vez, que «los que obran iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, perecieron a el soplo de , y fueron consumidos por el viento de su ira».
— pero, amigo mío, ¿por qué había yo de decir te eso? ¿por qué te había de hacer una acusación tan injusta?
— mira, , yo debo pagar mis culpas. dios sabe lo que hace. ¿por qué no he de conformar me con mi actual estado? a ratos me encuentro tan resignado con él, que dejo materialmente de sentir toda su amargura... bien: viviré aislado, no veré los objetos más caros a mi corazón; pero yo os escribiré a todos... leeré mis buenos libros... me pasearé por las espléndidas orillas de el mar. ¡qué hermoso es el mar! se habrán acabado mis ilusiones y proyectos; pero viviré de recuerdos gratísimos. no es lo mismo una existencia que otra... es verdad, bien lo veo, y harto lo entiendo así; pero moriré... sí... moriré pronto, es decir, dentro de dos años, dentro de uno tal vez... o menos. ¡moriré joven, muy joven, cuando se comienza a vivir! no importa: en sonando la hora fatal, ¿qué más da haber vivido ciento, que veintitrés años? en ese momento todo es igual: absolutamente igual.
— por , , no te atormentes así, ni nos hagas sufrir con semejantes discursos. tú estás enfermo, es verdad; pero tu mal no es incurable, y yo tengo esperanza...
— ¡esperanza! ¡esperanza para un «lazarino»! ¿qué hablas tú de esperanza, mal amigo? para mí... no hay esperanza.
— ¿y por qué no? además: ¿quién te ha dicho que tú estás «lazarino»? aun cuando tuvieras la desgracia de estar lo, yo he oído decir que suele curar se esa enfermedad, y sé de algunos casos en que el arte ha superado toda la resistencia que ofrecen los malos humores de un «lazarino». todo lo hace el método, el buen régimen de vida, y sobre todo la juventud, que tiene mil medios para resistir una larga curación. no te desanimes, mío, y procura moderar esa tu imaginación volcánica. acuerda te que tienes padre, que tienes familia y amigos.
— ¡ah , tú también quieres alucinar me! no sabes, amigo mío, el mal que me haces. te agradezco esas palabras de consuelo, mi querido ; pero yo te ruego que no me las repitas, porque desconcertarías mis cálculos todos.
— no quería ser indiscreto; pero...
— ¡ah, no, no es eso! tú conoces, ¡imposible fuera que no lo conocieras!, que yo estoy «lazarino», y que un «lazarino» tiene que ir a el hospital de , a vivir y morir con los lazarinos, a comer y dormir con ellos... ¡ , método, juventud! todo esto no importa nada, cuando el mal está desarrollado. escucha me amigo . yo caí en una fragilidad vergonzosa, cometí una culpa que me proporcionó una mala compañía: me precipité, caí en un fango inmundo y tuve... el «gálico». ¿lo sabías? pues bien, sabe lo hoy. cuando yo me vi en tal estado, la vergüenza y el arrepentimiento vinieron; pero vinieron tarde. no quise descubrir me a mis amigos, y a el doctor y mi familia mucho menos. por ciertos medios que me facilitó un antiguo libertino, uno de esos infames, avezados a todo linaje de maldades, logré que desapareciesen las señales exteriores de esa maligna enfermedad, y mi sangre y mis humores todos se volvieron veneno, ponzoña horrible, qué ha estado corroyendo los resortes de mi vida. yo lo sé mejor que tú, : yo estoy «lazarino» sin remedio: yo debo morir de esta enfermedad espantosa; porque el pobre «lazarino», quiero decir, el que padece de una enfermedad como la mía, el «lazarino», es horroroso por todas sus circunstancias. ¿piensas acaso que no he observado el origen, progresos y estado presente de mi dolencia? ¿crees que desde el punto en que yo previ su término, me he figurado un momento que tendría otro remedio que la muerte? es que alguna ocasión solía alucinar me a mí mismo; pero así como en los locos habituales, un intervalo lúcido pasa con rapidez, como desapercibido, así esa ilusión se disipaba a el instante. por lo que es resignación, te lo diré francamente... no estoy todavía bastantemente resignado. tengo momentos... yo no sé. en los pocos días que pasé en la hacienda, y en cuyo tiempo el mal se ha presentado ya de frente, no me ha sido posible habituar me a esa resignación, de que tanto necesito. ¡si supieras cuán doloroso es perder lo todo de un solo golpe!... ¡si leyeras aquí, aquí en mi corazón, todo cuanto pasa en él! ¡si penetraras en lo interior de mi cerebro, y vieras una a una las imágenes siniestras y espantosas que en él se pintan! ¡si vieras el tropel inmenso de ideas que en un momento se me ofrecen! , luto, sangre, angustias, agonías... todo me agobia horriblemente, amigo mío, todo me atormenta; pero ¡qué tormentos tan crueles, misericordioso, qué tormentos tan crudos para una débil criatura! , mío, piedad... piedad...
y se levantó en el acto, en ese acto de delirio que comenzaba de nuevo; y con el rostro notablemente encendido, midió diez o doce veces la estancia con sus pasos precipitados. no puedo ni bosquejar te este cuarto, mi querido , ni sé en lo que habría terminado la escena, si felizmente no la hubieran interrumpido los tres médicos.
el cura ***, que tiene un ojo penetrante, y un tacto delicadísimo para conocer y calificar las enfermedades más graves e intensas, no bien hubo observado el semblante de el enfermo, se mordió los labios, y en su mirada escudriñadora leí la fatal sentencia de nuestro amigo. seguía profundamente pensativo, sin poder ocultar su emoción. más sereno y apacible, más risueño, el padre hizo una serie de preguntas, cuyas respuestas parecían satisfacer le mucho; y hasta yo mismo llegué por un momento a persuadir me que algo podría conseguir se. la «consulta» que tuvieron los tres, a el medio día, me hizo perder definitivamente toda esperanza, y desde entonces sólo pensamos en los preparativos para el ominoso viaje a el hospital de .
los médicos volvieron, a el cerrar la tarde, a notificar su dictamen a el paciente, porque era preciso, y porque en eso tenían grave responsabilidad si hubieran dejado de hacer lo. además creimos prudente que no debía malograr se la oportunidad de aquel momento, en que : estaba tranquilo, y profundamente convencido de la malignidad de su dolencia; y de la necesidad de someter se a los reglamentos de la policía. felizmente, durante la visita, no tuvo ningún arrebato.
— no me oculten ustedes nada — decía a los médicos —, porque sería inútil. hablen me con entera libertad y franqueza, pues yo tengo que arreglar algunos asuntos, antes de partir para . yo sé que estoy «lazarino»: que los «lazarinos» deben de ir a sepultar se vivos en , porque su mal no tiene remedio, y porque las leyes, no sé yo si buenas o malas, han proscrito a los pobres leprosos. ¿pero este viaje deberá ser pronto, mañana, de aquí a dos días? concedan me ocho no más, sí es posible, y partiré gustosísimo, es decir, no precisamente gustosísimo, pero sí consolado.
como debes suponer, los médicos, principalmente , se enternecieron, y le prodigaron todos los consuelos imaginables. el padre le aseguró que podía disponer de quince días, pues a el efecto iba a dar pasos de éxito seguro. algunas lágrimas no más se cruzaron a el terminar esta escena. ¡ese padre , qué alma tan ardiente y apasionada tiene! joven, como es, ¡qué conocimiento tan profundo posee de los males de la vida, y de ¡as miserias de la pobre humanidad! ¡qué delicadeza y miramiento para sentar la mano sobre las llagas de el corazón!
después que salieron los médicos, me dijo con solemnidad: — preguntabas, , que ¿quién me había dicho que yo estaba «lazarino»? ya lo oíste: deja me, pues, meditar en las postrimerías de el hombre. — sentó se en una poltrona, y desde aquel momento comenzó una agonía horrible, fatigosa y angustiada. una especie de estertor, convulsivo y anheloso, se apoderó de el enfermo, que duró desde las siete de la noche, hasta la una de la mañana. ¡seis horas de martirio! en todo ese tiempo no habló una sola palabra. gruesas lágrimas brotaban de sus ojos, medio cerrados. ninguno de los circunstantes se atrevía a hacer el más ligero ruido. volvió pronto, colocó su silla a el lado de el paciente, y no abandonó el pulso de éste, mientras duró el deliquio. — no hay cuidado — nos decía el doctor en voz remisa —, no hay cuidado: es una crisis moral, que pronto va a pasar. no hay fiebre... — pasó en efecto; pero las primeras palabras de , fueron palabras de maldición; una blasfemia. ese fue el término de la crisis, que, por lo pronto, nos hizo creer que había degenerado en un delirio funesto.
— ¿dios implacable, formar te a la criatura para recrear te en sus tormentos? ¡perezca el día en que vi la primera luz!
— ¡cómo es eso, hijo mío! — gritó —. ¿son dignas esas palabras horribles de un hijo mío, de un hijo educado en las máximas santas de el cristianismo? ¿piensas acaso, hijo infeliz, que los sufrimientos, que la angustia y el dolor de tu padre, son inferiores a los que tú padeces? ¿no me ves resignado con la voluntad de el , y bendecir lo, y adorar lo...?
interrumpió este discurso, arrojando se a los pies de : — , mío: perdón, padre mío — gritaba sollozando. — ¡ah! no puedo concluir esta pintura.
de allí en adelante, la escena cambió. a excepción de una u otra ligera ráfaga de exaltación, la voz, los ademanes y los discursos de , eran tranquilos, dulces y tiernos. sus reflexiones eran profundamente filosóficas; y cuando hablaba de el mundo, de la vida y de sus encantos, se me figuraba oír oráculos y sentencias de la venerable antigüedad. ¡qué alma tan bella y tan sensible! ¡qué pérdida tan irreparable vamos a sufrir, mi caro amigo! puedes suponer cómo nos hallaremos todos en este momento, en que, por la novedad, nuestras almas no pueden acostumbrar se aún a estas primeras impresiones, tan tristes como profundas. excusado me parece decir te cuál es la situación de el contristadísimo . figura te lo horroroso de la enfermedad, el amor que tienen a todos los suyos; y por lo que tú experimentes a el saber esta triste y lamentable historia, podrás inferir lo que pasa en aquella casa, antes morada de la paz, de la alegría y de el contento... y hoy... ¡ , mi querido , y pobres nosotros que vamos a perder lo!
a las siete de la mañana me retiré. me dijo que iba a descansar para escribir te. lo dejé profundamente dormido, y yo vine a reparar me algo de la mala noche. he dormido en efecto cuatro buenas horas, antes de concluir esta carta, que comencé a escribir te ayer muy temprano. conserva te bueno, amigo mío. se me pasaba decir te que me encargó te previniese, de su parte, que realices, o no, la última factura que te remitió a esa plaza en la goleta de , procures venir en el primer buque americano que se te proporcione, si no pudiese ser en la misma goleta de . nunca podrá verificar se esto antes de la partida de ; pero de todos modos, es preciso que obsequies la insinuación de tu deudo y favorecedor , abandonando allí los negocios, para que vengas a consolar a este padre afligidísimo, que pronto va a ver se privado de su hijo.
adiós. si te escribiese , te incluiré su carta dentro de la mía. tu invariable amigo, que te espera cuanto antes, para abrazar te y llorar juntos.
mío querido: acuerde me, como si hoy pasara el suceso, que siendo nosotros muy niños, nos llevó el negro a una fiesta, que los frailes solemnizaban en . era de noche, y en medio de las músicas, de los gritos de júbilo, de los aplausos, y de un estrepitoso repique de campanas, comenzó a elevar se un vistosísimo globo, inflado de humo, y sembrado de luminarias y banderolas. era éste, sin embargo de sencillo, espectáculo muy raro entonces en la ciudad. todos anunciaban que el globo se perdería en las nubes; y más de seis mil personas coronaron las murallas de la ciudadela, y las azoteas inmediatas... de improviso, una ráfaga de aire hizo columpiar se a el globo con violencia... cien rápidas oscilaciones siguieron... la cestilla, llena de betún y de materias inflamables, se volcó dentro de el globo, y en veinte segundos se inflamó aquel coloso, se redujo a pavesas, y todo quedó sumido en obscuridad espantosa, después de haber se iluminado brillantemente la atmósfera. las gentes se dispersaron en silencio, y tú y yo llorábamos amargamente, porque el globo había concluido su carrera, cuando la comenzaba aún. yo no sé por qué este suceso, tan insignificante en sí, hizo en mi alma tan profunda impresión: ello es que siempre lo he recordado con un vago afecto de pavor y espanto. acaso un fatal presentimiento me anunciaba que en aquel globo debía ver, sin comprender lo, la imagen o la alegoría de mi corta existencia.
tal vez te sorprenderá esta última especie, y la seguridad con que te la refiero. nada es, sin embargo, más cierto, querido amigo. has de saber que yo estoy «lazarino», que tengo que abandonar lo todo, pasar los pocos días que me quedan en la tierra, lejos de cuanto he amado en el mundo, y morir en el solitario hospital de , en medio de los más agudos dolores y sufrimientos, cubierto de miseria y podredumbre. ¡tal es la tristísima suerte que me espera! ¡se acabó todo para mí! la creación ha desaparecido súbitamente a mis ojos, en el momento mismo en que yo comenzaba a conocer y a apreciar sus bellezas. ¡yo estoy «lazarino»! ¿sabes tú todavía lo que es un «lazarino»? figura te un hombre cubierto de pústulas malignas, que destilan cierto licor acre y corrosivo, de un fetor espantoso: la piel escamosa, y sembrada de grietas: calvo, sin cejas, y la nariz deprimida: las orejas prolongadas, los pies adoloridos, las manos contraídas, y hecho un volcán el cerebro. allí tienes un mal acabado retrato de lo que viene a ser el infeliz acometido de esta espantosa y mortífera enfermedad, para la cual ¡oh idea horrible! no hay remedio conocido. imagina te a el pobre «lazarino», que las leyes no pueden tolerar, por un temor, fundado o infundado, de que el mal se comunique a otras personas, y se generalice en la población: imagina te, digo, a el pobre «lazarino» en la flor de su edad, arrebatado, por una policía vigilante, de el seno de sus padres y amigos, llevado a un hospital lejano, aislado, casi solitario, y en donde se come, conversa y duerme con espectros, esto es, con los demás «lanzad nos», que esa misma policía ha encerrado en aquel fúnebre recinto, prohibiendo a todos el acercar se a un lugar, de donde sólo pueden salir veneno; contagio, pestilencia y muerte... ¡oh mío! he aquí un bosquejo de la situación de tu , de tu amigo y compañero inseparable. cuando vivíamos juntos, hasta ahora pocos meses, entregados a el estudio y a la lectura, dibujando hermosos paisajes, haciendo brotar dé la flauta torrentes de suavísima armonía, llenos de salud, de vida y de contento, ¿podrías creer, querido mío, que dentro de tan poco tiempo, ese germen horrible, que se ocultaba en mis entrañas, pudiese desarrollar se con tal rapidez, mezclar se en la masa de mis humores, rendir me de esta manera, y que de un solo golpe arrancase de el corazón mis proyectos, mis ilusiones, mis goces, mi felicidad y mi ventura?
a el despedir me de el mundo para siempre, he creído un deber mío el referir te, aunque tu alma sensible se contriste demasiado, mi situación actual, y los motivos que la han producido. voy a abrir te mi corazón, como lo he verificado ya con , pero te ruego que mientras viva, que será poco tiempo, no reveles a persona alguna los pormenores en que voy a entrar, para ahorrar me la vergüenza de que sepan mis crímenes: porque en tal caso, mis remordimientos serían mayores y más dolorosos, que los que ahora experimento. esto haría insoportable la vida.
recordarás, sin duda, que a pesar de las observaciones de los maestros, para quienes siempre fui dócil: de las amenazas de mis padres, a quienes he rendido la veneración más profunda; y de tus advertencias, que jamás he dejado de escuchar con deferencia y estimación, yo entretenía ciertas relaciones con aquel joven español, que vivía ahora tres años en casa de **, paisano suyo, que por compasión lo había recogido, mientras le era posible proporcionar le una colocación, que ya comenzaba a ser difícil, por las circunstancias políticas de el país. pues este desventurado me encontró un día en la « », de una manera como casual, aunque a mí me pareció que estaba en acecho en una callejuela inmediata, para abordar me a mí, o a el primero que se acercase. ¡la fatalidad me escogió para ser la víctima de aquel impío! entramos luego en conversación: me habló de sus padres, de sus amigos, de su querida patria, de sus desgracias, y después... de su pobreza. supo apoderar se tan bien de mi corazón, que desde aquella hora le ofrecí mi amistad, mi bolsillo, y todos los pocos medios que en su favor podía emplear un hijo de familia como yo. su relato fue para mí tan interesante, que a pesar de haber me suplicado, con mucho calor, que no refiriese a persona alguna su conversación, ni hablase a mis padres de aquella nueva amistad, no me atreví a sospechar de su persona, ni de su conducta. ¡me parecía tan sentido y natural todo cuanto me dijo! ¡qué quieres! ¡yo era tan joven, tan sensible, y he amado con ternura a todos mis semejantes! yo no podía creer que mi generosidad, mi confianza sin límites, pudiese suministrar recursos a un malvado, para perder a un joven inexperto, educado en la más rígida moral, sencillo, y que no había hecho daño a mortal alguno. el libro de el gran mundo, es un libro abierto para todo el género humano, pero no todos podemos leer en él, o, mejor dicho, no todos podemos comprender sus provechosas lecciones, sino después de una dolorosa experiencia. ¡hombre malvado!; a él le debo mis desgracias, mi enfermedad, y mis remordimientos; a él, que sólo obtuvo de mí cariño, amistad, benevolencia y dinero. ve escuchando y horroriza te.
pronto observaron las personas que se interesaban por mí, que me hallaba ligado con aquel mal hombre. fuese que tenían algún antecedente de su conducta, o que, más suspicaces y experimentados, acertasen en sus juicios con más seguridad, ello es, como recordarás, que mis padres me hicieron serias demostraciones, el doctor advertencias muy oportunas, y hasta tú solías increpar me. ¡injusticia de el mundo! exclamaba yo: ¿es posible que un infeliz, sólo por ser lo, se atraiga la aversión hasta de personas sensatas? entretanto, yo guardaba silencio. mis padres me parecieron demasiado escrupulosos, el doctor y tú impertinentes o alucinados. así fue que, con precaución y reserva, yo me dejé arrastrar de mi natural inclinación: estreché más y más mi amistad con aquel desventurado, que reputaba víctima de su desgracia; y continué en su trato, dando le con afecto y cariño todo cuanto necesitaba.
dijo me un día que era casado, y que su esposa, en unión de una hermana que siempre la había acompañado, estaban a punto de llegar.
yo creo que ese hombre vio la sorpresa pintada en mi frente. por la primera vez, dudé algo de la sinceridad de su lenguaje anterior. en efecto: en los minuciosos relatos que de su vida y aventuras me había hecho, jamás me había insinuado la especie de que fuese casado; antes a el contrario, yo me figuré, por lo que me decía frecuentemente, que su emigración y desgracias le habían impedido realizar su matrimonio con una doncella valenciana, a quien amaba con mucha ternura. es que nunca en este punto había sido muy explícito; pero como por sus palabras yo había llegado a entender lo así, después de meditar lo un momento, le hice, de el mejor modo posible, la observación que me ocurría.
— ¡ah! sí, es verdad — me dijo —: confieso humildemente que no le he hablado a usted con la franqueza y claridad que debía; pero, amigo querido, atribuya lo usted a lo que guste, menos a desconfianza, ni a ningún otro siniestro motivo. ¡he recibido tantos golpes, tantos desengaños funestos! esa doncella es mi esposa: ha llegado a la en solicitud mía, porque le informé de mi venida a la , sin designar le el punto: felizmente, o no sé si por mi desgracia, no ha faltado quien le manifestase que yo estaba en , y acabo de recibir, por conducto de un amigo mío, esta carta, que puede usted leer si tiene alguna duda.
sacó de su cartera un pliego, que yo no quise examinar por miramiento. pero él se empeñó en leer su contenido, suplicando me lo escuchase. era una carta muy sentida y apasionada de la que él llamaba su esposa, quien le decía, en conclusión, que en el primer barco se dirigiría a .
— suponga usted, amigo de mi alma — me dijo concluyendo la lectura de la carta —, la sorpresa que esta novedad me ha causado, y el compromiso en que irremisiblemente voy a ver me, sin recursos, sin conexiones, y sin tener a quién confiar me.
había en este modo de decir, cierto aire algo villano, que me desconcertó un tanto. sin embargo, hice un esfuerzo sobre mí mismo, diciendo le:
— usted sabe que, aunque mis padres son medianamente ricos, yo no puedo disponer, sino de lo poco que debo a su bondad, y empleo en mis inocentes diversiones. cuente usted, no obstante, con lo que yo tengo ahorrado, que todo llegará a doscientos pesos: es algún auxilio, y ¡ojalá pudiera proporcionar le mayor suma!
— ¡oh, mi querido amigo! bendita sea la , que, por medio de un joven tan sensible y generoso, se digna proteger me, y velar por las criaturas abandonadas. yo doy a usted, amigo incomparable, un millón de gracias, por el auxilio que me ofrece, y espero en que muy pronto he de mostrar le toda la extensión de mi profundo reconocimiento.
y me tomaba la mano, la besaba, me abrazaba, y lloraba a lágrima suelta.
a el día siguiente, puse en sus manos trece onzas de oro, y marchó a en busca de su esposa, que debía llegar de un momento a otro. a el partir volvió a encargar me la mayor reserva, y me dijo que había amueblado una casita, en una calle poco frecuentada y lejana. jamás se me ocurrió preguntar le el motivo de no traer públicamente a su esposa, presentaría en la sociedad, y vivir con ella sin misterio, en un país en donde nada absolutamente tenía que temer. de él nació el decir me, en nuestra última entrevista, que no lo haría tan pronto, porque aún no había podido colocar se debidamente; y que mientras esto no sucediese, el exponer se a perder el arrimo de su viejo paisano, que lo protegía, era para él una desgracia irreparable, en el estado actual de sus negocios. nada me ocurrió contra una resolución, que me pareció tan natural y tan plausible; y lejos de eso, yo mismo le di algunas instrucciones, para guardar se mejor de ser visto y observado.
pasaron ocho días. a el cabo de ellos recibí un billete de mi amigo, en que a el dar me la noticia de su feliz llegada, en unión de su esposa y la hermana de ésta, me enviaba, a la vez, la dirección de la casa en que se habían alojado, suplicando me que pasase a ver los, tan luego como me fuese posible. no pude resistir a un mal reprimido sentimiento de curiosidad, si así quieres llamar lo; y pronto corrí en busca de los recién venidos. ¡he allí mi perdición, y mi muerte! mi falso amigo me presentó a aquellas dos funestas mujeres, que emplearon en mi obsequio las palabras más dulces, y más lisonjeras a mi amor propio; a ese amor propio, que tan frecuentemente nos ciega, llevando nos después a los bordes de un precipicio, para arrojar nos y sumir nos en él para siempre jamás. yo no puedo expresar te hoy la vivísima, impresión que me causó la vista de aquellas dos sirenas engañosas. , la que se llamaba esposa de mi pérfido amigo, tendría veintitrés años; y , su hermana, como diecisiete. hermosísimas, y de una locución tan dulce y melodiosa, que desde aquel momento me sentí arrebatado, involuntariamente, a una esfera desconocida, llena de voluptuosidad y goces inexplicables. , sobre todo, me hirió tan vivamente, que desde aquella hora de maldición, le entregué mi alma, mi amor, mi vida, mi conciencia, y poco después... hasta el honor. compadece te de mí, y permite me que pase ligeramente sobre algunas escenas, que no puedo recordar sin ruborizar me y estremecer me. sólo te diré, para que puedas quedar enterado, reservando a tu penetración todo lo demás, que en aquella casa me hicieron jugar el dinero de mis padres, y perder lo, y encenegarme en la lascivia, y en todos los desórdenes consiguientes. yo robé dinero a mi padre, y una multitud de alhajas preciosas a mi madre; llegando a el extremo de hacer vender hasta mis libros y ropa de uso. creo que ninguno se apercibió de lo que ocurría, porque este drama inmundo pasó con la mayor rapidez. en sólo quince días, entregué en manos de aquellos verdugos infames, todo cuanto tenía yo de más noble y recomendable, siendo tal mi deslumbramiento y mi frenesí, que en ese espacio transcurrido, no pude, ni quise hacer una sola reflexión, sin embargo de sentir que el torrente me arrastraba, me arrebataba y me lanzaba hasta donde no podría calcular... ¡ay de mí!... hasta el hospital de .
amaneció un día. no fue un día de desengaños, que harto desengañado debía yo estar; sino día de lección tremenda. me dirigí a casa de mis falsos amigos, de mis cómplices en el crimen. llamé a la puerta... nadie vino a abrir me. una especie de terror involuntario se apoderó de mí. clavado en aquel sitio, mil ideas horribles me asaltaban. a mis reiterados golpes, una mujer anciana, que vivía en la casa vecina, asomó por la ventana su arrugado y fatídico rostro.
— ¡ah! — gritó a el verme —: hace una hora que lo estoy esperando: los huéspedes han partido a media noche. aquí tiene usted un billete que me entregaron para dar le. con que, buenos días, caballerito. si tuviese usted necesidad de mí, ya su cofrade... y sus conocidas... habrán dado a usted buenos informes de mi establecimiento, y de lo bien que sirvo a los amigos. eso sí: en mi casa se juega limpio: yo no admito más que gente decente. — maquinalmente tomé el billete, que me alargaba aquella infame y asquerosa bruja. estaba yo petrificado de horror... la ira me sofocaba... ¡quién sabe lo que yo hubiera hecho, si en aquel momento la mano divina no me hubiera detenido! reflexioné unos minutos, eché el billete en el bolsillo sin leer lo, cerró la malvada vieja su ventana gruñendo entre dientes yo no sé qué palabras obscenas, y corrí a casa a encerrar me en mi cuarto. un poco más sereno, rompí el sello de la esquela, que aún conservo, y leí lo siguiente:
«pobre mozo. la estación de los nortes ha pasado. me urge ir a cierta guarida de la costa, en donde tengo a cubierto, hace cinco meses, mi pequeño guairo. mi gente debe estar ya reunida, para salir mañana a la mar. soy, si no lo ha comprendido bien, lo que en buen español acostumbrar nos llamar “un pirata”. suelo divertir me en tierra con algunos tontos, como lo he hecho con usted; pero mejores presas me proporciono a bordo. voy, sin embargo, a dar a usted un consejo, siquiera porque nos ha tratado como a cuerpo de rey. a usted le ha venido a cuento enamorar se de la dianche de , que es una de mis damas de honor. no es usted capaz de comprender todavía el mal que se ha hecho. tome, pues, una buena dosis de mercurio: carene se bien, a ver si el año entrante puede navegar, aunque sea en bandolas. de la gente franca, y mande en su amigo. — ».
en el lance pesado que acababa de ocurrir me, yo me figuré que aquel bárbaro había empleado conmigo hasta la quinta esencia de la más refinada maldad; pero nunca, jamás, llegué a creer que el infame llevase hasta ese punto su atroz y odiosísima conducta. yo estaba pasmado, me sentía sobrecogido de un pavor mortal, porque tantos crímenes juntos me parecían superiores a lo más salvaje e indigno, que un hombre dado de la mano de podía inventar. ¡ ! yo le había dado mi amistad con la mejor fe de el mundo... y él se recreó en causar me los más indecibles tormentos. veía yo en esto un castigo de el cielo; pero, ¡ ! yo no fui culpable sino a el fin, y antes de llegar a él, la trama estaba urdida, y mi perdición acordada: ¿por qué, mío, por qué?...
una fiebre ardiente me acometió aquel día. recordarás bien, sin duda, aquella fiebre. penetró algo en medio de mi delirio, se sentó a la cabecera de mi cama, prohibió la entrada en mi aposento a todo el mundo, y ese amigo incomparable se encargó de mí, casi exclusivamente. a los veinte días estaba yo fuera de peligro, y sin insinuar me cosa alguna directamente, se manejó el doctor de tal manera conmigo, escogió ciertas frases para ilustrar me, y empleó tales medios, en fin, que muy pronto recobré mi antigua calma, mis hábitos y mis amigos. sólo me quedaban la vergüenza y los remordimientos, cuando me hallaba a solas conmigo mismo. la lectura y el estudio me dejaban poco tiempo, felizmente, para pensar en la burla cruel de el falso amigo, y en las consecuencias que debía temer.
¡consecuencias que muy pronto comencé a experimentar! yo me vi entonces de las criaturas más afligidas. era repugnantísimo para mí manifestar me a persona alguna, y estaba resuelto, más bien a sufrir la muerte, antes que hacer saber mi debilidad y mis crímenes vergonzosos, a aquellos individuos que sólo habían visto en mí un joven irreprensible. algo de orgullo, y más de imprudencia, había en este partido desesperado; pero ya sabes que tras de un abismo viene otro abismo. mi destino había de cumplir se. una a una comenzaron a aparecer, sucesivamente, todas las enfermedades venéreas más asquerosas. en mi propósito de no descubrir me, para sufrir una curación formal, no me quedaba más que un partido, y lo adopté ciegamente. con la mayor reserva me puse en manos de un insigne libertino, que me hacía desaparecer, sucesivamente, con sus menjurges las enfermedades, los síntomas y sus vestigios; de tal manera, que ni aun el doctor llegó nunca a sospechar cosa alguna. pero en fin, el progreso de los males parecía indefinido, pues no bien desaparecía uno, cuando venían otros en pos.
habrá cosa de tres meses que el doctor observó, por casualidad, que yo tenía una úlcera pequeña y casi imperceptible, en uno de los ángulos lacrimales. me miró fijamente, me apretó la mano con ternura, y me dijo con voz melancólica: — ¡ , mi querido ! tú estás malo, muy malo, mucho más de lo que tú crees tal vez. adopta un método, que voy a escribir ahora mismo, porque la cosa urge: sigue lo con escrupulosidad, vuela a encerrar te en la hacienda de tu familia, y llevarás una carta para el cura de el pueblo inmediato, que es un cura sumamente caritativo e inteligente en estas enfermedades. — a el oír este lenguaje, me quedé pasmado de terror. guardé silencio, porque no me ocurrió nada que decir. a el día siguiente, muy temprano, me puse en marcha para la hacienda.
el cura, a quien dirigí la carta de el doctor, por medio de un sirviente de la finca, vino a ver me a los dos días. hombre franco, estudioso y sensible, su ministerio, sin embargo, lo había familiarizado de tal suerte con las miserias de la pobre humanidad, que en sus maneras bruscas, y discursos raros, no parecía sino un clérigo duro y de una indiferencia estoica.
— buen amigo, aquí me tiene usted a sus órdenes — fue el preámbulo de aquella primera visita de el cura, que me tendía la mano, después de haber se despojado de la turca, y de una mala chaqueta de mahon.
— a las de usted, venerable señor mío. tome usted esta silla para descansar.
— no... yo prefiero, con licencia de usted, esta suave y magnífica hamaca, que me parece de pita. ¿a ver? sí, de pita, y de pita excelente. una hamaca semejante sería artículo de contrabando en la casa cura! de mi parroquia.
— puede usted disponer de ella, señor cura: yo tendría mucho gusto...
— ¡ah, no, qué disparate! si en mi casa nunca dura, buena o mala, ninguna hamaca. luego, luego se la lleva algún pobre enfermo que carece de un mueble tan usual y necesario como éste. a propósito de enfermos, me dice... acerque, acerque usted su silla... el pulso... ¡eh!
me examinó en seguida la lengua, el aliento, y después de haber estado mirando me de hito en hito, prosiguió su interrumpido discurso.
— bien: es decir, mal. porque usted está enfermo.
— algo me había dicho el doctor.
— ¿algo no más? pues usted lo que tiene es un «gálico mal curado».
— «¡gálico mal curado!»
— ¡eh! ¿por qué se asombra? ¿quién ha de saber mejor que usted...? digo, si es que lo sabe.
— señor cura, por : diga me cómo he de sanar: dé me usted un remedio.
— ¡un remedio!... ya... puede tener remedio... aunque para eso se necesita el concurso de muchas circunstancias... si no fuese posible... no hay más que resignación. también los «lazarinos» suelen vivir mucho.
— ¿será posible, padre mío, que yo venga a terminar en «lazarino»? ¡«lazarino»!
— tan posible, que, mejor dicho y sin rodeos, ya lo está usted completamente.
no tengo valor para recordar lo que entonces me pasó. lloré a grito herido, me abracé con aquel bendito cura, él me consoló como mejor supo, y no me ha abandonado en todo el tiempo que permanecí en la hacienda. me parece excusado decir te que, a pesar de los cuidados de el cura, de el régimen que me prescribió el doctor, y de mi empeño decidido de recobrar la salud, nada pude conseguir. de día en día he ido agravando me: los médicos de aquí me han visto y examinado, y ya me han notificado la sentencia de muerte que he de sufrir, y muy pronto, en el hospital de . no me queda otro arbitrio, que resignar me con mi suerte, y pedir a fortaleza y conformidad.
ya he cumplido con los deberes de amigo, refiriendo te esta horrible desgracia, con todos sus precedentes. me voy, mi queridísimo , me voy a . no volveremos a ver nos nunca, jamás. el destino ha levantado una muralla de bronce entre este pobre leproso, y todos los objetos de su cariño. pero a lo menos, nos escribiremos, ¿no es verdad? rociarás mis cartas con vinagre y cloruro, y podrás librar te de el funesto contagio. ningún objeto de mi uso puedo dejar te, en memoria de nuestra antigua y sincera amistad, porque todo pertenece a un «lazarino»... ¡adiós!... el ha permitido que no estuvieses presente a el tiempo de salir de casa... en procesión fúnebre... para el sepulcro... porque no se multiplicasen mis angustias... ¡adiós, otra vez!... sé feliz, y recuerda siempre que tuviste un amigo que te amó con ternura... ¡ mío! mis lágrimas... ¡ah, no puedo! adiós.
¡consumó se, en fin, la tan temida catástrofe! partió ayer a el hospital de , y nosotros hemos quedado sumidos en la más profunda desolación. se parece la de , a una casa mortuoria y enlutada; pero marchó con la misma serenidad, con que un hombre, resignado enteramente a la voluntad divina, acata y obedece los altos designios de el cielo.
felizmente, la enfermedad se había estacionado desde algunos días antes, en fuerza de el régimen curativo que prescribieron los médicos. pudo así, en esta tregua que le concedió el mal, reunir todas sus fuerzas físicas y morales para soportar, con valor y denuedo, el amargo trance que le esperaba. mientras que todos nosotros vertíamos, en silencio y a hurtadillas, copiosas lágrimas, él solo aparecía imperturbable, tranquilo, y algunas veces franco y jovial. yo creo, sin embargo, que de noche, cuando se encerraba y se separaba de nuestra vista y cuidado, cuando se encontraba solo y frente a frente con su horrible situación, con sus recuerdos y con su fantástico porvenir, entonces, daría rienda suelta a su intenso dolor, porque es imposible que en su imaginación de fuego, en su susceptibilidad tan viva, dejase de obrar poderosamente el influjo de una posición tan singular, y a la cual estaba muy lejos de creer que llegaría. ¡tan rara y caprichosa le parecerá sin duda! así nos lo daban a entender, en algunas mañanas, su mirar sombrío y melancólico, su voz hueca y entrecortada, y la irritabilidad de su ánimo. pero estos episodios eran cortos, momentáneos, y sin mayor expresión; porque si en sus ademanes, en su acento y en todo cuanto practicaba, a vista de su hijo, daba señales de resignación y sangre fría, no era menor el afán de en disimular sus pesares, en presencia de su infeliz padre. ambos, según entiendo, sólo aparentaban valor. esperemos en que, a la larga, lleguen realmente a obtener lo, porque de lo contrario, uno y otro serían víctimas de la más extremada desesperación. puedes figurar te cuán triste y aflictivo sería mi papel en una escena, que se repetía a menudo. con ambos tenía que fingir impasibilidad, cuando yo estaba sufriendo una cruel agonía, un horrible martirio, que se redoblaba más y más, a el observar que hasta los parientes y los amigos más íntimos de la familia, esquivaban la casa de , y huían de ella, como podría huir se de un lugar inmundo y pestilente. los únicos, además de el incomparable doctor y yo, que jamás abandonamos a el padre y a el hijo, que visitaron con asiduidad, cariño y benevolencia a el pobre enfermo, fueron el cura ***, el padre , y el venerable cura de , nuestro sabio y virtuoso maestro de gramática latina, y que, desde el fondo de su prisión de estado, inculcó a las filantrópicas máximas, que hoy sirven de base a su carácter dócil, amable y tolerante, que apenas se ha alterado con la enfermedad. todos los demás, no han dado muestras de saber lo que ocurría en aquella mansión de penas y dolores. una especie tan chocante, como odiosa, no pudo escapar se de la fina penetración de .
— ¡ves, — dijo me un día —, cómo el mundo, este mundo ruin y miserable, me da nuevos motivos para no sentir su pérdida! en otro tiempo, mi casa era muy frecuentada, y considerada por todos. los que a ella concurrían, y se llamaban amigos, me rendían mil obsequios y miramientos. hoy es diferente el ídolo se ha convertido en monstruo, el apuesto mancebo en vestiglo, y el amable en un asqueroso «lazarino». entonces, todos huyen de el monstruo, de el vestiglo, y de el leproso. ¡qué mundo. dios mío, qué mundo!
— ¡tienes tal modo de ver las cosas! me parece que hay demasiado con los males positivos que sufres, mío, para que vayas a crear te los ficticios. ¿por qué, pues, te atormentas así, y fijas la consideración en lo que no vale la pena? ¿no estamos a tu lado, los que te amamos con sinceridad, sin abandonar te? ¿no procuramos, en lo que cabe, dulcificar tus amarguras, y aliviar tus pesares? ¿qué te importa lo demás?
— bien dices, es verdad; y sabe el cielo cuánto agradezco, en lo más íntimo de mí corazón, todo lo que mis amigos verdaderos hacen por mí. dios los bendiga a todos. yo no me quejo, ni me lamento, por la conducta de los que antes aparentaban estimar me, ni por la frialdad e indiferencia de mis parientes: no. quizá yo mismo, no estaría libre de obrar de el propio modo, en circunstancias idénticas. pero me indigna, amigo mío, me indigna extraordinariamente el conocer, aunque demasiado tarde, que esta misma sociedad que huye de mí, sin curar se de la villanía que encierra tal proceder; esta sociedad que se horroriza a el saber mi dolencia, que me proscribe de la manera más fría y salvaje, confinando me a un hospital solitario, habría, sin embargo, tolerado mis crímenes por mayores que fuesen, y tal vez los habría aplaudido. me maldicen porque estoy leproso. fuera yo un libertino consumado, y los verías canonizar me.
— ¡oh, no! ¡qué trastorno de ideas, mi querido ! te dejas arrebatar, y juzgas a tus prójimos con demasiada severidad, 1o cual proviene de el natural disgusto, que debe causar te la indiferencia o necedad de algunos impertinentes, en quienes no debías ni pensar, sino para compadecer los y perdonar los. sí debes hacer lo así. tú tienes bastante cordura y buen seso, para conocer lo que puede una preocupación en ánimos vulgares, y aun en los que no lo son. ¿qué quieres, pues? que tu enfermedad es contagiosa, y huyen porque temen infectar se. ¿quién les persuade de otra cosa?
— tienes razón, querido , tienes razón. no la hay, ciertamente, para obligar a otros a hacer algo, que pudiesen ver como un sacrificio costoso. y luego; ¿para qué? ¿qué utilidad me resultaría de ver atormentar se a los demás, tan sólo, acaso, para ver los representar, delante de mí, el ominoso papel de aquellos amigos que ejercitaron la paciencia de el más paciente de los hombres? te repito que tienes razón; pero ¿mi pobre e infeliz padre también está «lazarino»? ¿no hay quien consuele a ese desventurado anciano? ¿tan pronto se han olvidado los multiplicados beneficios, que derrama siempre sobre todos los desvalidos, que imploran su bondad? ¿no hay compasión para ese hombre?
hablaba ya con tal vehemencia y exaltación, que temí, por algunos momentos, que volviese a caer en sus anteriores arrebatos; pero no pasó de allí. suspiró, y luego, recuperó su serenidad, y seguimos hablando pacíficamente.
escribió oportunamente a su corresponsal de , encargando le, con particular empeño, que dictase todas las medidas conducentes, a fin de que no faltase a cosa alguna, a su llegada a el hospital. nada ha dejado de hacer se, con el objeto de que no vaya a echar de menos las comodidades de su casa, en lo que cabe. , pinturas, muebles decentes, y cuanto pueda servir le de utilidad o recreo, todo se ha dispuesto de antemano. está muy satisfecho y consolado, a el ver cumplidas fielmente sus órdenes.
la ocupación de , en los últimos días de su permanencia en casa, fue muy noble y filantrópica. repartió, por conducto de el cura , una multitud de limosnas a viudas y huérfanos desvalidos: encargó que se comprasen libros para estudiantes pobres: hizo que su padre condonase la mitad de sus deudas, a los infelices indios, que sirven en la hacienda: distribuyó una gruesa suma entre los criados domésticos; y rogó a , que otorgase carta de libertad a el negro y a sus dos hijos. todo se hizo a el pie de la letra, y con la mejor voluntad de el mundo. parecía el ejecutor testamentario de su hijo.
la víspera de su partida, me leyó algunos pasajes de las de la nature de . yo le vi enternecer se extraordinariamente. en seguida tomó la flauta, que en los días anteriores ni siquiera había mirado: tocó largo rato, unas variaciones muy tristes y melancólicas: ejecutó después la patética marcha de , luego la animadísima de , y terminó con una extravagante variación de notas y tonos, que no producían armonía ninguna. rompió, a el cabo, en mil pedazos el instrumento; y haciendo traer un gran brasero, arrojó a el fuego aquellos fragmentos, con una multitud de papeles de música, dibujos, cartas y apuntes. todo lo vio consumir se lentamente, sin la menor muestra de emoción; pero sabe los pensamientos y los recuerdos que, en aquel momento, se cruzarían en su mente. un solo papel reservó para sí con mucho cuidado, y yo creo que era el billete fatal de aquel infame pirata. nada le pregunté, ni me pareció conveniente interrumpir lo en aquel desahogo, que era, sin duda el postrer «adiós» a sus recuerdos e ilusiones.
por la noche, el doctor y el padre se llevaron a ; y aun hoy hubo de volver a casa, renovando le, a el entrar, todas las heridas de su corazón, el llanto y los alaridos de la familia. yo, el negro y tres domésticos, debíamos acompañar a hasta las inmediaciones de el hospital; pero a el verme listo y dispuesto para emprender la marcha, se opuso tenazmente, suplicando me, con la mayor vehemencia y expresión, que no abandonase a su padre en manos de su propio dolor. en vano le hice ver que quedaba bien acompañada, mientras yo volvía, o tú lle-gabas: nada, él insistió tenazmente, y tuve el amargo sentimiento de no llevar lo a el término de su viaje fatal.
a el tiempo de abandonar la casa de sus mayores, entendió que estaba ausente. mostró mucha conformidad, y me dijo que mejor era así. penetró entonces en el dormitorio principal, se arrodilló a el pie de un , hizo una oración tierna y fervorosa, besó con respeto la cama en que nació y en la cual espiró también hace pocos meses , echó una rápida ojeada sobre todos los muebles antiguos que adornaban aquella estancia y... «vamos» dijo sin inmutar se. acercaron la litera, me apretó la mano, y... partió.
sí, y partió nuestro pobre amigo, para no volver jamás.
querido mío. comienzo a reponer me de el profundo abatimiento en que había caído. en poco más de un mes, ocurrieron tales cosas, y tan espantosas, a mi triste existencia, que no puedo comprender todavía, cómo no he sucumbido bajo el peso de tantas impresiones funestas. ya lo ves: estoy vivo, y en aptitud de hacer te un relato de mis penas y sufrimientos. aun me admira más la fortaleza sin igual, que debo a la , en una situación, que sólo puede sentir se, pero no describir se. el recuerdo sólo de los precedentes que, por sus pasos contados, me han arrastrado a este lúgubre recinto, demanda un valor a toda prueba; y yo tributo humildemente un sin fin de gracias a el , que se ha dignado atribular me, es verdad, pero que, sin embargo, dejando caer gota a gota un bálsamo saludable de consuelo sobre mi corazón, me permite ahora abrir lo enteramente a tu sensible amistad. yo bien te lo decía, querido amigo: no nos veremos nunca, jamás; pero nos escribiremos, hablarán nuestras almas. eso me basta, y me hará llevadera esta vida de dolor y de amargura.
considero que estarás ya a el lado de mi anciano y afligidísimo padre, para consolar lo de la pérdida de este pobre y llorado hijo, que a el labrar él propio su desgracia, preparó la de una persona tan respetable por mil títulos. llora con él, mío: infunde le valor, y haz le olvidar, si es posible, que su hijo sufre y padece, porque si en efecto yo sufro y padezco, mía es la culpa, y no hay razón para que ese varón justo conlleve la pena que ha merecido. duele me ver, por sus cartas, cuál fue su angustia a el enterrar me vivo; pero si yo padezco por él y por mí, puedes figurar te la intensidad de mi dolor. mis cartas, pues, serán una crónica muy triste. ¿cómo evitar el que se reflejé en ellas la situación de mi espíritu? voy a darte cuenta de todas mis impresiones, desde que salí de el hogar paterno, y verás que los más graves e intensos males de la vida, suelen dar tregua a el corazón para dilatar se, y recibir, como un rocío saludable, algún consuelo y alivio. esto es demasiado para un pobre leproso.
pasé por varias poblaciones, y por los suburbios de , bien acompañado; pero y su hijo mayor, sin valor para despedir se de mí, desaparecieron, como por encanto, cuando yo necesitaba más de sus consuelos, quiero decir, a el pisar estos umbrales de la muerte. no sabré decir te cómo hice este viaje funesto. yo creía que me arrastraban por los cabellos, que mi cabeza se destrozaba sobre las piedras. todo pasaba, a mi vista, como un panorama fúnebre. mi cerebro era el cráter de un moribundo. experimentaba un malestar indefinible, y me parecía que una víbora chupaba, saboreando se, toda la sangre de mis venas. en fin, llegué a , en donde ya me esperaban. aquí, mis días serán días de miseria, exclamé, y mis noches, horas de tribulación sin reposo... la maldición de ha caído sobre mi cabeza, y mi existencia va a ser ya una carga insoportable y odiosa... ¡existencia horrible, sombría y agitada, como la noche de una tempestad, formidable como el infierno!
entré, y apenas me atreví a dirigir una mirada sombría sobre el magnífico espectáculo de el mar, que dejaba a mis espaldas. el capellán me tendió su mano, y apretó una de las mías con un ademán de cordialidad y franqueza tan expresivo, que por primera vez, después de mi salida de , una lágrima, que sentí helada, rodó por mi ardiente mejilla. saludé, con palabras entrecortadas, a el administrador, a quien reputaba yo como mi carcelero: y sin dirigir la vista a parte alguna, me dejé guiar hasta un aposento limpio y capaz, que habían preparado, de antemano, los amigos de mi padre, a fin de hacer me más llevadera esta mansión de podredumbre y miseria. pocos momentos después, la noche cerró de el todo, y el cansancio y la fatiga me rindieron, de tal suerte, que caí en un sueño, profundo en verdad, pero doloroso y angustiado, como es, sin duda, el sueño de todos los condenados a este encierro.
cuando abrí los ojos, era ya de día. primer día en la tumba. tal fue la idea que me ocurrió a el momento, idea que fue acompañada de un impetuoso torrente de lágrimas: pero aquel no era entonces el llanto convulsivo de la desesperación, sino el llanto triste y melancólico, que va causando lentamente, la meditación sobre las miserias de la vida de el hombre. hasta ahora poco era yo feliz, e ignoraba casi la existencia de el hospital de .
¡cuán lejos me consideraba de ser, muy pronto, uno de sus habitantes! deslizaba se suavemente mi existencia sobre un césped florido, y, ¡ay de mí! no sentía, no conocía que iba a hundir me en un espantoso abismo... mi cabeza quedó un poco despejada, el ánimo más tranquilo, y hasta mis entorpecidos miembros parecían más sueltos y flexibles.
abrí la puerta de mi aposento.
¡oh, dios mío! ¿por qué reducir a el hombre, obra admirable de la creación, a un grado tal de abyección e inmundicia? fijé, como fascinado, mis pavorosas miradas sobre un grupo de espectros, que se arrastraban, con dolorosa lentitud, en una larga y ancha galería, sobre la cual daba la puerta de mi aposento. aquellos fantasmas, me parecían articular sonidos extraños: su fisonomía, sus ademanes, sus miradas, y hasta sus más leves movimientos, me parecieron tan inusitados, tan horribles, tan chocantes, que hube de quedar me mudo de espanto, y como petrificado, sin poder avanzar un solo paso. aquellos miembros contraídos y cubiertos de corrupción; aquellos ojos desencajados y rodeados de un círculo lívido y sembrado de grietas: aquellas bocas desgarradas y humedecidas con sangre pestilente; aquellas narices taladradas, y a cuyo través parecía registrar se hasta los sesos; aquellas orejas disformes y berrugosas; y aquellos pies hinchados, muchos de ellos hasta el grosor como de una columna... ¡oh! aquel conjunto excedía, con mucho, a todo lo que yo pude haber imaginado.
— mire usted los estragos que causa el vicio — me dijo uno de aquellos infelices, que pasó junto a mí. yo no tuve valor para contestar le esas ominosas palabras de salutación a un recienvenido, ni para seguir contemplando aquel espectáculo. el aspecto de tanta miseria, reunida en tan corto número de hombres, era superior a mis fuerzas. retrocedí, y entré de nuevo en mi aposento, a considerar cuál era la suerte que me estaba reservada. aún no había llegado mi enfermedad a aquel punto, ni por tanto tenía aun la monstruosa apariencia de aquellos seres desventurados. pero, en fin, término ha de tener el mal, y muy pronto llegará a un período, en que vea yo mismo, sin poder morir me porque aún no habrá sonado la hora feliz, desgarrar se todos mis adoloridos miembros y desorganizar se paulatinamente esta máquina, que ya no podrá girar sobre sus goznes. ¡te horrorizas! ¡te repugna esta pintura! ¡te espanta el fin de un pobre «lazarino»! si yo no conociera la nobleza de tu alma, y la elevación de tus pensamientos, yo te diría, como puede decir se a muchísimos: «hombre sensual y voluptuoso: tú que estás sumido en los placeres y en los goces engañosos de el mundo: no quieres ni pensar en los males de la pobre humanidad. te tiemblan las carnes; pero no te compadeces. te horrorizas; pero no te mueves a piedad. tienes asco a esta pintura; pero es porque no te lisonjea. ve a los hospitales, a esas mansiones de dolor, y aprende a conocer te. como te ves, me vi; y no es difícil que te veas, como yó me veo». perdona, mío, este importuno apostrofe, que en manera alguna se dirige a ti; pero no me negarás, que hombres hay tan duros y empedernidos, a quienes repugnaría un relato como el presente, tan sólo porque en él no hallarían palabras de placer. mi resignación puedes calcular la, por la serenidad con que entro en ciertos pormenores. ¿no es verdad que esto servirá de algún consuelo?
«mire usted los estragos que causa el vicio». ¡ah! esta amarga observación me hiela, me horroriza, y me mata. por fortuna, no es exacta ni verdadera de el todo, y más bien la contemplo como el desahogo salvaje de un misántropo infeliz. de lo contrario, el hospital de no sería, únicamente, el domicilio de el dolor y de la miseria, sino también el de los remordimientos. sin embargo de que estoy cierto, a no poder dudar lo, que muchos de los que padecen aquí, son de el todo inocentes, ¡cuán lejos me encuentro de hallar para mí este lenitivo, esta consoladora reflexión! porque, si, en efecto, la mayor parte de los lazarinos sufren por sola su desgracia, por la malignidad de humores, que tal vez han heredado, o por cualquier otro motivo, en fin; yo sufro y moriré por haber me encenagado en un crimen vergonzoso, que mi situación me recuerda, a cada paso, involuntariamente, y que me lo recuerda para experimentar el más profundo remordimiento.
poco después me visitaron el capellán y el administrador, que dictaron, conforme a mi gusto y voluntad, cuantas providencias creyeron a propósito para mi mejor servicio. he encontrado todos mis libros, y otros más, que mi buen tuvo cuidado de remitir. todo el día lo empleé arreglando mi nueva habitación, acompañando me el capellán con la mayor asiduidad y empeño. ¡cuán dulce es hallar, mío, una alma tierna y compasiva, citando se sufre algún mal, o viene alguna desgracia! este capellán me tiene encantado. ¡qué bondad, y qué modestia! no hay remedio: él será mi amigo y mi guía.
el edificio es bastante amplio, y capaz para su objeto. es su situación, porque encuentra se a poca distancia de las últimas casas de el pintoresco barrio de , a el pie de unas colinas, sobre una playa limpia, y a el influjo de todos los vientos. tiene una larga y hermosa fachada sobre el mar, y entre éste y el hospital, pasa el camino de , que es frecuentadísimo de las personas que viven en la ciudad. voy a dar te algunas noticias sobre el origen de este piadoso establecimiento, que he reunido, teniendo a la vista datos auténticos. te parecerá extraño que yo me haya ocupado en esto; pero eso mismo te servirá de prueba, para creer que mis males comienzan a experimentar algún alivio moral.
el brigadier ’ y , gobernador que fue de esta provincia, y que falleció el 8 de marzo de 1779 en la hacienda , cerca de , legó diez mil pesos para que se emprendiese la obra desde luego. parece que entonces no pudo verificar se, porque yo he visto una real cédula, fecha en el 13 de diciembre de 1783, dirigida a el obispo don fray y , ordenando le que se procediese inmediatamente a la obra, con los diez mil pesos de el legado, y con la suma de trescientos y más pesos existentes en la depositaría general de ; y que se hiciese cargo de este importante asunto, señalando la persona que tuviese a bien para la ejecución de la obra, disponiendo, a el mismo tiempo, lo más conveniente a la perfección, conservación de el hospital, y asistencia de los enfermos. el obispo informó a el rey con fecha 12 de julio de 1785, manifestando le que se había dado principio a la repetida obra, en las inmediaciones de , sobre el plano que acompañaba a el informe; pero representaba, que no siendo suficientes las cantidades que existían, se había resuelto fabricar únicamente las piezas necesarias para los enfermos, suspendiendo la prosecución de todo el proyecto, mientras no se presentasen otros arbitrios; y concluye diciendo, que no podrá perfeccionar se, ni conservar se dicho hospital, ni mucho menos mantener se a los enfermos, si no se dignaba conceder las gracias que constan de el informe, o las que fueren de su real agrado. el señor murió en 22 de noviembre de 1795, cuando aún estaba lejos de realizar se el proyecto: pero habiendo subido los espolios de aquel prelado a una suma bastante gruesa, el rey dispuso de ellos para la conclusión de las iglesias de y , destinando cuarenta mil pesos para el hospital de . así hubo de verificar se la erección de un establecimiento que, como decía el señor , debía servir «para cortar de raíz los rápidos progresos que diariamente conseguía aquella venenosa y mortal dolencia, llamada “lanzarino”». ya ves, mi caro , que sin embargo de mi «mortal y venenosa dolencia», no he perdido mi aficción a los papeles viejos, aun a riesgo de inficionar me o contagiar me, sorbiendo el polvo de apolillados armarios.
el régimen económico y administrativo, es bastante bueno y razonable, si algo puede parecer bueno y razonable a un pobre leproso, que sólo ve miserias en torno suyo. hay, de ordinario, veinticinco o treinta enfermos de ambos sexos. el número sube algunas veces, lo cual depende de el celo de las autoridades políticas, que suelen ser o muy indulgentes, o demasiado severas hasta el rigor, persiguiendo, dicen que en beneficio de la sociedad, a los pobres «elefanciacos», que huyen despavoridos, como si fueran bestias monteses, por la soledad de los campos. ¡cuántas veces ha ocurrido relegar, y asumir, en estos pasadizos de la muerte, a algunos infelices, que aun no estaban «lazarinos»; pero que por la funesta disposición de sus humores, han terminado por contraer realmente esta maléfica enfermedad! ¡ah! esto es demasiado cruel, y a mí me parece que, por compasión, por piedad, ya que no por justicia y obligación estrechísima, debía, en este punto, proceder se con más miramiento, y adoptar se ciertos medios, que alejasen tan atroz y tan funesta equivocación. ¡sabrán esas autoridades despiadadas, o indiferentes, lo que importa una medida semejante! ¡concebirán, acaso, la vehemencia, la intensidad de los tormentos físicos y morales, que aquí se pasan!
volvamos a el régimen económico. según él grado de la enfermedad, así es la vigilancia y el cuidado, que emplean el administrador y sus dependientes; y se permite a los enfermos que hagan sus excursiones por las orillas de el mar, con tal de que presten garantías, que alejen el temor de la fuga, o de que se introduzcan en las poblaciones inmediatas. yo disfruto, por ahora, de todos estos privilegios, aunque todavía no he tenido ánimo de usar de ellos. cada enfermo tiene una habitación separada, y actualmente hay dos matrimonios de dos «lazarinos» con dos «lazarinas». ¡qué cosa tan horrible! el hospital se sostiene con el producto de los capitales impuestos, con ciertos arbitrios fijos o eventuales, con los donativos de algunas personas piadosas, y con las hospitalidades que pagan los que tienen medios de hacer lo. hay aseo, cuanto buenamente cabe en un hospital de leprosos: los alimentos son sanos, y esmeradamente servidos. el ayuntamiento de , encargado de la dirección y gobierno de esta casa, siempre ha manifestado el mayor celo en dulcificar la condición de los pobres enfermos. así es que tenemos capellán, médico, botica, y todo lo necesario. ¡ sean dadas a , por este beneficio! sin embargo, yo le ruego encarecidamente que, si esta enfermedad no es contagiosa, como no falta quien lo crea, deje caer una pequeña ráfaga de su luz divina sobre la ciencia, a fin de que, demostrada la verdad, no vuelva nunca más a arrancar se, con violencia, a un ser sensible, de los brazos de las personas que le son queridas.
dos días después de mi entrada en el hospital, se me presentó un caballero, como de cincuenta y seis años, pálido y medio encorvado; pero de una fisonomía tan franca y expresiva, que a primera vista, como por instinto, predispone en su favor. era el doctor , médico español que, por encargo de mi padre, venía a visitar me, y asistir me con sus consejos higiénicos. pero este hombre no sólo es un médico insigne, sino también un. profundo moralista. su conversación es rica, amena y fecunda: tiene gracia y destreza para mover los resortes de el corazón. en suma, es sabio y virtuoso: verdadero médico; de esos médicos que, como repetía a menudo el doctor, han comprendido su misión, misión de amor, de paz y de consuelo; misión que pocos desempeñan, viendo en su profesión uno de tantos medios de vivir, de hacer negocio y fortuna. no es así , porque en donde se oye el gemido de el dolor y de la miseria, allí se le ve con más afán, con más constancia y asiduidad. para él no hay hora intempestiva, no hay mal tiempo, no hay tropiezos: todo lo allana y lo vence, penetrando, abrazado de su amor a la humanidad, con más contento en la choza infeliz de el pobre pescador de , que en los suntuosos aposentos de los ricos.
hablamos más de una hora, y se despidió de mí, ofreciendo venir a consolar me, cada vez que sus ocupaciones en la ciudad se lo permitiesen; y en efecto, me ha hecho ya tres visitas, y en cada una de ellas ha descubierto nuevo caudal de conocimientos, de bondad y de dulzura.
— usted, amiguito — me decía la última vez —, comenzará a vivir, si quiere, en el seno mismo de esta destrucción que le rodea. la vida de el hombre es tan corta, y la pasa regularmente con tanta agitación y zozobra, que apenas nota la rapidez con que el tiempo corre presuroso. viviendo se en esta agitación, no hay más que excentricidad y movimiento. pero cuando alguno de los grandes sucesos de la vida, de esos que no pasan ordinariamente, sino que sobrevienen de improviso, y como inesperados, obliga a nuestras facultades a reconcentrar se, entonces entramos en nosotros mismos, meditamos y... vivimos; porque meditar es vivir, aunque a los hombres frívolos parezca otra cosa.
— vivimos; pero ¡qué vida, doctor mío! si ese grande suceso es una desgracia, como la pérdida de la fortuna, o de algún objeto querido... ¡oh!, nuestra vida entonces es una vida de dolor y de lágrimas. mas si fuese algún crimen... la vida, en tal caso, sería un veneno lento, que iría destruyendo el principio de la vida, en medio de una agonía infernal. yo no sé si nos haría un singular beneficio, aliviando nos entonces de un peso semejante.
— ese es el lenguaje de la pasión, y no el de el buen sentido. no sabe usted, por experiencia, cuánto aprovechan los remordimientos. ¡feliz mil veces, yo se lo aseguro, el hombre que, después de un crimen, los experimenta. acaso este es el hombre de quien digo, principalmente, que comienza a vivir, después de uno de los grandes sucesos de la vida. porque yo me figuro, que esos remordimientos, si lo son en efecto, no han de limitar se a un sentimiento puramente especulativo. yo creo, a el contrario, que si un remordimiento, por más vehemente que sea, llega a apoderar se de un criminal, el mayor empeño de éste debe consistir en borrar su crimen, o por una resignación filosófica, ¡y la resignación se parece tanto a la felicidad!, o por obras virtuosas, que la sociedad estime, y el corazón apruebe.
— pero sí ese crimen...
yo no sé que impulso, tan secreto como involuntario, me empujaba hasta un punto, a el cual yo no hubiera querido llegar, por lo menos en tan crítica circunstancia; pero aquel hombre parecía haber trazado a el rededor mío un círculo mágico de el que, ni luchando a brazo partido, habría podido salir por entonces. sus ojos vivos y penetrantes se habían clavado en los míos, y, salvando todos los obstáculos, habían ido a fijar se hasta lo más intimo de mi corazón, para leer allí parte de mi historia.
— pero si ese crimen — continué —, único tal vez, casi inculpable, nos produjese no sólo el remordimiento, sino también una injusta desgracia, una desgracia de esas que nos hiciesen llorar amargamente...
— ¡pobre joven! yo diría a quien tal se explicase, que no era el remordimiento, sino las consecuencias de su crimen, las que lo hacían arrepentir se de él, y perdería indudablemente todas las ventajas de el primer afecto. por eso decía yo a usted, que aquel lenguaje era de la pasión, y no de el buen sentido; y no es así como debe guiar se el filósofo, y menos si profesa una religión tan sublime, tan bella y tan consoladora, como lo es, sin duda, el cristianismo. estudie usted mejor sus máximas santas, su moral divina, y... yo se lo ofrezco: va usted a ser feliz, va usted a vivir, porque va usted a meditar...
y lloraba yo, lleno de confusión. el doctor me estrechó cariñosamente la mano, me miró con ternura, y partió. no hay remedio: este hombre se ha apoderado de mi secreto, a pesar de mi empeño en ocultar se lo a todo el mundo. ¿será que las señales exteriores de mi enfermedad, revelan a los ojos de la ciencia, cuál sea su funesto origen? no: mis anteriores conversaciones con este observador, tan modesto como ilustrado, me hacen creer que aun no estaba cerciorado de el hecho. cuando me visitó, la vez primera, hablamos detenidamente sobre el principio, progresos y actual estado de mi dolencia. yo me expliqué con la mayor circunspección, y no recuerdo haber dicho cosa alguna que me acusase. no hay duda: mi emoción, mis miradas, mis facciones me vendieron, cuando se habló de los remordimientos de un criminal. pero si el doctor llegase a saber cuán crueles y horribles circunstancias precedieron a ese crimen que me agobia... si... él me compadecería mucho más. no me atrevo a decir que me justificaría; pero sí que excusaría mi conducta. ¿no crees, mío, que tengo razón para esperar lo así?
el genio y el carácter de el capellán, son de un género diverso. aunque, gracias a la infinita misericordia de el , ni la incredulidad, ni las opiniones de los sofistas, han hallado jamás cabida en mi pecho, encuentro muchos puntos de contacto entre este buen eclesiástico, y el que dirigió la conversión de el filósofo desengañado, que tan bien, y con tal maestría, retrató el sublime autor de el en triunfo. la misma dulzura en las palabras, el mismo fuego en los discursos, la misma caridad fervorosa, el entusiasmo de la religión, lógica irresistible... he allí un bosquejo de el padre ***, capellán de el hospital, y que lo es, porque aquí se padece más, se llora más, y hay más necesidad de consuelos religiosos, que en ninguna otra parte. yo he entablado con él aquellas relaciones, que unen permanentemente a el discípulo con el maestro. desempeñando él uno de los más sublimes ministerios de nuestra religión adorable, mi conciencia, con todas sus debilidades, va a quedar le enteramente abierta. si yo lo he elegido para mi juez en el tribunal santo de la penitencia, también va a ser mi amigo, mi guía y mi consejero en las tribulaciones de la vida. el reúne cuanto yo pudiera apetecer, en un nombre destinado a desempeñar este doble carácter sobre un pecador, que ha de ver a sus pies cómo mira a sus criaturas; y a el lado de un enfermo, que aun comienza a sorber la amarga copa de el dolor. esas relaciones consoladoras se habrían ya estrechado, si cuando mis potencias comenzaban a recobrar su aplomo, no hubiera ocurrido un lamentable incidente, que me ha afligido extraordinariamente, haciendo suceder se en mí un nuevo linaje de afectos, que volvieron a agobiar mi pobre espíritu, aunque de una manera diversa. hablo de la entrada de un nuevo «lazarino», que vino a el establecimiento hace cuatro días. ¡pobre criatura! semejante suceso ha engendrado en mí un sentimiento tal de compasión, que ha hecho olvidar me hasta de mi situación personal, para dedicar me a consolar a ese infeliz, cuyos infortunios me han afectado con rara vehemencia. yo siempre he amado a mis semejantes, querido amigo: tú lo sabes muy bien, y me glorío de ello. así es que, sin embargo de que yo necesito todavía de consuelo, para calmar la agitación de el ánimo, y de consejos sabios, para lograr una resignación perfecta, me he constituido en médico y maestro de mi nuevo compañero de infortunio. te diré algo sobre él; y estoy cierto de que lo compadecerás, aun sin conocer lo, porque tú eres bueno y sensible, querido mío, como lo fue nuestro guía y maestro , cuyas obras, que tienen por epígrafe el sublime sucurrere disco de , han venido ya a ser mi lectura diaria y predilecta.
me paseaba, aquella tarde, en la galería, con mi buen amigo el capellán, cuando sentimos detener se una calesa en la puerta de el edificio. hasta allí, nada había llamado nuestra atención, porque el hecho de llegar una calesa, no era extraño, pues frecuentemente venían los médicos de la ciudad en un carruaje semejante; pero, poco después, percibimos el rumor confuso de varias voces, entre las cuales sobresalía una muy notable por su vehemencia, y por su acento doloroso. la vocería se aumentaba por grados, y, movidos de la curiosidad, nos acercamos hasta el vestíbulo, en donde se representaba aquella escena. pocos momentos me bastaron para comprender perfectamente el asunto de que se trataba.
— no, mil veces no — gritaba un joven flaco y macilento —. ¡en ! - exclamaba —. ¿están locos, caballeros? ¿no son cristianos en esta tierra, mío? ¿qué mal he causado a nadie, pobre de mí, para que traten de sepultar me vivo en este infierno? ¿piensan ustedes que yo no he oído hablar de un sitio como éste, y que ignoro que en él no hay más que leprosos? ¡hay corazón para mandar me aquí, y querer encerrar me entre esos desventurados, como si yo fuese el mayor delincuente! ¡por , amigo de mi alma, decía a uno de los que le acompañaban: por , dejen me ustedes en libertad, que yo les ofrezco marchar me luego, de esta tierra inhospitalaria!
— vamos: no hay que exaltar se. ¡voto va! lo que se hace con usted no es con mala intención. ¡qué diablos! tiene usted cierta enfermedad, que los médicos han calificado de contagiosa; y la policía lo envía aquí, para que sea mejor reconocido: ¡diablo! ¿pues qué tiene esto de particular?
— no: maten me ustedes primero; pero yo no entro aquí.
— ¡vaya una resistencia singular! entre usted en paz y en gracia de , y no nos obligue a emplear la fuerza. ¡ ! mire usted: si mañana, a esta hora, los médicos afirman, bajo de juramento, que usted no está «lazarino»...
— ¡cómo lazarino! ¡dios mío! ¿qué está usted diciendo, hombre empedernido? ¡yo «lazarino»!.
difícilmente puede expresar se cuál fue el grado de conmoción que sufrió aquel infeliz, a el escuchar la fatal palabra. sin que nadie pudiese apercibir se de su intento, se lanzó rápidamente fuera de el círculo que le rodeaba; y corrió desalado, con dirección a la hacienda de . vueltos en sí de semejante sorpresa, los conductores, corrieron en pos de el fugitivo. yo no sé si rogué a , que concediese a el pobre joven librar se de sus perseguidores: sólo recuerdo que cuando, a el cabo de media hora, lo trajeron a el hospital, privado de sentido, lloré amargamente. dejaron su equipaje, y la boleta de entrada, en poder de el administrador, y volvieron a los conductores.
yo no quise separar me de su lecho en toda aquella noche funesta. ¡si sabré yo lo que se sufre en los primeros momentos, en que uno acaba de cerciorar se de que está lazarino! sus gritos convulsivos partían el corazón; y sus raptos de delirio nos hacían temer, que el desventurado llegase a perder totalmente el juicio, en lo cual no me atrevo a decir si mejoraría, o empeoraría su condición. el capellán y yo le prodigamos todo linaje de consuelos; y a el día siguiente logramos llamar su atención, y que escuchase nuestras palabras de cariño y benevolencia. cuando ya pudo fijar aquellas miradas que vagaban antes de una manera siniestra y sombría, clavó en mí sus ojos, me examinó de pies a cabeza, y, azorado, me preguntó si yo también estaba «lazarino».
— sí, amigo, sí: estoy «lazarino» — le respondí — también sostuve, como usted, una lucha horrible con mi corazón, y más con mi imaginación, antes y después de entrar en este sitio. aún no es completa mi victoria, pero usted puede ayudar me en esta empresa; y, en justa retribución, le ofrezco hacer lo mismo en su obsequio.
— , buen amigo, gracias. acepto con todas veras el apoyo que usted me ofrece, porque sólo sabe cuánto es lo que yo necesito, para conformar me con sus decretos. también es usted joven, y bastante generoso, según veo. ¡ah! esto es mucho consuelo para un desgraciado, a quien se le destina una mansión de esta clase.
— usted comenzará, gradualmente a resignar se; y pronto echará de ver, que lo que usted reputa ser en mí una virtud, no es sino una necesidad de esta situación, que le parece tan horrible.
el capellán terció entonces, empleando otras palabras más tiernas y consolatorias.
el recienvenido tiene ya un aposento junto a el mío, y me parece que a el fin lograré inspirar le mis propios sentimientos, de conformidad y de paciencia. puede afirmar se que la escala que estoy recorriendo, me otorga cierto derecho para explicar me así, porque si mi nuevo amigo sufre; ¡cuánto no he sufrido yo también! conozco algunos de los sucesos que han precedido a su entrada en , y aunque no sé toda su historia, porque no he querido aparecer indiscreto, haciendo le preguntas sobre sucesos de que no ha querido hablar me espontáneamente, creo haber adivinado parte de lo que ha dejado de decir me. lo que sé, y voy a referir te, me parece digno de consignar se en los fastos melancólicos de la humanidad doliente; de esta triste humanidad que padece en todas partes, y de diversas maneras.
es , natural de , en los alrededores de . tuvo una familia muy decente, y de regular fortuna; pero su pobre madre murió cuando él vino a el mundo, en diciembre de 1804; y su padre, dos tíos y tres hermanos, sucumbieron todos, durante la gloriosa lucha que sostuvo la contra el poder de . huérfano, solo y desamparado de todo el mundo, no quedó a más partido, que el entregar se a servir de muchacho de cámara, en un buque pequeño. después de unos cuantos viajes, por la costa, se embarcó en el bergantín , para atravesar el océano, y venir a la . habrá de esto unos cinco años. el , próximo a alcanzar el puerto de su destino, cayó en las manos sanguinarias y rapaces de un infame pirata. el malvado echó a pique la embarcación, después de pasar a cuchillo a la tripulación y pasajeros, librando se únicamente dos señoritas jóvenes, que venían en unión de su padre, y , que logró ablandar con sus lágrimas y con su juventud a aquel desalmado y feroz asesino.
me parece que no ha sido muy explícito, acerca de los sucesos posteriores a la época de su captura, a bordo de el . yo creo, sin embargo, que aquel malvado, y sus cómplices, lo sedujeron, y le hicieron seguir la vida infame que habían adoptado. ello es que, por una serie de acontecimientos, que ha ofrecido referir me, vino a , hace seis meses, en una barca americana, en clase de pasajero de proa. a los pocos días de haber aportado, le acometió el «vómito», en casa de una pobre viuda, que le había dado alojamiento. la huésped, temiendo que el enfermo muriese en su casa, dio parte a la justicia, y fue trasladado a el hospital de . escapó de el «vómito», pero su convalecencia fue tan lenta, que le fue imposible salir pronto, y reembarcar se. allí aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad, de que hoy adolece. el médico director observó los progresos de el mal, dio noticia a la autoridad política, y ésta se apresuró a excomulgar a el maldito leproso, haciendo lo salir con engaño, de , para entrar en . ya viste su sorpresa, y la resistencia infructuosa que opuso, a el descubrir el fraude. nada le valió, y el infeliz está ya en el sepulcro.
ya lo ves, amigo mío. dios no abandona jamás a sus pobres criaturas. yo, que tanto temí la soledad, el aislamiento, con todos sus horrores consiguientes, encuéntro me hoy con un joven sensible, capaz de comprender mis penas; con un eclesiástico, que me las dulcifique; y con un médico respetable, que así trata y alivia las enfermedades de el cuerpo, como aleja las de el alma. todos ellos son mis amigos. ¿qué más puedo apetecer? ¡ah! ¡yo espero en , que ha de mirar me siempre con piedad!
escribe me siempre que puedas. cuando veo letras de mi padre, o de mis amigos... en ese momento soy feliz. ¡si supieras cuánto se necesita para que un leproso pueda decir: «soy feliz»!
adiós, mío. no abandones a mi padre: ama lo, como yo lo he amado. abraza a ; y acuerda te siempre de mí.
¡oh mío queridísimo! tú restituyes a mi pobre corazón, gran parte de la tranquilidad perdida. , amigo mío, gracias. hay cierta clase de beneficios, que no pueden corresponder se aquí. sólo la infinita bondad de , es capaz de recompensar merecidamente esas acciones, que no tienen nombre, que no pueden calificar se, ni estimar se en su justo valor. ¿cómo llamar a una generosidad sin límites, unida a esa benevolencia y cariño verdaderamente filial, con que te has consagrado a consolar a mi pobre y anciano padre, después de haber perdido sin remedio, a el único hijo de su amor? ¿qué precio tienen tus nobles sentimientos, amigo mío, expresados con esa unción religiosa, con ese aire de convicción profunda con que me los transmites, derramando así, sobre esta infeliz criatura un consuelo indefinible? tu carta, tu primera carta, tan deseada, me ha hecho llorar; pero he llorado de ternura, como se llora a el escuchar ciertos sonidos misteriosos que hay en la naturaleza, sonidos que forman una armonía, más misteriosa aún, en nuestro corazón, y que nos arroban, nos elevan hasta ... , otra vez, y mil, mío: gracias.
con un corazón tan bueno y tan sensible, como el tuyo, no extraño que el suceso de te haya causado la emoción que manifiestas. ¡tan joven, y haber pasado ya por los trances más amargos de la vida! está inconsolable: llorando hilo a hilo, mis palabras de consuelo apenas le hacen impresión. la mayor parte de el día está en mi compañía; pero sus frases son cortadas, y conozco que, por ahora, prefiere la soledad y el silencio, a cualquiera otra distracción. nada me ha dicho de nuevo, después de su conversación de el primer día. está triste, y atribulado. algo pasa en su interior, además de el pensamiento de su situación actual. compadece lo, otra vez, amigo mío; porque aun sin sus particulares circunstancias, un pobre leproso siempre es digno de lástima.
aunque la hinchazón notable de mis dedos, me molesta demasiado; mientras sea posible traer la pluma entre ellos, te ofrezco complacer te, escribiendo a mi mejor amigo cuanto en esta dolorosa mansión me ocurra. y cuando se acerque el término de este destierro, que probablemente no será muy largo, entonces buscaré una mano compasiva que te transmita mis postreros recuerdos, mis últimas palabras, mis pensamientos de la tumba. ya concibo que semejantes ideas te martirizan, y te atormentan. pero esas reflexiones van siendo en mí un hábito saludable, y las emito con ánimo sereno, y con toda la tranquilidad de que es capaz un espíritu agobiado, en verdad, pero resuelto a recibir humildemente el castigo de sus culpas. yo que quiero el porvenir como mi eficaz consuelo, la otra vida como mi último refugio, la muerte como el término feliz de mis sufrimientos, y el sepulcro como un seguro e imperturbable asilo, ¿qué debo hacer, sino acostumbrar me a estos pensamientos, melancólicos para el que vive en el seno de su familia, rodeado de amigos, caminando sobre un sendero brillante y sembrado de ilusiones, lleno de salud y de vida; pero importantes y necesarios, para el que, como yo, está palpando, de continuo esta formidable realidad de ? por eso te dije, y hoy te repito, que mis cartas han de ser siempre una crónica triste, sí, muy triste y dolorosa.
no te lamentes, pues, mío, por el lenguaje que empleo a el escribir te. conozco, sí, conozco y comprendo perfectamente cuál es tu intención, a el rogar me, con tierno empeño, que aleje de mí, o haga por alejar, ciertos afectos funestos. pero me pides un imposible, que no está en mi mano vencer. quede yo curado de esta maléfica y fatal dolencia, olvide yo los deplorables motivos de mi desgracia, salga yo, en fin, de este cautiverio horrible, y verás, a el punto, otro hombre... hombre nuevo, un hombre para quien la sociedad y sus misterios, dejarían de ser un libro inútil e incomprensible... ¡ ! ¿no crees que comienzo a desvariar? ¿no te parece que ese extraño giro que mis ideas iban a tomar en este instante, es algo ridículo? ¡quedar curado! ¡olvidar el origen de mi mal! ¡salir de ! sería preciso un milagro, y yo soy indigno de que lo haga en beneficio mío, y no lo hará. no sé lo que me digo...; pero , sí, sabe muy bien lo que yo quiero decir le, cuando, con toda la efusión de mi alma, le pido que me guíe, que me conforte, que me proteja, y que ilumine. yo tengo en su bondad inmensa toda mi esperanza. cuando el mundo y los hombres nos abandonan de el todo, sólo proteje a la criatura abyecta y desvalida, y jamás le retira sus beneficios. ¡bendito sea su santo nombre, bendita su providencia!
de mis tristes privilegios he comenzado a aprovechar me, sin embargo de que, a cada paso se me presentan motivos para no pensar, sino en encerrar me dentro de estas cuatro paredes, y retraer me de las riendas y la presencia de otros hombres. el capellán me repite, sin cesar, que estas primeras pruebas son ciertamente duras y aflictivas; pero que me acostumbraré luego a ellas, y dejarán de producir la funesta impresión que hoy me causan. y el doctor añadía: — pistando el hombre tan expuesto a la miseria, ¿tiene acaso ninguno derecho de quejar se, porque, en la distribución de los males de la vida, le haya tocado una parte, que acaso otros apetecerían para sí, prefiriendo la a la que les cupo en suerte? ¿sabemos, por ventura, cuánta inmundicia y abyección se ocultan debajo de las más brillantes apariencias de salud, vida y felicidad? ¡cuántos, amigo mío, darían a el cielo infinitas gracias, si, por todo alivio y mejora en su condición, obtuviesen el grado de salud y los medios de prolongar la de que usted aparece provisto! medite lo usted bien, y no se alarme por las injusticias de los hombres, porque eso es demasiado frecuente en el mundo.
decían me esto, porque les referí, con acento de la más intensa amargura, un suceso singular, que acababa de ocurrir me, y de el cual voy a imponer te. era el día 22 de el pasado; y a las nueve de la mañana, comenzó a soplar con violencia un norte deshecho. una cerrazón completa, impedía ver aun los objetos más cercanos, a cuyo efecto contribuía una menudísima lluvia, que se colaba de las nubes, arrebatadas en las impetuosas alas de el viento. la mar azotaba con fuerza la playa, produciendo un ruido semejante a la detonación prolongada, hueca y no interrumpida de un trueno lejano. los árboles arrastraban sus ramas por el suelo, y abatían sus elevadas copas. la espuma que depositaban las olas en la orilla, formaban témpanos, como de nieve, que tan pronto se desmoronaban por la fuerza de el viento, como se acumulaban de nuevo por el constante choque de las aguas. las embarcaciones, de que estaba cubierta la bahía, se agitaban en movimiento convulsivo e irregular. yo no pude contener me a la vista de aquel sublime espectáculo, que me conmovía extraordinariamente, y resolví salir de el hospital, por la vez primera, para pasear me por las orillas de el mar, y gozar, sí, gozar con entera libertad de aquella conmoción de dos poderosos elementos: el agua y el aire. calé me, pues, un ancho sombrero de palma, forrado de hule; eché me a los hombros una capa impermeable, y, vencidas algunas dificultades sobre lo inconveniente de mi salida en medio de aquel temporal, lancea te fuera de mi prisión.
hay impresiones que no pueden explicar se, y que para comprender las, se necesita una situación dada, situación que hubiesen creado muchos antecedentes reunidos. tú sabes los míos; pero es imposible que sientas, como yo siento, esta situación tan singular. ¡qué feliz era en aquel momento! ¡con qué delicioso placer respiraba aquel aire húmedo y agitado! no sabré decir te si la idea vaga de una fuga, cruzó por mi pensamiento; pero si fue así, pasó con la misma rapidez con que aparece y desaparece uno de esos meteoros ígneos, que atraviesan la atmósfera, sin dejar vestigio alguno. ¡demasiado había pensado, antes, en las funestas consecuencias que podría acarrear me una acción tan arriesgada, tan villana, y de éxito tan poco seguro! yo no andaba, corría como un loco, y si alguna vez me detenía sobre un calado pedrejón, era para mirar aquel grandioso aparato, llorar, y proseguir después mi excursión, exhalando gritos de una alegría vaga e indefinible. realmente, me era necesario aquel desahogo, porque yo conocía que mi cerebro comenzaba a petrificar se, en fuerza de mis cavilaciones diarias. el corazón se dilataba, la sangre circulaba con más libertad, y mi cabeza volcánica se refrigeraba. ningún ser humano se me presentó a la vista en aquella playa solitaria, y esto imprimía a mis ideas, y a mis sentimientos, un carácter solemne y augusto. yo estaba solo, y sin testigos, delante de ; porque el mar es una de las obras más gigantescas de su diestra poderosa, es el espejo de su inmensidad, y en él se reflejan su poder, su bondad, su grandeza, su independencia, y todos sus divinos atributos. cuando el mar, hirviendo desde el fondo, se embravece, y representa la cólera de el , entonces formidables montañas de agua amenazan a la tierra, a las nubes y a el espacio: véese una ola, ensoberbecida, saltar sobre otras mil, aumentar su mole con todas ellas, dilatar se hasta un término prodigioso, venir rugiendo con la impetuosidad de un rayo, chocar contra la frágil embarcación que encuentra en su rápida carrera, envolver la como si fuera una paja sutil, sumir la en el abismo, y venir después a estrellar se en la orilla, en donde le dice: «hasta aquí», calmando, de improviso, su furor detenido «allí» por una mano invisible. pero cuando el mar está tranquilo, y reflejando la bondad de el , es entonces una llanura suave, diáfana, y de color celeste: la luna riela dulcemente sobre la superficie, y presenta un lecho de plata incrustado de zafiros: si una onda espumosa quiere alzar se, a el punto queda abatida. ¡oh! el mar es, lo repito, la imagen de . elevé hasta su trono excelso una plegaria humildísima, y comencé a volver lentamente a el hospital.
de improviso, mi vista se fijó en un objeto confuso, que era el juguete de las olas y de el viento. me detuve, y después de algunos minutos, percibí que aquello era un falucho o canoa pescadora, que el norte había hecho zozobrar. mi primer pensamiento, fue que el infeliz pescador, dueño de el pequeño esquife, se habría ahogado, o habría sido presa de algún monstruo marino. lloré por su muerte desastrada y también rogué por su eterno descanso. ¡su mala suerte, sin embargo, tal vez no podría trocar se con la mía! mal pensamiento; pero ninguno tiene en sus manos el modo de evitar lo: el mérito consiste en huir de ellos. figura te, pues, mi sorpresa, y también mi angustia, a el entrever, en medio de aquel desorden, una figura humana que, con una mano, se sostenía de el falucho, y con la otra hacía repetidas señales en ademán de implorar socorro. no puedo explicar te mi confusión en aquel instante terrible, en que veía sufrir todos los horrores y agonías de un suplicio, a un prójimo, a un hermano mío, que luchaba cuerpo a cuerpo con el soberbio elemento. ignoraba yo cuál sería el mejor medio de librar lo. a el través de aquella densidad que me rodeaba, medí con la vista la distancia que había hasta el hospital, o el castillo de , en donde existía un destacamento. a el punto concebí la imposibilidad de traer oportuno auxilio, de cualquiera de los sitios. miré a la derecha e izquierda... nada: no había que esperar ayuda de ningún ser humano. entretanto, las olas acercaban con violencia a el pobre náufrago, y seguramente iba a perecer, a el chocar contra los peñascos de la orilla, si un milagro no lo salvaba.
— socorro, socorro - grité con todas mis fuerzas, por si acaso acertaba a pasar alguien por aquellas inmediaciones; pero, a la vez, arrojé capa y sombrero, y me preparé a hacer todo lo posible para disputar su presa a el mar, o sucumbir en la lucha. ¡qué muerte, entonces, más gloriosa y meritoria! aprovechó me de una especie de caleta, por donde pude escurrir me suavemente, y en un momento logré que mis palabras llegasen a oídos de el infeliz pescador. gritó le que abandonase el esquife, que iba ya a estrellar se inevitablemente, y que procurase nadar a un punto que le marcaba, y a el cual podía dirigir me sin obstáculo. cerré los ojos, me lancé a el agua, y salí a su encuentro. el primer choque fue terrible, pero la resaca dio lugar a incorporar nos, me abracé con el náufrago, y después de algunos esfuerzos vigorosos, logré traer lo sano y salvo a la orilla. el pescador, joven robusto y lozano, apenas comprendía lo que le pasaba. su agitación era grande, mayor su espanto, y no recobró el uso de sus potencias, sino pasados algunos minutos. entonces echó una ojeada a su canoa, y sólo vio sus fragmentos. , volvió hacia mí, en ademán de abrazar me; pero se detuvo de improviso, miró me con aire turbado, y retrocedió. olvidando me de el motivo de su extrañeza, quise preguntar le; pero haciendo un movimiento brusco, salió de allí despavorido, con dirección a el barrio de , gritando —: ¡ , mil veces: un lazarino, un lazarino! — mi primer impulso fue de indignación, después lloré amargamente y en seguida reflexioné que aquel pobre muchacho tenía razón. ¡paciencia! el cielo no quiso que gozase, sin mezcla de pesar, de aquel momento de satisfacción. recogí mi capa y mi sombrero, y calado de frío y de humedad hasta los huesos, tomé de nuevo el camino de el hospital, para meditar en aquel lance terrible, que no se borrará nunca de mi memoria. si no la filosofía, a el menos la religión santa nos enseña a soportar, con paciencia, estas pruebas dolorosas. sin embargo, tú que has conocido tan bien la susceptibilidad de mi carácter, y la fuerza de mi imaginación, puedes figurar te la impresión que haría en mí este suceso tan desagradable.
ocurrió me, dos días después de el precedente, otro lance que, aunque no tan repugnante como el anterior, no dejó de humillar me. observaba con un anteojo de larga vista la hermosa bahía de , desde el castillejo abandonado de . sacó me de mí agradable distracción, una voz cascada y quejumbrosa, que pedía una limosna por el amor de . a el punto, y di de cara con un anciano andrajoso, macilento, llagado de pies a cabeza, y hecho una miseria. saqué dos pesetas de el bolsillo, y extendí la mano para dejar las caer sobre la de el mendigo, que imploraba mi compasión. noté, entonces, que me miraba con cierto aire de pesquisa tan descarado, que llegó a chocar me. aún mi mano estaba a el aire sobre la suya, cuando me resolví a preguntar le si me conocía, o me había visto en alguna otra parte.
— no, señor: me respondió.
— ¡oh, no puede ser! usted ha de conocer me sin duda.
— no, mi amo: primera vez que veo a su mercé.
— ¿pues, por qué me mira con esa expresión de extrañeza?
— ¡ah! eso es por naita, señor amo. discurro que su mercé vive aquí cerca...
- sí, amigo: yo vivo allí, en frente.
— ¿allá en el santo hospital de nuestro señor ?
- sí.
— ¡ah, ah!
— ¿y qué?
— ¡eh, eh!
— vamos, ¿qué ocurre?
— ya, ya.
y mientras pasaba este diálogo ridículo, el mendigo encogía lentamente el brazo, procurando cubrir se la mano con la ancha manga de su mugrienta camisola, sin duda para evitar el contacto de mi mano con la suya; porque decididamente a aquel hombre, o le causaba yo una abierta repugnancia, o a su edad, que, en mi concepto, raya en los setenta y cinco, tenía miedo de contagiar se, y venir a acabar su vida a el miserable hospital de . no quise prolongar una conversación, en que yo iba a llevar la peor parte. dejé caer las dos pesetas sobre la manga de el mendigo, y después de haber le despedido con buenas palabras, volví a mi primera ocupación. pocos momentos después, desde un merlón de el castillejo, vi a mi hombre muy empeñado, lavando eh la orilla de el mar, con arena y piedra pómez, las dos pesetas que le había dado de limosna. amargas reflexiones me asaltaron; pero, gracias a , recobré luego la tranquilidad de espíritu, que me es tan necesaria.
y como si lo ocurrido en aquel día, no fuese bastante, a el siguiente tuve otra ligera mortificación. paseaba me por las cercanías de el cementerio, que distará un tiro de pistola de el hospital. observé que la puerta estaba entreabierta, y desde luego creí que se estaría verificando la inhumación de algún cadáver. fuese curiosidad, o cierto deseo de orar por los difuntos en aquel sitio fúnebre, destinado a recibir los últimos restos de el hombre, resolvíme a entrar. no había dado muchos pasos, cuando un anciano vigoroso, mal vestido, y de modales no muy corteses, se me acercó, sentó una de sus pesadísimas manos sobre mi hombro izquierdo, y, después de contemplar me algunos instantes, me dijo con acento familiar.
— si, como yo creo, y no mienten las señales, es usted algún lazarino, me parece que haría usted muy bien en marchar se luego de el camposanto.
— ¡yo!
— sí, señor: usted en persona. ¿pues quién otro hay aquí? van a venir gentes de tono, acompañando el cadáver de una señora que murió ayer, y semejante vista no les será muy lisonjera, que digamos.
— así lo creo, amigo mío; pero ruego a usted me permita preguntar le, ¿con qué derecho me hace una advertencia semejante?
— ¿con qué derecho? ¡estamos frescos! ¿esta mi cara, tal como me la ha dado, y usted me la ve, no le está diciendo, a grito herido, que yo ejerzo aquí un ministerio, de el cual, si en algo estima usted su vida, debía pedir a el cielo que le librase?
— ¡ah! ¿será usted algún verdugo, y no habré caído en ello?
— ¿está usted loco, hombre de , o de los diablos? pues me gusta la salida. ¡verdugo! vaya una ocurrencia. no, señor mío: yo no soy, ni he sido jamás verdugo. ¡dios me ampare! soy el sepulturero mayor, con nombramiento en forma de el mayordomo de fábrica, extendido en papel sellado de a cuatro reales; y ya debía usted haber lo conocido, si es que entiende algo de achaque de cementerios.
— ahora comprendo cuál es el oficio de usted, y le doy la enhorabuena; pero yo ignoraba que su autoridad tuviese tal latitud, que se extendiese hasta impedir la entrada a un particular, a quien le viniese a cuento penetrar en un sitio, que está abierto para los vivos y los muertos.
— ¡hola! parece que usted es algún papelista cabiloso. pues le notifico a usted para su inteligencia, señor bachiller, que ni es usted uno de los vivos, porque está muerto civilmente ( creo que así se dice ); ni es usted un muerto de veras, supuesto que ha entrado aquí por sus propios pies, y no por los ajenos. con que ya puede ir despejando, y deje se de argumentos, que yo no soy muy dado por allí, que digamos.
soltó me el hombro, y se dirigió a un rincón a tomar su pala.
— ¡vamos! no se enoje usted, amiguito — me gritó —, porque no he tenido más objeto, que librar lo / de una mortificación, que le sería mucho más sensible, que todo lo que le he dicho. ¡dios me libre de causar, voluntariamente, a ninguno de los pobres lazarinos, el más pequeño disgusto! pero el entierro va a llegar, y no sería yo quien le aconsejase que permaneciese por más tiempo dentro de el cementerio.
dejó la pala y volvió a acercar se. tomó me, con dulzura, una de las manos, como arrepentido de haber me tratado con alguna dureza, y continuó.
— mire usted, caballerito: viene en la comitiva el síndico procurador, que no transige a los lazarinos. yo no sé si será porque se dice que es algo propenso a esta enfermedad; pero lo cierto es que tiene a todos ustedes una ojeriza implacable. con que ya ve usted si tengo razón para suplicar le que no se quede en este sitio.
— ¡con que no hay medio de poder estar aquí unos momentos, señor sepulturero!
— sí: hay dos medios, y muy eficaces. el primero es morir se, cosa que no le deseo en manera alguna; y el segundo, que venga usted cuando yo esté solo y no tenga que esperar algún entierro, de esos que se anuncian con esquilas.
— según eso, usted me permitirá volver. ¿es verdad?
— ¡toma! pues bien claro se lo he dicho. sí, señor: vuelva usted cuando yo esté solo, y se estará aquí todo el tiempo que guste; aunque, a decir verdad, yo no sé qué tiene de agradable venir a un cementerio.
, y salí muy de prisa, porque va sentía acercar se el rumor de los carruajes que acompañaban el entierro. el sepulturero murmuró entre dientes: ¡pobre niño! ¡maldito si yo tengo ni migaja de miedo a estos desdichados lazarinos! — ¡cuánto le agradecí esta muestra de compasión!
también me despido de ti, mío. cuida a mi venerado padre, abraza a , y saluda a y a todos los de casa. dios guarde la vida de todos ustedes, como se lo ruego humildemente.
mió queridísimo. el desventurado está hoy mucho más abatido que nunca, después de un espectáculo que a mí me consternó vivísimamente; pero que a él le causó un pavor, que no puedo explicar te. el caso no era para menos. figura te que hemos visto morir a un lazarino, que hacía nueve años que estaba encerrado en esta casa, olvidado de sus parientes y amigos, según he sabido después. esto es muy cruel; pero el pobre ha descansado, saliendo de esta vida miserable; y su alma, purificada en el crisol de la paciencia y la resignación, ha volado a el seno de , a recibir su recompensa.
hace cinco noches, que me hallaba recogido ya, cuando llamó muy quedo a la puerta de mi aposento. , algo sorprendido, y pregunte le qué novedad ocurría.
— pues qué, ¿no oye usted?
— ¿qué amigo? yo no oigo cosa alguna.
— fije usted más el oído, por .
en efecto: una voz muy remisa y melancólica, pero tierna y patética, se mezclaba con algunos gemidos ahogados. no comprendía yo lo que esto podía ser. de la mano, y, paso entre paso, nos fuimos acercando hasta la entrada de un cuarto escasamente alumbrado, que se veía a el extremo de la obscura galería. allí quedamos clavados sin poder avanzar, ni retroceder, porque el suceso que pasaba a nuestra vista, nos heló de espanto. temblaba, le crugían los dientes, y bañaba su frente un sudor glacial: yo no podía ni respirar, porque me sentía como agobiado bajo el influjo de una pesadilla. el interior de aquel cuarto misterioso, que creía inhabitado, porque antes no había visto que sus puertas se abriesen, era lúgubre y funesto. sobre una mesa, chisporroteaba una lámpara mortecina. en el lado opuesto, había un catre, y sobre él yacía tendida una figura, que parecía humana, no por ninguna de sus formas, sino por los gemidos que exhalaba. a la cabecera, estaba arrodillado el capellán con un pequeño en una mano, y sosteniendo con la otra la cabeza de el moribundo. su boca, pegada casi a la de el agonizante, murmuraba las consolatorias palabras, que usa nuestra madre la , para recomendar el alma de los fieles, en el tránsito de éste a el otro mundo. a el lado de la cama, con una vela bendita entre las manos, otro lazarino, que hacía el oficio de enfermero, estaba en pie, y con la vista clavada sobre el paciente. conforme iba disminuyendo el estertor de la muerte, el capellán alzaba más la voz; pero de manera que no se oyese a alguna distancia, sin duda para no alarmar a los habitantes de la casa. después de algunos minutos, cesó la oración de el capellán: dejó caer suavemente la cabeza, que sostenía, sobre las almohadas: se incorporó, y recitó en voz baja el recorderis, concluyendo con el in pace. en seguida se enjugó los ojos, cubrió el cadáver con una sábana, despidió a el enfermero encargando le que avisase a el administrador, se sentó en un sillón, y comenzó a rezar el oficio de los difuntos.
pasó el enfermero, sin notar nuestra presencia; pero nos retiramos a el momento, compungidos y horrorizados. llegamos a mi aposento, de el cual no quiso separar se . desde allí observamos exactamente todo lo que ocurría. cuatro mozos llevaron un ataúd, caminando con el mayor silencio. el capellán colocó el cadáver en el féretro, que volvieron a cargar los mozos; y con el mismo silencio, mientras el capellán seguía su rezo funeral, se abrió la puerta de el edificio, y desapareció la comitiva, con dirección a el cementerio, en dónde iba a terminar aquel drama nocturno. a las cuatro de la mañana estaban ya de vuelta. el entierro se había verificado, y cuando, a las seis, comenzó el movimiento ordinario de la casa, todos parecían igno-rar lo ocurrido en la noche anterior. el capellán mismo se nos presentó, con el semblante amable y risueño, de todos, los días. pero hemos visto la muerte de un lazarino; y no debes extrañar nuestra turbación y espanto. es, sin embargo, el que más padece, y aún no se ha conseguido licencia, a fin de que salga a distraer se por estas cercanías. sus conatos de fuga el día que entró aquí, han engendrado cierta preocupación contra él: ¡como si mereciese castigo un rasgo semejante, en aquella circunstancia! el doctor , que se interesa mucho por este mi compañero de desgracia, me ha ofrecido hacer en su obsequio todo lo posible.
vas a sorprender te, sin duda, a el escuchar el siguiente relato, sobre algunas cosas, que debían considerar se como ajenas de mi situación. pero ¿qué quieres? como si nuestro aislamiento, en este hospital, sólo sirviese para privamos de todos los beneficios de la sociedad, y no para librar nos igualmente de sus males, también el rumor de los sucesos políticos de el país, ha venido a turbar nuestro sosiego y soledad. antenoche, en efecto, el estrépito de las campanas de la población, que tocaban arrebato: el sordo murmurio que forman muchas gentes que se reúnen; y el tránsito para de varios dragones, me hicieron sospechar, que algo extraordinario ocurría en la ciudad. me habría sido enterar me de los sucesos que pasaban, si los de agosto de 1814, que tengo bien impresos en la memoria, y los de el 3 de octubre de 1820, no me hubiesen inspirado una decidida aversión a semejante clase de negocios. por otra parte: un pobre lazarino, para quien no hay, ni puede haber, un porvenir político: que no tiene derechos que ejercer, funciones públicas que llenar, ni obligaciones sociales que cumplir: que carece de medios para impedir el mal y de recursos para afianzar el bien de su patria: que no tiene voz ni voto, en fin; ¿qué parte puede tomar en semejantes sucesos? ¿qué puede influir su opinión en las deliberaciones públicas? ¿ni qué interés puede tener, sino el especulativo de apetecer lo mejor para sus semejantes, en estas y las otras pretensiones? por lo mismo, guardé silencio, e hice firme propósito, después de haber me entregado a mil reflexiones diversas, de no preguntar cosa alguna, acerca de lo que pasaba, esto no me valió, y tuve el disgusto de saber que nuevas desavenencias iban a dividir el país, demasiado trabajado por las convulsiones de la época. me lo dije muchas veces: «cuando el faro de se apague, ya ningún piloto alcanzará el puerto.» soy un proscrito: no tengo derecho de hablar; pero, ¿quién puede impedir me creer que el soldado ilustre, que hoy está desterrado en , es el único capaz de librar a la nación de un funesto escollo? sí, él volverá: adornará sus sienes, no con esa funesta corona, indigna de un caudillo de la libertad, sino con la de oro y laurel, que la patria destina a los héroes. disimula, mío; pero yo he erigido a un altar en mi corazón, y en él le tributo un culto. yo sé que aprueba mis sentimientos; porque sólo inspira a los hombres magnánimos, e es el fundador de la independencia nacional.
pues me cercioré de lo ocurrido, de una manera singular. hallaba me ayer, porfía tarde, recostado a el pie de un ceibo frondoso, en la entrada de el camino que de la playa sigue a la hacienda , disfrutando de una brisa suave y ligera, que rizaba apenas la superficie de el mar, y de la deliciosa vista que se presenta desde aquel sitio risueño, y pintoresco; cuando he aquí que un hombre, a quien no conocí de pronto, se me puso por delante.
— ¡hola, mi amigo! — me gritó —. me alegro de ver lo tan bueno. ¿por qué no ha vuelto por aquellos andurriales, una vez que es tan aficionado a los muertos? ¡vaya un gusto extraño!
— bueno, o doliente, siempre estoy para servir le, señor sepulturero ( que era él ). yo no he vuelto a los términos de su jurisdicción, temeroso de encontrar me con algún entierro, en que viniese de acompañante aquel señor procurador, que nos tiene una ojeriza atroz, por las razones que usted presume. sin embargo, yo he hecho intención de ir, un día de éstos, a hacer a usted y a su establecimiento, una corta visita.
— sí, sí: ¿y por qué no? somos ya conocidos, me parece y conocidos de confianza; y deje se de rencores por la ocurrencia de marras, que yo no soy ningún mal hombre, como lo parezco por este estrambótico perjeño. mal pasaje, por cierto, habría usted tenido con el susodicho procurador, que, a poco rato, como me lo presumí, vino en la comitiva. ¡qué cara de vinagre!
— ¡mala cara, eh!
— malísima. suponga usted que todo lo quiere aplicar a el ramo de policía, venga o no venga a cuento; y para ello arruga la frente, cierra los puños, y amenaza a el primero que se figura haber quebrantado algún, artículo de el bando de buen gobierno, aunque la infracción sólo exista en su caletre.
— cumple con su deber, procurando averiguar lo cierto.
— según y conforme: ni es razón que haga cargos a quien no debe. verbigracia: el día de el entierro consabido, me molió la paciencia a reclamos e interpelaciones. — señor sepulturero: estas murallas están muy bajas. — diga se lo usted a el mayordomo de fábrica. — señor sepulturero: este cementerio está mal situado, — traslado a el ayuntamiento, de el cual es usted miembro. — señor sepulturero: es una picardía que aquí no haya un capellán, — entienda se usted con el vicario. — señor sepulturero: este sitio está cuajado de piedras, — yo no soy bombeador. — señor sepulturero: aquí no hay una capilla, un árbol, ni un arbusto: este es un cementerio indigno de una población culta, como , — señor procurador, por la sangre de : diga me usted que las sepulturas no están suficientemente profundas; y la tierra que las cubre bien pisoneada, y contestaré a los cargos. los que usted me hace ahora, más bien creo que deben dirigir se a usted.
— muy bien dicho.
— por supuesto, que muy bien dicho. uno, viendo su fervor, le propuso una visita a , ya que se hallaban tan cerca. el hombre se puso pálido, y con no sé qué pretexto, cambió de conversación. ¿quería usted, pues, que ese caballero le mandase lanzar de el campo santo?
— no hablemos más de eso, amigo, mío: yo no conservo ningún resentimiento por lo pasado. a el contrario: le estoy muy reconocido, porque me ha librado de una humillación inmerecida.
— ¡bravo! así me gustan las gentes: razonables. conque, tan amigos como siempre, y pelillos a la mar.
y sin mayor ceremonia, tomó mi capa, que pendía de una rama, la plegó en muchos dobleces, y, colocando la junto a mí, se sentó buenamente sobre ella. echó mano, en seguida, de una pipa, que sacó de un pequeño zurrón de gamuza, puso en ella algunos pedazos de tabaco nada aromático, hizo lumbre, y comenzó a fumar con un placer envidiable, envolviendo me en una nube de humo, tan densa como pestilente. lejos de incomodar me con semejante muestra de confianza, que, en cualquiera otra circunstancia no me habría sido muy lisonjera, procuré, a el contrario, estimular a el buen sepulturero a que prolongase su plática, y acabase por hacer se me amigo. era que yo, pobre lazarino, encontraba un hombre que no temía la malignidad de mi dolencia.
— a lo que veo — le dije después de un rato de silencio —, usted no tendrá hoy algún muerto a quien decir «sea te ligera la tierra».
— si acaso lo hay, será de medio pelo. yo soy sepulturero mayor, y no entierro sino a los señores de copete; digo, cuando buenamente se mueren. y si no, ¿qué se entiende por sepulturero mayor?
— es verdad: yo no había caído en ello. sin embargo, creo que usted habrá comenzado su carrera por subalterno, si es que siempre ha ejercido semejante profesión.
— mire usted señor... señor... ¿cómo es su gracia de usted?; y perdone la pregunta.
— .
— . pues mire usted, señor : en mi actual carrera, como ya empieza a suceder en todas las demás, he sentado plaza de jefe, sin pasar por los grados subalternos. es que esa mi actual carrera, es carrera de cojos e inválidos; pero, hablando en plata, sólo se han premiado, medianamente, mis antiguos servicios.
— ¡grandes servicios! ¿no es esto?
— grandes o pequeños, yo he dicho simplemente servicios, sin calificar su peso, número o medida; y si he dicho que son antiguos, esto no significa que sean grandes. basta ser un poco viejo, y ya ve usted que sesenta y un años, que cumpliré el día de , que es a 28 de mayo...
— conque usted, mi buen amigo, se llama .
— en todo el barrio me llaman «nuestro amo », porque antes fui yo contra-maestre, que enterrador de muertos. así es que, si usted gusta... «nuestro amo ». ¡rarísima vez entiendo yo por a secas!
— bien, nuestro amo , muy bien; pero, ¿por qué dejó usted su ejercicio de mar? ¿sufrió usted alguna desgracia, mi viejo amigo?
— ¡cáspita! ¿pues quería usted, criatura de , que toda la vida me estuviese columpiando en un mal pailebot, después de tantos fracasos en la marina real? además, toda mi gente de tierra había pasado por ojo, sin que me quedase ni siquiera la buena , para arrancar las manchas de alquitrán de mi pobre chamarra.
— ¡qué dice usted, nuestro amo!
— sí, amigo; en año y medio murieron mi pobre mujer y mis cuatro hijos.
separó su pipa el infeliz anciano, con la mano izquierda, y con el reverso de la derecha se enjugó dos gruesas lágrimas, que asomaron a sus ojos. aquel ademán me conmovió profundamente.
— ¿y ha quedado usted solo en el mundo, nuestro pobre amo ? — continué yo.
— lo que es solo, no. es verdad que yo no tengo aquí pariente alguno, pues soy valenciano, para servir a usted; pero el buen barrio de me ampara, y me protege, ahora que voy quedando ya inútil. los viejos me miran como a un hermano, y los mozos como a su padre. toda es gente franca, leal y generosa. ¡dios se los pague!
— pues bien, nuestro amo : deseo, sí, quiero, con toda mi alma, que usted me aliste entre esas gentes honradas y generosas, que le tratan como a su padre.
el anciano me miró fijamente.
— sí, nuestro amo : no sabe usted cuánto le agradecería, el que me considerase, en lo sucesivo, como uno de sus hijos.
— ¡oh mío! — exclamó, incorporando se, y cruzando ambos brazos sobre el pecho —. permitiste que aquel desgraciado se extraviase, lanzando se en una carrera tan vil, como peligrosa: me has arrancado a mi esposa, y a mis cuatro hijos; pero en recompensa, me prodigas consuelos por todas partes. ¡oh mío! bendito sea tu santo nombre.
y dejando se caer de rodillas, sollozó amargamente. me pareció aquella actitud tan solemne, en semejante circunstancia, que mi corazón se estremeció, como con cierta especie de pavor religioso. también me arrodillé con respeto, lloré con ternura, y oré en unión de aquel anciano desvalido.
pasados algunos instantes, nos sentamos de nuevo, y me estrechó la mano amistosamente. serenó se su semblante, y recobró su ordinaria expresión de jovialidad y franqueza.
— usted puede creer, señor — me dijo después —, cuánto favor le debo por su benevolencia y afecto. , también, amigo mío, gracias. puede ser que, algún día, le muestre, con obras, todo lo que yo agradezco esas palabras de consuelo generoso en favor de un hombre, que, tal vez, lo ha tratado inmerecidamente.
— ¡oh, no, nuestro amo , no! soy yo quien debe agradecer le su extremada bondad, en acoger, en su afecto, a un pobre lazarino, que la sociedad ha proscrito.
— ¿no conoce usted, mi querido , que esas palabras no convienen ni a usted, ni a mí, en una ocasión como la presente? cuando todos huyesen de usted, y le abandonasen, yo, mientras viva, seré un amigo, su compañero y su humilde servidor, aunque me encuentro viejo e inútil. aquí está mi mano y mi palabra, que siempre ha sido palabra de hombre honrado.
apretó le la mano. el y yo volvimos a quedar pensativos. desde ese momento, comencé a amar a mi viejo sepulturero, con toda cordialidad y afecto. no puedes figurar te, mío, la emoción que experimenta un leproso infeliz, cuando encuentra simpatías en un ser sensible, a quien su situación no inspira ese horror natural, que debe producir, y produce generalmente, a todos los que se le acercan.
la noche comenzaba a cerrar, y me levanté para volver a el hospital.
— vamos — me dijo el sepulturero —, yo le acompañaré hasta la puerta.
y echamos a andar. en el camino, contestando a varias preguntas que yo le hacía, con interés, me dijo que lo pasaba holgadamente, y que de ninguna comodidad carecía, porque sus necesidades eran cortísimas.
— sin embargo de que soy español — prosiguió —, he dicho a usted que estoy muy querido en todo el barrio de , y, mientras viva, nada me hará falta. aunque me quitaran mi oficio miserable de sepulturero, así como despojaron de sus destinos a todos los empleados españoles el día 15...
— ¡ah, ah!
viendo, por mi exclamación, que yo ignoraba el suceso a que había aludido, el buen anciano me refirió, con todos sus pormenores, los acaecimientos de el día 15 de este mes, y los de la noche de el 20, que tanto me habían hecho cavilar, sin atrever me a hacer pregunta alguna a los que podían informar me. así supe que todos los empleados españoles, habían sido depuestos: que se había pedido la declaración formal de la guerra a , cuya medida habían diferido las autoridades superiores de la capital: que el comandante de las armas había vertido, casi solo, desde , a intervenir en aquel suceso, procurando cortar lo: que en había sido mal recibido; y que, con motivo de su presencia, había estallado en la plaza la conmoción de el día 20 por la noche, que terminó con la salida de ese jefe, quien se retiró muy indignado, y resuelto a emplear las armas, para cortar el progreso de el movimiento de el día 15.
es este modo de pedir las cosas... ¡olvidaba me que soy un lazarino, que estoy muerto civilmente, y que mi opinión no vale para cosa alguna!
me despedí de mi nuevo amigo, y entré en mi albergue a meditar en los incidentes de la tarde. ese pobre y honrado sepulturero, ¡también ha sufrido mucho! ¡esta miserable humanidad, que en todas direcciones, y por todos aspectos, se encuentra siempre trabajada! ¡este infeliz anciano, con un genio tan franco, jovial y sencillo; y sin embargo, haber perdido a su esposa y cuatro hijos, en tan corto tiempo! ¡haber se le extraviado otro! ¿qué carrera vil y peligrosa será la que abrazó, y que, según parece, ha afectado vivamente a su padre? el tiempo aclarará este misterio. no me pareció oportu no intentar descorrer el velo, que lo cubre.
adiós, amigo y hermano mío. jamás me olvido de las personas que me son tan queridas; y a todas ellas escribo siempre, por separado, reservando para ti mis confidencias más íntimas. adiós, otra vez.
querido mío. este afán que nos escuece vivamente, este afán de ocultar nos a nosotros mismos y de ocultar a los demás nuestras propias miserias; en el pobre lazarino es enteramente inútil, porque parece que todo conspira a echar le en cara, de una manera oprobiosa, su abyecta condición, por más que se empeñe en hacer la olvidar a los , ya que no puede conseguir para sí tan débil y mezquino consuelo. de aquí proviene cierta lucha interior, en la cual, si no hay una buena dosis de resignación y paciencia, el lazarino viene a ser una víctima miserable, que no siempre provoca la compasión de sus semejantes, porque no todos nuestros semejantes tienen el mismo grado de filantropía. de allí, esa tenacidad con que quiere ponerse en contacto con todo el mundo, dar la mano a los que encuentran en su tránsito, estrechar contra su pecho a los amigos y conocidos, y exhalar su pestilente aliento sobre cuantos se le acercan. ¿llevará en ello la intención depravada de causar algún daño? ¿querrá excitar la susceptibilidad ajena, para gozar se en el martirio que cause? ¿deseará que todos participen de sus atroces sufrimientos? ¡oh, no, seguramente no! el busca un rostro benévolo, un prójimo deferente, un ser compasivo, alguno, en fin, que en su aspecto le signifique, bastantemente, que no cree en la malignidad de su mal, que no se horroriza de su aspecto, que no tiene asco a la fetidez que exhala, ni teme el funesto contagio. regularmente, el éxito de semejante tentativa es terrible y desconsolador; y el infeliz lazarino recibe, uno tras otro, una serie de desengaños, que excitan su mal humor, y lo convierten a el cabo, en un misántropo que huye de todos, como un animal hosco y bravio, y esquiva a sus compañeros, como si viese personificado en ellos un atroz epigrama contra su situación. en este caso, la religión es su único amparo, porque la filosofía misma no es bastante para mitigar la horrenda desesperación en que irremisiblemente caería, sin el auxilio de aquella.
por eso me decía ayer el padre capellán.
— amigo querido: si en la vista y hallazgo de ese prójimo deferente, busca usted todos sus consuelos, y tiene la esperanza de hallar los... poco es lo que puede usted adelantar. el egoísmo... ¿sabe usted de lo que es capaz el egoísmo?
— ya lo comprendo, padre mío. el egoísmo me ha relegado aquí, me ha excomulgado, me ha arrancado fríamente de el seno de mi familia, y de los brazos de la tierna amistad, para atar me contra una roca, como a , hasta que un buitre acabe de rasgar me las entrañas. es decir, me he sumido en , hasta que la lepra dilacere todos mis miembros, y termine mi dolorosa existencia.
— bien. yo no quiero contradecir esos conceptos, que, hasta cierto punto, son justos: a el contrario, quisiera que usted se fortificase en ellos; pero no para aborrecer a la pobre humanidad, que, por lo regular, no tiene la culpa de ciertos vicios, que han llegado a ser orgánicos. el cristianismo, sin embargo, ha hecho una gran revolución moral; y su influencia, más tarde o más temprano, cambiará de el todo la faz de las sociedades. busque usted, pues, esos consuelos en sus buenas acciones, en su conciencia y en su corazón. busque los usted, y los hallará allí...
y me designaba la santa , colocada sobre mi mesa. en aquel momento, la fisonomía de el buen eclesiástico aparecía casi radiante, de bondad y de caridad cristiana... de esa caridad que, como dice , «todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo sufre». y en vez de huir, como el pescador a quien libré de una muerte segura, o de esquivar me, como el mendigo que recibió de mí una limosna; aquel hombre singular, para quien no tenía yo otro título que la fraternidad cristiana, me estrechaba cariñosamente contra su corazón, y lloraba lágrimas de amor sobre mis lívidas facciones. ¿cómo, en tales momentos, habría dejado de sentir un consuelo inefable? ¡ah! yo no dudo que en todos los siglos, y en todas las creencias, se encontrarán a menudo, hombres poseídos de un sentimiento profundo de benevolencia hacia sus semejantes; pero sólo el cristianismo, esta institución de fe y de caridad, nos ofrece, como base de su espléndido edificio, el amor a nuestros semejantes. ¡oh religión de paz y filantropía! yo pido a su fundador divino, que me confirme en su fe santa, porque yo sólo quiero creer, amar y adorar. si ha podido existir en mí un mal reprimido sentimiento de duda sobre el porvenir, desaparezca, desde hoy, para siempre jamás. ¡dios mío: qué fuera de una infeliz criatura, de un pobre leproso, atribulado, afligido, oprimido de dolor y de angustia, si no tuviese la seguridad de otra vida, y en ella fijase toda su esperanza! ¡qué tormentos, por más vehementes y agudos que pudiese inventar los la imaginación más exagerada, serían comparables a los que causaría una situación semejante! ¡ah, no! bendito sea el de nuestros padres y nuestros abuelos, porque sólo ese es el único consuelo de la miserable humanidad.
desde que medito en estas importantes verdades, y reflexiono en la vanidad de el mundo, siento un alivio inexplicable, y encuentro mejorada mi condición. porque, mío, dirigir los ojos a el mundo, en demanda de consuelos, no es otra cosa que afanar se inútilmente, hallando, en vez de lenitivos, nuevos dolores, y amarguras sin término. sumida la generalidad de los hombres en sus negocios, o, más frecuentemente, en sus pasiones, pocos hay que se conduelan de la humanidad que sufre y padece, cuando hasta su solo aspecto, tal vez porque les recuerda su fin tan temible como inevitable, les causa horror y repugnancia. sí: es una verdad que, para la mayor parte de los que nos rodean, somos indiferentes; y aun las pocas almas compasivas, no siempre pueden, cuando lo quieren, contribuir a aliviar nuestros padecimientos; porque, o se los impide una irresistible preocupación, que no les da ni valor para entrar en examen; o la disposición de sus órganos no sufre nuestra inmunda y asquerosa presencia. puedes de esto inferir, cuán profunda será mí gratitud respecto de este buen eclesiástico, de el doctor , y de nuestro amo , de este viejo y leal marino, que es mi constante compañero, en todas las excursiones que hago fuera de el hospital. ¡qué alma tan noble y tan honrada posée! su conversación, sembrada a veces de natural originalidad, a veces seria y reflexiva, siempre es amena, curiosa y variada. el me relata, con entusiasmo, sus campañas navales, sus aventuras marítimas, y los lances más críticos de su vida, empleando a el efecto ese peculiar frasesismo de las gentes de mar, que para comprender lo, se necesita el hábito de tratar con ellas. el me llama la atención sobre los puntos de vista más interesantes; y no hay caleta, pequeña ensenada, promontorio, punta o colina, acerca de los cuales no sepa alguna historieta, que no siempre tiene un término feliz, pues que muchos de los personajes concluyen por morir ahogados.
quieres, según me indicas, saber cuál es la distribución que hago de el tiempo, y en qué lo empleo. bien: voy a complacer te. levánto me a las cinco de la mañana, y elevo a el una plegaria por mi padre, por mis amigos, y por todos mis semejantes, y pidiendo para mí lo que sea más conforme a su voluntad santísima. un pobre lazarino, que me sirve de mozo, me trae en seguida el desayuno, que tomamos juntos y yo. luego salgo, y voyme a dar un largo paseo, o por las orillas de el mar, o a las vistosas colinas, o a las haciendas de campo inmediatas. vuelvo, y almuerzo, siempre en unión de , que es mi constante compañero en casa, pues el infeliz aún no puede salir de el hospital, ni tampoco es mucho lo que en ello se empeña. en adelante leemos, conversamos con el capellán, y visitamos, en unión suya, a todos los enfermos que están en cama. comemos a las dos, y reposamos hasta las cuatro y media de la tarde. a esa hora, vuelvo a empuñar mi bastón de ébano, y salgo en busca de nuestro amo , que estoy seguro de encontrar siempre en la puerta, esperando me. paseamos hasta muy entrada la noche, y pasamos lo restante de el tiempo, hasta las diez, hora en que nos recogemos, en pláticas y ejercicios piadosos. he allí mi método de vivir. mientras yo leo, se ejercita en hacer algunas obras curiosas de carpintería, en que es muy diestro, lo cual no le impide atender a la lectura, y hacer sobre ella muy justas y sólidas reflexiones.
las familias se desbandan a centenares de la plaza, por la aproximación de la columna volante que las amenaza. el hospital, como debes suponer, experimenta los inconvenientes que produce semejante estado de cosas; y he aquí por qué las lamentables ocurrencias de el día, de las cuales no querría ni acordar me, nos son doblemente sensibles. el doctor , llamado por sus deberes a el lado de su familia ' tendrá que marchar se lejos de aquí, según me ha indicado, con gran sentimiento mío, pues que esto probablemente trastornará mi modo de existir, que experimenta notable mejoría con su asistencia. nuestro amo me comunica todas las noticias de el día, haciendo de ellas muy graciosos comentarios. yo suelo reir me de sus ocurrencias, y lo dejo explayar se.
— mire usted qué brillante y despejado aparece el horizonte — me decía en una de estas tardes —: el navio llegará a el puerto, bajo la dirección de un insigne piloto que dice, y repite, para animamos, que es «trágico por temperamento».
— y esto, ¿qué significa, nuestro amo?
— ¿lo entiende usted? no, ¡eh! pues así lo entiendo yo. salvo que con esto nos anuncie, que sería muy hombre para matar se a sí mismo, y despachar a los demás a el otro barrio.
— pero esa es una explicación horrible.
— pues explique me de otro modo, lo que indica eso de ser «trágico por temperamento».
— no lo entiendo, nuestro amo: mejor sería que pensáramos en otra cosa, porque las de este género, ya comienzan a disgustar me. es, por cierto, presentar un programa tan extraño, y tan incomprensible. pasearemos, si a usted le parece bien.
— sí: pasearemos.
— pero: ¿adonde hemos de dirigimos hoy? todos los puntos inmediatos nos son muy conocidos; y aunque yo quisiera subir a , el destacamento habrá de impedir me la entrada, porque ¡ya lo ve usted!, no soy más que un lazarino.
— en llevando le yo a remolque, nos veríamos en ello.
el buen viejo se había armado de valiente, y pretendía llevar adelante el proyectado paseo. pero, felizmente, logré disuadir lo, y digo felizmente, porque no sólo me libró, en esa tarde, un mal rato, sino que para compensar me el disgusto momentáneo que me causaba el pensar en los inconvenientes de la enfermedad, discurrió otro paseo que, según me dijo iba a asombrar me.
— ¡asombrar me! — le repetí.
— sí, señor: como suena, y cuando yo le digo que ha de asombrar se, es porque sé que así ha de suceder. siga me las aguas, y luego, luego arribaremos, y si no queda usted satisfecho, que pierda yo el nombre de , que llevo hace sesenta y un años.
— pues marchemos.
— bien: navegue usted conmigo en ' conserva y a toca penó les, porque voy a ceñir de suerte, que sólo yo he de saber el punto de la recalada.
y comenzamos a andar por el camino de . cejando un tanto sobre la izquierda, nos internamos en un bosquecillo espeso y frondoso: el terreno comenzó, muy pronto, a ser algo difícil, y las escabrosidades que ofrecía, ya me fatigaban. subíamos, y por cierto que no era por senda alguna, porque ni vestigio había de ella sobre el terreno que pisábamos.
— a la verdad, creo que nos extraviamos — grité le de repente a mi guía, que marchaba silencioso.
— es difícil.
— pero si usted no solamente no sigue senda alguna, nuestro amo, sino que evita las que solemos encontrar a el paso.
— no importa. si no fuera yo práctico en estas costas, ¿había de venir mandando la maniobra?
— pero ya me cansa esta subida.
— mejor: así le agradará más el espectáculo que va a presenciar ahora mismo.
saltábamos de risco en risco, y para evitar una caída, que me descalabrase irremisiblemente, tenía necesidad de los auxilios de el buen viejo; y a veces me sujetaba de las ramas. salimos, en fin, de el bosquecillo a una hermosa explanada.
— ¿qué es esto, nuestro amo? — pregunté le a el viejo, exhalando un grito de admiración.
— la — me respondió.
ciñe a , por la parte de tierra, un semicírculo de colinas de poca elevación. la ciudad, sus hermosísimos barrios, y algunas casas de campo, yacen a las faldas de este magnífico y espléndido anfiteatro, que termina a la lengua de el agua. destaca se de este ceñidor una colina, que se interna en el barrio de , dominando se, desde ella, toda la población, los campos inmediatos, y el mar. se llama la .
todavía no puedo concebir, cómo un punto de vista, el más pintoresco, sin duda, de los que hay en el país, sólo se encuentre frecuentado por los leñadores, por uno u otro cazador, y por algunos muchachos que viven a las inmediaciones. los extranjeros llegan a , y se vuelven, sin visitar esta pequeña altura, porque ningún habitante de la población se empeña en hacer le saber el tesoro de preciosas vistas, que presenta. yo no podré hacer de ellas, mío, una descripción; pero trazaré un ligero bosquejo, para inducir te a no malograr la oportunidad, si alguna vez vienes a , de presenciar este magnífico espectáculo, que lo es tanto más, cuanto que en un terreno tan llano, como el nuestro, la monotonía de el paisaje es triste y enfadosa.
serían las cinco de la tarde, cuando llegamos a la cima de la , que, por aquel rumbo, distará, me parece, cuatrocientas toesas de el ángulo más saliente de la plaza, que es el baluarte de . reinaba, en aquel momento, una fuerte brisa, que nos transmitía el ruido de el mar, el de los árboles, y aun las voces de los que andaban por las murallas. el cielo estaba brillante y despejado; y los rayos de el sol, que declinaba, se reflejaban allá, a lo lejos, en el mar, produciendo a la vista un efecto inexplicable. a nuestros pies se desarrollaba, en todas direcciones, un vasto diorama, sobre el cual todo parecía mover se y animar se. a la derecha se prolongaba, en una dilatadísima abertura, el barrio de , descansando la vista en el , y el castillo de . a la izquierda, el barrio de se presentaba diseminado en un bosque de cocos; y a el través de sus ondulantes palmas, el campanario de la pequeña iglesia, y los edificios dados de blanco y azul, parecían agitar se en movimientos diversos. allí estaba también el hospital de . en el fondo de el cuadro, el paisaje era de un efecto majestuoso y sorprendente. su primer término, era formado de coposas arboledas, bordadas por los solares y caseríos. más allá, extendía se la plaza amurallada, y coronada de baluartes, descollando, sobre ellos, muchos y elegantes edificios particulares con miradores, templos, cúpulas y campanarios, elevando se, hasta una considerable altura, la gentil torre de la parroquia, que dominaba todo aquel riquísimo y exquisito mosaico. en último término aparecía el mar, el mar que, desde aquel punto, tenía no sé qué de mágica grandeza. se me figuraba que repetía en su superficie tersa y limpia, todos y cada uno de los infinitos objetos que veíamos en aquel tapiz de verdura. las barquillas de los pescadores, que vagaban en los confines de el horizonte, se presentaban como blanquísimas palomas, que volaban de uno a otro lugar. el conjunto era superior a lo que yo pudiera decir te. sólo un pintor, o un poeta, pueden revelar los misterios de la .
contemplaba aquel espectáculo, de un género nuevo para mí. mi admiración subió de punto cuando el sol, bañando con sus rayos horizontales todo aquel vastísimo panorama, parecía lanzar sobre él torrentes de fuego, precursores, sin embargo, de la obscuridad con que ya iba a encubrir se, como bajo un manto negro y fatídico; así como una lámpara, próxima a extinguir se, brilla con una luz más viva. llegó la noche, en efecto, y apenas se percibían, allá a lo lejos, en el ocaso, los últimos arreboles de el crepúsculo espirante. mudó se entonces la decoración, y la escena quedó transformada. nuestro amo guardaba un silencio religioso, mientras que, sentado a algunos pasos de mí, tenía clavada la vista en el último número de el cuadro, es decir, sobre el mar, que en aquella hora, y desde aquel sitio, más parecía un ancho y dilatado abismo. estaba entregado a una meditación profunda, o tal vez dirigía a el cielo alguna plegaria respetuosa, en favor de su esposa y de sus hijos ya difuntos. yo no me sentía con valor para interrumpir una actitud tan solemne. recostado sobre una laja extendida, ya no era una realidad, sino una serie de vehementes ilusiones, la que estaba ejerciendo en mí un influjo poderoso. las torres y miradores, se me figuraban gigantes embozados, que guardaban una ciudad encantada; las colinas, eran escarpadísimas montañas; los árboles agitados por la brisa, espectros que vagaban siniestramente. la obscuridad, el brillo pálido y débil de los astros nocturnos, el chillido de el buho, el volar incierto de algunos pájaros, las exhalaciones que caían sobre aquellas alturas, el bramido de el viento, el lejano rumor que brotaba de un pueblo agitado actualmente en una convulsión política; todo esto contribuía a dar diferentes giros a mi imaginación, demasiado exaltada ya con las impresiones anteriores.
de improviso, todo ese cuadro se encontró iluminado con una luz rojiza y subitánea, como la de un relámpago, volviendo a sumergir se a el instante en la más densa obscuridad. en pos, llegó hasta nosotros un fuerte estampido, que las rocas, las colinas y todas las cavidades de aquel terreno, y fueron repitiendo en prolongadísimos y espantosos ecos. jamás había escuchado una detonación tan robusta, tan grave, y de una vibración tan extraña e irregular. aquella tremenda conmoción duró más de dos minutos; y entre tanto, mi estupor había llegado a su colmo, y me encontraba a punto de desfallecer, porque, realmente, aquello no me parecía un suceso común ni ordinario. no era una tempestad, porque la atmósfera estaba limpia y despejada, y aún no ha llegado la estación de ellas. tampoco la erupción de un volcán, porque no existen montañas en toda la península. es, no hay duda, dije para mí, uno de los grandes cataclismos, que deben preceder a la destrucción final de el universo. aun no me resolvía a mover me de el sitio en que estaba clavado, cuando un nuevo relámpago, seguido de otra formidable detonación, me hizo estremecer me y horripilar me. no hubo remedio: el pavor me sobrecogió: lance me hacia donde estaba el sepulturero, y abrazando lo con todas mis fuerzas, gritaba:
— ¡nuestro amo, nuestro amo!
— ¡cáspita, que no ganamos para sustos! ¿qué es esto?, ¿qué tiene usted, mi querido ?
— ¿no ha oído usted, nuestro amo?
— ¡qué! ¿los dos cañonazos? no tenga usted cuidado: será algún aviso o señal que hace la plaza. esto es muy común y la cosa no vale la pena de asustar se tanto.
— ¿qué llama usted cañonazos, nuestro amo?
— ¡me gusta la pregunta! ¿si será que estaba usted tan embebido en sus , que no los hubiese escuchado, criatura de ?
— yo, sí: he escuchado un ruido espantoso, tremendo, extraño, que me figuré fuese una cosa sobrenatural y estupenda; pero, perdone usted, nuestro amo: yo no he oído cañonazo alguno, no; porque es imposible que el horrible estruendo que acaba de pasar, sean cañonazos, como usted se figura.
— vamos: ya comprendo. jamás ha oído usted la explosión de una pieza de artillería, sino a flor de tierra, y encajonado entre calles y casas. ya no me admiro de su extrañeza. en la posición en que nos encontramos, es diferente; y si esto le ha parecido tan extraño y espantoso, figure se usted cuál será la horrorosa confusión que reina en un combate naval, en que mil recias andanadas de artillería se suceden una a otra, cuando cada ola y cada nube es un eco, que se prolonga sabe hasta dónde.
en efecto, tres o cuatro cañonazos más, que disparó el baluarte de , acabaron de convencer me. el viejo tenía razón; y. ya ves cómo, sin la experiencia, nuestras lecciones de física en el colegio no sirven casi para nada. si por casualidad me hubiese encontrado solo en aquel sitio, y en semejante coyuntura, acaso habría caído muerto de terror, a el oír la miserable explosión de una pieza de a ocho, como lo era seguramente la que acababa de producir en mí tan alarmante efecto. así, pues, si alguna vez subieses a la , procura que esto sea cuando la plaza haya de hacer alguna salva de artillería. estoy cierto de que no hallarás exagerada la pintura que te hago.
acordando me, en fin, de que era tarde, y que el camino que teníamos que emprender era corto, pero áspero y escabroso, y que las tinieblas harían, sin duda, mucho más difícil, invité a mi amigo para bajar la colina.
— por lo que es eso - me repuso -, no tenga usted cuidado ninguno. cuando subimos, de intento le traje a través de aquellos bajos y arrecifes, porque deseaba yo que, de improviso, se encontrase usted gozando de esta perspectiva; y pues que la ha disfrutado a su sabor, fuera vez el consabido sustillo, bien podemos permanecer a el ancla algún tiempo más, que emplearemos platicando. luego marinaremos por un rumbo más corto y directo. sentemos nos.
— me gusta la idea: nos quedaremos media hora más; pero es preciso que se resuelva usted a referir me alguna anécdota acerca de este sitio. ¿no sabe usted, por ventura, una de esas tan curiosas, de que siempre está provisto?
— ¡bah! más de veinte sé yo, que tienen conexión directa con la .
— a ven desembuche usted, por , que ya sabe cuánto me agradan las pláticas de este género.
— recordaré... vamos: ya estoy. contaré a usted un cuentecito que ya es algo rancio; pero tiene que ver, nada menos que con esa piedra sobre la cual está usted sentado ahora.
yo hice un movimiento brusco para incorporar me.
— vamos — continuó el viejo —, no sea usted tan espantadizo, que digamos, porque me quita usted la libertad de hablar le circunstanciadamente, y como yo quisiera. vuelva usted a sentar se, y esté se quieto.
sentó me otra vez, no sin algún recelo, porque, como ya te he dicho, rara vez falta algún muerto en los cuentos de nuestro amo .
— bueno — prosiguió —, el cuento tiene su cierto roce con un famoso pirata.
— ¡dios mío, con un pirata!
— sí, hombre: con un pirata. ¿qué tiene esto de particular? usted se estremece cada vez que oye hablar de un pirata cualquiera.
— ¡oh! esa es gente que me causa miedo e indignación.
— pues yo.:, la compadezco.. prosigamos.
— sí: adelante.
— pues, señor: estábamos, o mejor dicho, estaban los dos de entonces en el año de 1685, y un holandés, llamado , más conocido con el nombre de « ».
— ¡ah, ! cuente me, cuente me algo de .
— pues en eso estamos. pues, señor: tomó a por sorpresa, formó allí su campeón trincheras, quemó y arruinó muchísimas casas; y aunque el castillo de se había defendido bien, y se sostuvo hasta que consumió la última munición, a el fin se dio a partido, porque no había otro remedio. el lugar era entonces muy rico: de modo que aunque se guardaron en los montes, sótanos y cuevas muchas alhajas preciosas y dinero, no obstante, el saqueo fue muy cuantioso. era, a la sazón, teniente de capitán general en la villa ( que aun no era ciudad ), , hombre firme y valeroso. mantúvo se en la parroquia, algunos días, muy bien atrincherado, mientras llegaba el auxilio que, desde , debía de enviar el gobernador . el capitán de los mulatos, llamado , fue el primero que llegó; y con valor, denuedo y arrojo temerario, rompió el cerco que los ingleses habían puesto a la parroquia, y, con su compañía, introdujo a los sitiados un refuerzo considerables el teniente se encontró apuradísimo, en vez de mejorar de situación. los víveres se habían agotado absolutamente, y la tropa no podrá resistir, por más tiempo, a los ataques de el pirata, dueño de toda la población. resolvió, pues, emprender una retirada, para incorporar se con el gobernador, que estaba tomando el fresco en .
— ¿salió, rompiendo la línea enemiga?
— ¡oh! eso era bastante difícil, si no imposible; y además, habría perdido toda su gente, sin ventaja ninguna. lo que hizo fue fugar se, dejando a con un palmo de narices.
— ¿pero, cómo pudo ser esto, nuestro amo? ¡usted se burla!
— va usted a saber lo, y verá que no me burlo. entre los vecinos que acompañaban a , había un marinero viejo, así como yo, de el barrio de . llamaba se el tío , hombre de pelo en pecho, cartilla vieja de , y que sabía a el pie de la letra todos los pasadizos y recovecos de la plaza. llamó aparte a el teniente, cuando estaba más apurado y sin saber qué hacer se, y le reveló un importante secreto, que por muchos años había guardado, por encargo de un cacique de , que fue grande amigo suyo. de resulta de esta revelación, dispuso el comandante que las tropas, armas a discreción, siguiesen en silencio a el tío , quien auxiliado de algunos hachones de viento que se improvisaron, se acercó a una puertecilla que estaba oculta a el pie de el altar mayor, metió se por ella, en pos descendieron todos los que había encerrados en la iglesia, y pian, piano, a el cabo de dos horas de marcha, a través de unos pasadizos húmedos y estrechos, unas veces subiendo, y bajando otras, desembocaron por un hueco, que hoy cubre esa losa en que está usted sentado.
— según eso, quiere decir...
— quiere decir lo que pocos saben todavía, a saber, que desde este sitio en que nos hallamos, hasta el altar mayor de la parroquia, existe un subterráneo, que estará ensolvado en algunos puntos; pero de el cual deben existir restos considerables.
— pues yo creo que esta tradición no debe olvidar se nunca, para que sirva de gobierno a los vecinos, por si alguna vez los piratas llegasen a posesionar se de esta altura.
— ya se ve que sería bueno.
— y ¿qué objeto se llevaría en la construcción de un camino tan singular?
— eso pregunte se lo a los indios de su país, que aborrecían tanto a los conquistadores. no lo harían a humo de paja, que digamos: no.
en este momento, las iglesias de la ciudad dieron el toque de ánimas, y comenzamos a bajar el cerro. no me había engañado el sepulturero. en tres minutos descendimos por una senda suave y corta. despidió se mi amigo en la puerta de el hospital, a donde llegamos a las ocho y media de la noche. como yo tenía permiso para estar fuera hasta las nueve, ningún dependiente extrañó mi tardanza en aquella excursión.
mucho interesó mi relato a . hoy he rogado encarecidamente a el doctor , que haga el último esfuerzo, a fin de conseguir, antes de su partida, el correspondiente permiso de la autoridad política, para que mi pobre amigo salga, alguna vez, a respirar el aire libre. yo tengo esperanza de que se conseguirá.
adiós, mi querido . soy siempre tuyo, amante hermano e invariable amigo.
y amigo. las circunstancias políticas, y más que nada mi calidad de español, me obligan a ausentar me algunos días de la plaza, retirando me a el campo. duele me el dar a usted esta noticia, porque nuestro ve en mí, no sólo a un médico en quien tiene confianza, sino a un amigo con quien se franquea ampliamente. pero puede usted estar tranquilo, porque jamás he encontrado un enfermo más dócil y complaciente, que su hijo , que ha seguido puntualmente todo cuanto le he prescrito, en orden a su régimen de vida. así es que, sin embargo de haber se presentado en el hospital cuando su enfermedad aparecía en un período crítico y funesto, hoy puedo asegurar a usted, sin temor de equivocar me, que se encuentra mejor, es decir, infinitamente menos mal, que cuando lo examiné la vez primera. lis verdad, que sus últimas impresiones fueron vehementes, y el más intrépido, acaso habría sucumbido en la lucha. ¡cuánto valen, en trances como éste, la buena educación, los sentimientos religiosos, y la virtud! no puede negar se, que tiene usted un hijo que le honra, y que, por tanto, merece el entrañable amor que usted le profesa.
me es sumamente sensible, ¡sólo yo sé cuán profundo es semejante sentimiento!, el no poder asegurar le que su hijo recobrará la salud perdida, y quedará curado de su dolencia. usted es un hombre de buen seso y acredita firmeza, y no dudo que estará fortificado en la idea horrible ciertamente, de que este interesante y recomendable joven está perdido para la sociedad; pero no lo estará para sus amigos, que se desvelan en conservar le tan preciosa existencia, ahorrando le, en lo posible, los inconvenientes de su situación. sin embargo, no me figuro que sea una temeridad, de parte mía, el manifestar le, que ni creo que la lepra sea un mal que se comunique por contagio, ni me parece imposible su curación, listo no significa que sanará: repito a usted que ni piense en ello, porque si los grandes médicos señalan uno u otro ejemplar, sobre no estar yo, ni con mucho, en esa categoría, la empresa es tan ardua y difícil, que raya en lo milagroso. baste decir a usted, que a lo miro como una cosa mía, y que, aunque no estuviese obligado, como lo estoy por los deberes de mi profesión, yo lo atenderé con todo el empeño y cuidado de que soy capaz.
le he fijado un régimen, para que observe puntualmente, hasta mi vuelta. el ejercicio y la distracción, son dos poderosos agentes con que cuento para proporcionar le alivio, porque ya sabe usted cuánto influye lo moral en lo físico. así es, que le he recomendado mucho que pasee, que lea, que escríba, que dibuje, y que se ejercite en la música, en la cual he observado que es muy inteligente, pero que, por desgracia, hoy le tiene una decidida aversión. para que mi partida le sea menos penosa, ayer he puesto en sus manos la competente licencia para que un joven español, muy su amigo, y compañero también de desgracia, pueda salir y entrar libremente en el hospital, sin traba alguna; ocurrencia que le causó un placer vivísimo.
dios conceda a usted resignación, y a todos nosotros lo que nos venga mejor. de usted obediente servidor y amigo.
mío: ya no me admiro de que el «fatalismo» tenga prosélitos. es, en verdad, un dogma absurdo y desconsolador; pero es muy fácil acomodar nos a él, porque exime a la razón de averiguaciones penosas, y de conjeturas más o menos molestas: libra a el corazón de el temor, que alguna vez detiene a el hombre en un sendero peligroso; o, a lo menos, afloja el ímpetu de las grandes pasiones. sobre todo, no teniendo valor para examinar y meditar, nos cuadra perfectamente el hallar una explicación a todo, sin necesidad de engolfar nos en las cuestiones metafísicas, que se enlazan, con las de la moral pública y privada. a pesar de mis sanos principios, yo mismo suelo ver me perdido en medio de vacilaciones que me cansan; y muchas veces supongo bien en mis raciocinios, y discurro tan mal, que me confundo, y ya no encuentro la salida de aquel laberinto horrible. permite me que lo repita siempre: la religión, sí, la religión es el mejor hilo de para guiar se; y la idea de una sabia e infinita, es más racional que ese ciego y formidable fatalismo, que hiela nuestro corazón, y seca, en nuestra alma, la fuente de las acciones nobles y magnánimas.
es verdad, también, que nosotros tergiversamos miserablemente esa idea sensata y religiosa; y a el hablar de las cosas y de los hombres, nos parecemos a , aquel tirano de , que tendía en un lecho de hierro a los transeúntes, alargando, a la fuerza, las piernas de los infelices que las tenían cortas, y cercenando las que eran más largas que el lecho; resultando de allí, que la historia de la humanidad se encuentre igualmente desfigurada. a excepción de el interés que la religión, o la filantropía, han inspirado en su favor a algunos hombres de bien, mil pasiones han guiado a los demás; y es doloroso observar, con un filósofo, a los políticos dividiendo a los hombres en nobles y plebeyos, en soldados y en esclavos: a los moralistas, en avaros, hipócritas, bellacos y orgullosos: a el poeta trágico, en tiranos y oprimidos: a el cómico, en bufones y necios; y a el médico, en fin, en sanguinolentos, pituitosos, flemáticos y biliosos. ¿qué se ha reservado, pues, a la virtud y a la honradez? ¿qué a la nobleza de ánimo, a la elevación de ideas, y a la generosidad de los sentimientos? ¿qué a el valor en la adversidad, a la firmeza en las desgracias, y a el desprendimiento en los puestos elevados? ¿nada se concede a la lealtad, a el patriotismo y a el honor?; ¿nada, en fin, a el hombre recto que cumple con sus deberes políticos y privados? casi nada, mío, casi nada; y si los fatalistas han reflexionado en todo esto, poco tiene de extraño el que lleguen a obcecar se, y menos si, por una desgracia lamentable, han sido indiferentes en materia de religión.
¡dios me perdone mis arrebatos! pero a el ver en acción los medios ocultos de esa , mi sobresalto crece de momento en momento. contemplo, pasmado, este giro incomprensible de el mundo, los resortes que obran en él, la cadena que enlaza y sujeta todos los sucesos de la vida... y de repente me he detenido en un camino que yo creí fácil; pero que, realmente, no es otra cosa que un insondable caos. ¡cuántas veces no he llegado a figurar me, que las ideas que se me inculcaron en la niñez son falsas o erróneas: que los moralistas que he leído son visionarios; y que mis maestros no han comprendido bien las máximas ni los principios que me infundieron!
la situación de mi pobre amigo y compañero de desgracia, me ha sugerido todas estas reflexiones, amargas, en verdad, pero disculpables. por fortuna, ¡y este es un beneficio que debo a la infinita bondad de el !, no me veo abandonado a mis propias inspiraciones. cuando en ellas me encuentro engolfado, el capellán parece adivinar las; y, con una sola palabra aleja las tinieblas de mi espíritu, fortificando oportunamente los afectos sinceros de mi corazón triste y afligido. cesa entonces la perplejidad, vuelve la paz dichosa de el alma, y se disipan mis temores y sobresaltos. mi enfermedad misma parece ceder a los consuelos religiosos; y en el propio instante en que me hallo en los bordes de un precipicio, que veo abierto ante mis ojos, y próximo a tragar me, un rayo de luz ilumina la escena, guía mis pasos, y encuentro la senda perdida. y suspiros me cuesta todo esto; pero post nubila . después de una borrascosa tempestad, todo reaparece sereno y tranquilo. entonces puedo consolar a : encuentro reflexiones oportunas para calmar su aflicción, sentimientos dignos para fortificar su ánimo abatido, y documentos preciosos para ilustrar su espíritu, poco versado en las grandes verdades, que más no importa aprender, y no olvidar jamás en los trances de la vida. es, ciertamente, una lucha abierta la que sostenemos; pero no desconfío de mi victoria, porque la verdad jamás fue vencida. logro además otra ventaja; a saber, que mientras con mayor tesón me empeño en transmitir mis convicciones a , más y más me ratifico con ellas.
como te anuncié en mi carta anterior, obtuvo, en fin, mediante el influjo de mi respetable amigo el doctor , permiso para salir de el hospital, cada vez que desease pasear por estas inmediaciones. yo esperaba que tal suceso le causase la mayor complacencia; pero noté, con sorpresa, que la noticia le era de el todo indiferente. sin embargo, poco después, deshaciendo se en lágrimas, me dio muestras repetidas de su profundo agradecimiento. varias veces se dispuso a salir en mi compañía; pero lo mismo era fijar su inquieta mirada sobre las playas, sobre el mar, sobre las embarcaciones surtas en la bahía, y, más que todo, sobre los confines de el azulado horizonte, que se descubre desde la puerta principal de nuestra prisión, cuando el infeliz se conmovía espantosamente, sollozaba, cubría se los ojos con ambas manos, y retrocedía abismado en un dolor vehemente y profundo, para encerrar se, horas enteras, en un solitario y obscuro rincón de su reducido aposento. mis consejos, mis palabras consolatorias, y los ruegos de el capellán, vencieron a el cabo su irresolución, y, como azorado, salió conmigo, hace cinco días, a pasear sobre los blancos arenales de la playa. nuestro amo , a quien aún no conoce de vista, se hallaba casualmente ocupado en el cementerio, lo cual le impidió acompañamos en esta excursión. el bueno y honrado viejo desea, con ansia, conocer a el pobre muchacho, a quien tiene ya casi el mismo grado de cariño que a mí me profesa.
renunciaré, porque es preciso, a la pintura de los varios. afectos y emociones que asaltaron, en aquel momento, a mi desgraciado amigo. la patria, con todos sus recuerdos tiernos y dolorosos, la familia extinguida, la corta edad malograda, la horrible e incurable dolencia que sufre, las ilusiones agotadas, los proyectos frustrados, las fuentes de la vida emponzoñadas para siempre, el porvenir espantoso y sin esperanza, la muerte cierta y próxima... todo, todo se agolpó en aquella imaginación electrizada, y que vomitaba fuego como un volcán.
— descansemos, amigo mío — dijo me de repente —. sentemos nos sobre esta piedra minada por el agua, porque no puedo más.
miró hacia todas partes, y luego continuó;
— nadie nos escucha, y nadie se burlará de mi dolor. necesito llorar, mi querido ; quiero desahogar me, y lanzar a el cielo un grito de desesperación, porque, de otra suerte... yo quedaría... quedaría muerto... en este sitio... ¡ay de mí!
estreche lo contra mi corazón que latía con una fuerza horrible, porque en aquel momento se precipitaron, en tropel, sobre mí, todos mis recuerdos angustiosos, todos mis atroces sufrimientos, todas mis agonías... ¡ah!, si lloró, si dio rienda suelta a su dolor... yo también, querido mío, yo también sufrí una crisis inexplicable.
en vano me afanaba en buscar consuelos para aquel desdichado. tenía su dolor un carácter tan intenso de verdad, que mis palabras espiraban antes de proferir las. comparaba mi situación con la suya, y la veía menos horrible, pero no menos infeliz. ¡qué sé yo! más de una hora me quedé como un estúpido, observando aquella tristísima y dolorosísima escena. a el cabo pude aventurar algunas frases.
— , mi pobre : ¡por amigo querido! el hombre material ha triunfado ya bastante. serene se usted, reflexione conmigo, enjugue esos ojos, y vuelva los a , que es fuente de amor y de bondad.
guardaba ya silencio; pero de sus ojos brotaban dos raudales copiosos de lágrimas.
— mío - continué yo —, escuche usted a su amigo, a su compañero de desgracia, a su hermano que le ama, y que como usted, ha pasado a el través de esas sensibles pruebas. imite me usted, obre de una vez la razón, y no sea esclavo de sus sentidos. convengo en que esta enfermedad arredra a el hombre más intrépido: harto lo sé yo por mi propia experiencia. pero el alma... ¡de qué sirve entonces el alma, ese ser que nos anima, que nos vivifica, y nos hace pensar! ¿cree usted que es un don sin precio, que nos ha concedido el de la naturaleza? si todo huye de nosotros, si vemos descuadernar se esta máquina admirable, ¿no tenemos dentro de nosotros mismos ese principio creador de un mundo? ¿ese agente poderoso, que ninguno se atreve a negar, por más que crea que es material o inmaterial, perecedero o imperecedero, no ha de servimos de algo? ¿es posible que lo sometamos, abatiendo así su nobleza, a las exclusivas impresiones de la carne? tengo derecho para hablar le este lenguaje, mi querido , y permita me manifestar le que una buena conciencia, basta a indemnizar a un pobre leproso de todos sus padecimientos físicos.
— ese consuelo será bueno para usted, mío; pero para mí... ¡ah!, ni sabe usted con qué monstruo infame está alternando.
dos sentimientos se cruzaron rápidamente por mi alma en aquel instante. el primero, fue un reproche que me hice a mí mismo, a el hablar de la conciencia, cuando la mía aun no estaba suficientemente purificada de mis anteriores crímenes. el segundo, fue el asombro que me causó la intempestiva revelación, que se le escapó a el desgraciado . ambos sentimientos se mezclaron entre sí, y produjeron un extrañísimo efecto sobre todo mi individuo, en tales términos, que permanecí en la misma actitud y ademán en que me sorprendió la exclamación de , por más de dos minutos.
— ya lo veo - prosiguió con amargura —, usted se horroriza, y se avergüenza de tener me por amigo.
— no, . por , no interprete usted de esta manera mis sentimientos. aunque hubiese usted sido el mayor malvado que pisase la tierra, no por eso se rebajaría, en un ápice, el entrañable afecto que he llegado a cobrar le.
el pobre muchacho volvió a llorar de nuevo, y yo continué usando con él de las palabras más tiernas y afectuosas.
— no crea usted — dijo me pasado algún tiempo —, que la especie que me ha oído, por primera vez, se me ha escapado involuntariamente: no. es que no terna valor para aventurar la en una conversación; pero días hace que miraba como uno de mis principales deberes, el comunicar le los pormenores de mi vida criminal. yo sabía que usted habría de disculpar me, y que aun no haciendo lo, no por eso retiraría su amistad, consuelo precioso que debo a el , a esta desvalida criatura, que si ha delinquido, más se lo debe a los perversos ejemplos que a la vista tuvo, que no a su natural inclinación. durante sus paseos fuera de el hospital, he borroneado en mi cartera unos apuntes, que sé muy bien leerá usted con interés y benevolencia. voy a dar se los en llegando a casa. lea los usted, mi generoso y magnánimo amigo; y si un profundo remordimiento, y una larga serie de desgracias, cree usted que son bastantes para purgar mis crímenes vergonzosos, entonces seré feliz, en cuanto cabe, pues que no mirará usted horrorizado a el bandido infame, a quien ha tendido una mano generosa, para sacar lo de el cieno de corrupción en que se ha revolcado.
— basta, mío, basta. ha llegado usted a formar de mí un concepto, que casi me avergüenza. , que nada es capaz de disminuir la estimación que le tengo.
— ¡he sido un pirata!
— no se sobrecoja, si le digo hoy que desde el primer día en que se explicó a medias conmigo, lo entendí bastante; y ya ve usted que esto no me ha hecho impresión ninguna, porque yo no confundo a los verdugos con las víctimas.
— tiene usted razón: sin embargo, yo me he dejado arrastrar voluntariamente en un fango inmundo, de el cual no he salido, sino en fuerza de las circunstancias.
— conozco algo el influjo de las pasiones, y sé medir la distancia que hay entre un malvado por inclinación, y un infeliz que se ve colocado en una posición extraña, por su desgracia, o por un destino inevitable.
me tomó la mano, y la tuvo pegada a sus labios por mucho tiempo. retraímo nos a el hospital, y allí me entregó su manuscrito, que devoré con ansia. copiosas lágrimas he derramado, a el considerar cuán desgraciada ha sido la carrera de ese pobre niño, que apenas dio en el mundo el primer paso, cuando ya no tuvo a quien volver los ojos. ciego y sin guía, ¿qué había de hacer en un mar proceloso, y sembrado de escollos funestos? me ha autorizado para remitir te esos apuntes: tú los leerás, mío, y estoy seguro que, de hoy en adelante, te será más querido. ¡pobre joven!; ¡cuántos puntos de contacto tiene su suerte con la mía!
el doctor brutos partió, y su ausencia me ha sido muy sensible. respecto de mi salud, nada nuevo tengo que decir te. padezco mucho, en verdad; pero no por eso dejo de conocer que el buen régimen me hace provecho, porque, a el menos, este formidable enemigo no marcha con pasos de gigante, como a el principio. mi espíritu va cediendo, paulatinamente, de la vehemencia que lo tenía en un grado de exagerada tensión; y la lectura de , me hace hallar placer hasta en los sentimientos melancólicos. cuando me muestra las ruinas de la naturaleza, o me guía a el través de las tumbas y de los escombros de las ciudades que ya pasaron, admiró me a el observar la suavidad con que deja caer, gota a gota, sobre mi corazón un bálsamo de saludable consuelo. este es el principio de una importante revolución en mis afectos morales. bien informado te considero de los sucesos que pasan en la ciudad y sus inmediaciones. ¡dios salve a la patria!
adiós, mío. no te fastidies de el pobre lazarino. cuando termine su penosa carrera, entonces podrás juzgar lo mejor. hoy sólo debes consolar lo, y rogar a por él. sé que así lo. haces, y que llenas muy cumplidamente mi lugar, a el lado de mi buen padre. sin embargo, como siempre que de ti me despido, me cubre una sombra de tristeza, no debes extrañar algunas de mis frases, que acaso te parecerán, o injustas, o vacías de sentido. vuelvo a encargar te la lectura de la cartera de ; y vuelvo también a despedir me. adiós.... ¡lucha noble y gloriosa! un pueblo valiente, leal y sufrido, se alzó en masa, se arrojó en un palenque formidable, y desafió a el poder más colosal que han visto los siglos. ¡vengan mi rey y mi libertad! los vomitan sobre la impetuosos torrentes de fuego y destrucción, contestando a este alarido sublime y aterrador. ambas orillas de el , y , , las dos , las ... desde hasta , desde hasta ..., todo se eriza de bayonetas. los caminos reales resuenan constantemente con la incansable marcha de los siempre vencedores ejércitos de , la lid se traba, y comienzan los desastres. ¡vengan mi rey, mi independencia y mi libertad...! tal fue el grito de los generosos españoles. ¡ah! volvió el rey, después de seis años de guerra a muerte..., vendó el pueblo español a el capitán de el siglo, y recibió por recompensa la opresión, y la más vergonzosa esclavitud. ¡sangre de tantos millares de víctimas!, algún día fructificará el árbol que has regado tan copiosamente.
yo desperté a la luz de la razón, en lo recio y más empeñado de la guerra. mis hermanos mayores estaban alistados en las filas de los patriotas. mi padre me llevaba de la mano a las galerías de las cortes, reunidas en bajo las baterías enemigas; y las primeras impresiones que allí recibí, fueron el odio a los franceses, y el amor de la patria y de la libertad.
creció aún más la borrasca, y a el fin arrebató, en su impetuosa rapidez, a todos los míos. quedé solo en el mundo, a la edad apenas de nueve años. los patriotas andaban dispersos: los amigos de mi familia emigraban a el extranjero. «¡venció la nación, cayó el tirano, volvió el rey!» tal era ya el nuevo grito que escuchaba; pero yo no podía comprender, por qué los caudillos de la libertad estaban aherrojados en las más obscuras y estrechas prisiones; por qué se levantaban patíbulos, en todo el reino, para los patriotas más esclarecidos; ni por qué, en fin, el himno de la victoria se trocaba en cántico funeral. confundido y absorto, dejé escapar, por la primera vez, un grito de maldición; pero era un grito vago e indefinido. corrí a el sepulcro de mi padre, muerto de resulta de cierta herida, que recibió en una acción junto a el : le pedí inspiraciones: lloré... y a el cabo, me retiré tranquilo, porque sucumbió como mueren los valientes, y no a manos de un verdugo infame, que ahorcaba a los liberales seguramente en nombre de .
cuando mi honrado padre murió por la patria, también mis hermanos y dos tíos, que me amaron mucho, ya habían presentado la ofrenda de sus vidas en el altar de la libertad. la autoridad pública me nombró un tutor, para que se encargase de mi educación y de mis bienes, que no eran cortos. ese tutor, parecía amigo de mi padre, y yo había creído que tenía sus propias ideas, según se expresaba en la época anterior. pero luego comenzó a hablar me sobre un decreto de 4 de mayo, que yo no comprendía a derechas: se empeñó en arrancar de mi corazón las semillas, que en él habían caído: me dio unos maestros tan infames como ignorantes: su aspereza rayaba en despotismo intolerable; y un día le hice mil reproches, que lo confundieron y avergonzaron. ¡muy pronto se vengó el malvado! por instigaciones suyas, se fulminó un proceso contra la memoria de mi padre..., y mis bienes quedaron confiscados, en beneficio de la real hacienda, porque la virtud, lealtad y patriotismo de aquel héroe, se calificaron de traición y rebeldía. el villano que me servía de tutor, me lanzó de su casa, manifestando me que sus funciones habían cesado. yo me quedé sobrecogido de pavor y de amargura. corrí a quejar me a todas las autoridades, desde el capitán general, hasta el comisario de cuartel. de todas partes fui lanzado con oprobio, y con una brutal insolencia... mi primera maldición fue contra las cosas... esta vez maldije a las cosas y a los hombres.
sin embargo de que el infame tutor me había dicho que ocurriese por mi equipaje cuando gustase, yo juré no recibir cosa alguna de su mano inmunda y desleal..., y cumplí mi juramento. anduve vagando por las calles... uno u otro conocido, que encontraba, me dirigía cierta mirada de compasivo desdén, y proseguía su marcha sin detener se. ¡ay de mil, no sólo era yo inocente, sino incapaz de delinquir...; y no obstante sufría un castigo horrible e inmerecido............................................
por la noche, volví otra vez a el cementerio, a lamentar me ante el sepulcro de mi padre, contra las injusticias de los hombres. una tumba es un monumento colocado en los límites de este y de el otro mundo; y a el acercar me a la que encerraba los inanimados restos de el hombre virtuoso que me dio el ser, me pareció sentir el influjo de la divinidad. aun no se habían borrado de mi alma mis primeros sentimientos religiosos. ¡todavía conocía y amaba a , porque el emponzoñado soplo de el vicio y de la corrupción, no había agostado la lozanía de mi espíritu! ¡todavía era yo una flor tierna y fragante! resolví abandonar a mi patria, en la cual nada me quedaba, sino aquel sepulcro y aquellos huesos, a los cuales yo no podía decir: «levantad os y seguid me a una tierra extranjera.» ¡ah! nunca me olvidaré de aquella noche sombría, en que mis ojos se secaron de tanto llorar.
salí de el cementerio, y volví a aquella animada y bulliciosa ciudad. eché a andar, a el azar, por las primeras calles, y ni un amigo, ni un conocido, ni una sola alma piadosa encontré que se doliese de mí. para pasar la noche, me tiré en un soportal, en que solían pasar la los pillos, los mendigos y la gente más soez e inmunda de la ciudad. por la primera vez de mi vida, escuché ciertas palabras horribles, que me helaron. el lenguaje de aquellos perdidos, me pareció tan extraño y sorprendente, que llegué a figurar me que, o estaba con fiebre, o que había sido arrebatado a una región desconocida. todo lo que el vicio y la malignidad pueden inventar de más obsceno y asqueroso, apenas podría comparar se con el discurso infernal, con que uno de aquellos desalmados, arengaba a la zahurda de vagamundos, que allí estaban reunidos sin distinción de sexos ni edades. hasta un rincón obscuro, a donde no llegaba la luz de un farol que alumbraba la calle, y me dormí, rendido de cansancio y de fatiga. yo no sé lo que pasaría en el resto de la noche; pero algún escándalo ocurrió, cuando la guardia de un cuartel inmediato acudió a aquel funesto sitio, y arrastró a la cárcel a cuantos encontró allí. yo pedía, por , que me oyesen, y me dejasen libre. mis gritos y mis súplicas fueron inútiles, porque nadie se dignó hacer alto en mí, por más señas que daba de mi persona. marché a la cárcel; y la cárcel vino a ser mi segunda escuela social. la primera fue la casa de mi padre, en que sólo había aprendido los más sanos principios de religión y patriotismo.
y avergonzado, no hacía más que llorar, cuando conocí que era inevitable el mal que vino, sin buscar lo. esperaba que me interrogasen, a fin de dar mis descargos, y obtener la libertad. ¡esperanza vana! nadie se tomó la molestia de informar se, y, pasados ocho días, me destinó el alcaide, hombre duro y feroz, a el servicio interno de la cárcel.
— pero, señor alcaide — le dije —: ¿qué autoridad me condena, sin oír me siquiera?
— ¡hola el rapaz! — me respondió, mirando me de pies a cabeza —. parece que llegó hasta tu ridícula persona, el maldito contagio de la constitución. ¿qué hablas tú de condenar con audiencia o sin audiencia, renacuajo?
— el maldito y el ridículo es usted, infame verdugo. yo soy hijo de un patriota honrado y valiente, que murió por la santa causa de la libertad.
— ¡esas tenemos, eh! a ver, cómitre — dijo entonces con soma -, haga se usted cargo de este ilustre vástago de un patriota, y... con veinticinco hay bastante, por ahora.
y aquellos monstruos me desnudaron, y me maltrataron, hasta dejar me medio muerto, y cubierto de sangre.............................
todo mi valor y mi sufrimiento quedaron agotados, en esta terrible y durísima prueba. mi alma quedó exhausta de sentimientos, y mi corazón se halló tan oprimido, que por espacio de tres meses, más parecía yo un estólido o un bruto, que un ser racional y sensible. todos me humillaban, me injuriaban, y se divertían en molestar me y hacer me daño. vestido con el traje de la casa, mis ocupaciones eran las más bajas y abyectas: mi alimento, un pedazo de pan bazo, negro y duro, con algunos otros mendrugos que podía recoger. un día llegó a su colmo la medida de mi sufrimiento. ejercitaba me en amolar un cuchillo, que había servido en la mesa de el alcaide, cuando éste pasó junto a mí, y, por vía de diversión, me dio un tremendo golpe en la cabeza, que me hizo saltar la sangre de la boca y narices.
sólo recuerdo que hice ademán de abalanzar me sobre aquella fiera, y que poco después caí sin sentido. más tarde supe que había dado catorce puñaladas a aquel desventurado, y que había muerto en el acto. ¡dios le haya perdonado sus crímenes!
¡heme aquí en el principio de una nueva carrera! cuando me vi encerrado en un calabozo húmedo y obscuro, con una pesada barra de grillos a los pies, y sin tener en dónde reclinar la cabeza, comencé a recoger mis ideas. uno a uno pasaron por mi acalorada imaginación, todos los sucesos de mi vida, tan corta y tan sembrada de calamidades. ¿a quién había causado ningún mal? , tan niño como era: ¿en qué podría delinquir? yo siempre había sido bueno, indulgente y afable con todos, porque tales fueron los primeros sentimientos que se grabaron en mi corazón: ¿por qué, pues, condenar me a arrastrar, desde el principio, la odiosa cadena que pesaba sobre mi cuello? perdía me en un mar insondable de conjeturas: agitaba me en medio de mil vacilaciones. ¡perdona me, oh padre mío! llegué a figurar me, que acaso habrías sido algún criminal famoso, y que, por tanto, la justicia de el , y la de el mundo, me habían escogido como a víctima expiatoria. abrumado de dolores de cuerpo y alma, sin hallar quién me aliviase las prisiones, sin tener, en muchos días, a quién dirigir la palabra, para rogar le que, por amor de , me diese la muerte... casi fui perdiendo la cabeza. lancé gritos agudísimos... pedí misericordia, y, a la vez, proferí blasfemias, profanando el nombre... ¡era ya una criatura perdida! no sé lo que ocurrió después.
cuando pude recobrar un tanto el uso de mis potencias, me hallé tendido en una cama de hierro, sujeto fuertemente a ella, vestido con un ropaje singular, y encerrado en una especie de jaula estrecha. algunas personas, como por curiosidad, se acercaban a mirar me, me daban golpecitos con una varilla larga, me arrojaban frutas como a un animal montés y lanzaban estrepitosas carcajadas a el observar mi aire estúpido, y mis contorsiones ridículas.
— ya no es tan huraño — decía uno.
— tiene más cara de tonto que de loco — respondía otro.
— ¿le aprovecharon las azotainas, eh?
— sí: el loco por la pena es cuerdo.
— pero, ¡vaya un loquito furioso!
— parecía un demonio encarnado.
— loquito, ¿ya no quieres dar puñaladas?
— loquito de mi vida y de mi alma, ¿todavía eres muy patriota y muy constitucional?
¡ah! entonces comprendí que me hallaba encerrado en una casa de locos, en ..............................................
mi abatimiento fue extremo. no hacía sino llorar, hilo a hilo, los días y las noches. a nada respondía, y mostraba en todo la más profunda indiferencia. comía y bebía mi ración miserable, con resignación y paciencia... hasta que por lástima, o por aburrimiento, me franquearon la puerta. sucio, andrajoso y enfermizo, comencé a arrastrar mi triste existencia por aquellas calles... ¡quince meses habían transcurrido desde la muerte de el alcaide! mi memoria, ¡qué sé yo!, nada me decía de cuanto había pasado. mendigaba humildemente mi sustento... dormía en un zaquizamí, que un pobre anciano me ofreció, ¡así pasaron seis meses más de mi existencia!
pero a el fin, mis facultades mentales comenzaron a recobrar su aplomo.
reflexionaba ya, y me parecía imposible, que yo fuese aquel niño , a quien su honrado padre había procurado educar con tanto y tan singular esmero. recordaba que había aprendido a leer y escribir correctamente: que había tenido maestros...: que mis adelantos eran aplaudidos; y que todos decían que era yo la esperanza de mi familia; pero, en aquel momento, era yo un semi-bruto, un ser estúpido, que pertenecía a la escoria de la sociedad. me pedía razón de mi conducta y nada encontraba que reprochar me, si no fuese el haber alimentado siempre los sentimientos generosos, que en la infancia me habían inculcado. ¡no hay remedio!, exclamaba. a mí me han querido educar en un mundo ideal, y es preciso salir de esta quimera.
la imagen de aquel alcaide muerto a mis manos, me perseguía; y sin embargo, yo podía decir a cualquiera, «ven, juzga me, y, si te atreves, condena me».
un día hice sobre mí mismo el más vigoroso esfuerzo, y resolví salir, a cualquier precio, de aquella condición humillante. si inculpable, dije para mí, he sufrido tan crueles tormentos, yo veré qué hacen de mí, teniendo diferente conducta.
¡ a pillo!
en medio de mis diversas correrías, remanecí en , a donde me arrastraban mis antiguos recuerdos. ¡ tuve de visitar la tumba de mi padre!
un sujeto, embozado con aire de misterio, sorprendió me, cierta noche, extrayendo un pañuelo de el bolsillo de no sé qué oficial superior, que se paseaba por la plazuela de . corte me a el punto.
— ¡chist! — me dijo —: dé me usted el pañuelo. — entregué se lo maquinalmente, y corrió a devolver lo a su legítimo dueño, significando le que, en su tránsito, lo había dejado caer. volvió luego junto a mí, que aún no recobraba de el susto, y me mantenía clavado en el mismo sitio. tomó me de la mano, y me dejé guiar. entramos en una casa pequeña, pero de apariencia muy decente. subimos la escalera, y me encontré en una salita bien amueblada. despojó se mi hombre de un gran capote que lo cubría, y apareció un joven de agradable presencia, que se puso a examinar me con la mayor intención.
— eres un pilludo — dijo me a el cabo.
— sí, señor.
— has abrazado un malditísimo oficio.
— sí, señor.
— merecías la horca.
— sí, señor.
— ¡eh, no hay que moler! ¿quieres hacer algo de provecho?
— con mucho gusto.
— bien: yo necesito de un muchacho vivo, así como tú: ¿me entiendes?
— me parece que sí.
— así me gusta: con sus puntos de malicioso.
— puede usted disponer de mí.
— por supuesto que dejarás de ser ratero: ¿es verdad, o mentira?
— es verdad.
— y has de hacer lo que yo te mande, a el pie de la letra: ¿qué tal?
— lo que usted me mande, a el pie de la letra.
— ¡nada de miedo!
— nada de miedo.
— perfectamente. en la madrugada próxima, saldremos a la mar.
— cuando usted guste.
— ahora, ven y cenarás. ¿tú bebes vino?
— no, señor.
— peor para ti. en fin, sigue me.
entramos en la pieza inmediata, en donde estaba preparada la cena. concluida la refacción me ordenó mi hombre que me quedase a dormir allí, hasta que viniese en busca mía. dormí, en efecto, algunas horas. a la madrugada nos dirigimos a el caño de el , y nos embarcamos en un falucho, que nos llevó a bordo de una pequeña goleta. ¡empezó, entonces, mi vida marítima, cuando apenas contaba doce años de edad!
en medio de el desorden y confusión que reinaban en mi pequeño cerebro, hubo siempre grabado en él un pensamiento fijo, vehemente y consolatorio, que me hacía entrever, allá a el través de fantásticos horizontes, un porvenir lejano, que mi imaginación ataviaba de galas brillantes, y de una gloria inmarcesible. este pensamiento, fuente única de las gratas emociones de mi vida breve, borrascosa, no era sino un vago recuerdo sembrado de ilusiones. recordaba, pues, que durante la época dorada de mi venturosa infancia, solía mi padre llevar me a orillas de el mar: que doblábamos la rodilla sobre la movible arena de la playa, paseando la vista en aquella inquieta superficie, o fijando la en los azulados confines de el agua y de el cielo. oraba el autor de mis días, y yo repetía sus palabras misteriosas, lleno de unción y recogimiento piadoso. nuestra oración parecía elevar se lentamente hasta el solio de el , envuelta en aquellas olas espumosas que, en su movilidad perdurable, bañarían alternativamente los ignorados límites de este y de el otro mundo. explicaba me, en seguida, los detalles de la vida marítima: refería me las proezas y singulares aventuras de los navegantes célebres, y encendía se mi fantasía con extraordinaria vehemencia. desde entonces yo quise ser marinero, y tal fue siempre el voto más sincero de mi corazón. pero, ¡ah! ninguno ha querido comprender me, ni encontré jamás quien me encaminase por el buen sendero, ni quien estimulase mis nobles sentimientos. por todas partes he hallado el vicio y el crimen difundidos por la tierra, enseñoreando se de el mundo, y dando la ley a el género humano. ¡era yo una pobre criatura réproba y maldita, y mi destino había de cumplir se más tarde o más temprano!
sin embargo, aunque tal es mi convicción de hoy, no siempre he sentido, en toda su fuerza, el grave peso de mis infortunios. no siempre el signo infausto de mi vida ha ejercido sobre ella su maléfica influencia. sí: bien lo recuerdo. alguna vez he soñado deliciosamente, recostado en un césped florido a la mágica sombra de frondosas arboledas. otras veces mi enardecido espíritu háse remontado hasta encumbradas y aéreas regiones, y allí... sí, he respirado auras apacibles, sumido voluptuosamente en una atmósfera de gloria y de amor. es que mis sueños han pasado a la manera de un relámpago instantáneo, que tan pronto ilumina los cielos, cruzando de oriente a poniente, como desaparece, dejando nos sumidos en lobreguez espantosa. lo es también que muy en breve he caído a el suelo, precipitado desde aquellas regiones encumbradas. lamentable desengaño, y horrible ciertamente: pero tal ha sido mi suerte, y así ha pasado mi peregrinación en la tierra. ¡y su término parece aun más horrible!
las pocas horas que pasé en aquella misteriosa habitación de , antes de embarcar me y salir a la mar, fueron para mí de las más risueñas y agradables. ¡había tanto tiempo que arrastraba una existencia sembrada de dolores y amarguras! yo iba, en fin, a lanzar me en esa vida agitada y peligrosa, objeto querido de mi corazón. recreaba me en formar proyectos, y en llevar adelante, allá en mi encendida imaginación, las más atrevidas y deslumbradoras empresas. ya era un conquistador bravo y animoso, que sojuzgaba países remotos e ignorados; ya el habitante solitario de una isla desierta; y ya, en fin, el generoso marino, que liberta a sus semejantes de una muerte segura. era yo, sucesivamente, , , , , , o . unas veces me entregaba a un combate naval rápido, encarnizado, en el que tres minutos de un ataque a toca penó les de tal suerte que la efusión de la sangre horrorizase a los enemigos, nos daba la victoria; y otras... ¡qué sé yo! soñaba dulcemente, porque en aquella noche todos fueron sueños halagüeños. mi ánimo estaba embriagado de placer cuando puse los pies a bordo de la goleta, en que me embarcaba yo por la vez primera.
no era aún de día, cuando la pequeña lancha que nos condujo a bordo de la goleta, después de haber recibido el conductor algunas instrucciones que no comprendí, regresó a tierra, haciendo un largo rodeo, y excusando aproximar se a ciertos puntos determinados. el equipaje de la goleta púso se luego en fagina, mientras que mi joven patrón, medio recostado sobre las escotas de popa, y mirando con un anteojo hacia todas direcciones, fijando lo frecuentemente sobre el fondo de la bahía, comunicaba enérgicamente sus órdenes, que eran ejecutadas con la mayor puntualidad y el más profundo silencio. desplegadas todas las velas, salimos muy luego de el puerto, y nuestra embarcación quedó confundida con otras numerosas, que hacían el tráfico de la costa. llevó se el sol sobre el horizonte, iluminando brillantemente las torres y murallas de la noble y antigua ciudad, y los buques surtos en la bahía; pero el nuestro estaba ya fuera de un peligro que, como entendí después, era inminentísimo. su porte y arboladura, lo eximieron de una pesquisa que podría haber nos comprometido en un lance ruidoso.
luego que perdimos de vista la tierra inmediata y las embarcaciones costeñas que, en gran número, iban y venían, el joven marino pareció respirar con más sosiego. quitó se la montera de paño azul que tenía en la cabeza, echó se hacia atrás los numerosos bucles castaños que flotaban sobre su frente curtida por ¡os rayos de el so ¡, y mirando con aire alegre y satisfecho a sus diez fornidos marineros, mandó subir botellas y preparar el almuerzo.
— ¡en salvo, eh! — exclamó dirigiendo se a el contra-maestre, que era un italiano vejancón, alto, robusto, de facciones duras, mirada atroz y maneras bruscas.
— si, signor. a poco andaré, io credo che noi avremos lasciato queste acque troppo temibike: e lei, signar bravo capitana, avrá alontanato, lapaura che l ’ assalta..
— ¡cáspita, ya lo creo! ¿querías acaso, maledetto compagno, que yo no tuviese miedo de largar el pellejo en manos de esos bandidos que me siguen la pista, y a quienes si en la mar puedo desafiar, en tierra debo temer? ¡me agrada la indirecta!
y observando que el contra-maestre me examinaba con atención, prosiguió.
— ya: no te había hablado de esta alhaja preciosa. es un recluta qué hice anoche en la plaza de . a el golpe he conocido el provecho que podía sacar se de él, y quedó enganchado para ser a bordo de la , lo que yo fui a el principio, si es que te acuerdas, a bordo de el que en paz descanse. figura te no más, que este chico es un pihuelo, y que...
— ¡oh! — dijo el contra-maestre continuando el diálogo, y procurando dar a su fisonomía cierta expresión de una alegría, casi imposible en aquella cara de colado —. ¡oh! vi ringrazio, caro mio amico, vi ringrazio, una et altra volta, perche nella face di questo piccolo, bisogna guardaré tutto il provenire della .
— y tú no eres mal pronóstico, que digamos. acuérdo me, como si fuera hoy, que lo mismo dijiste de mí, cuando aquel cara-cortada, a quien condene, me robó de el lado de mi padre para hacer me uno de los suyos a bordo de el . y va ves: me parece que no te he dejado mal.
— di ! il capitana é, io lo credo, un bravo uomo: appunto.
aunque yo no comprendí sino una parte de la rápida conversación que entre ambos había ocurrido, entendí sin embargo lo bastante para juzgar entre qué especie de gentes me hallaba. conocí que aquella no era muy buena compañía, y que los sucesos de mi vida seguían complicando se más y más, por causas independientes de mi voluntad.
la , según supe poco después, era un buque contrabandista, montado por gente audaz y emprendedora, muy dispuesta a arrostrar lo todo a la sola voz de su capitán, que ejercía sobre la tripulación el influjo más decidido y poderoso.
mi posición era rarísima, en los primeros momentos, a bordo de la . en efecto: si mis únicos títulos de recomendación eran el haber me hallado aquel hombre entre la escoria vil de la sociedad, y ejercitado en el oficio infame de pillo y ladronzuelo, a la verdad que mi actual situación no era la más a propósito para desarrollar el germen de virtud que pudiese encerrar mi corazón, demasiado tierno todavía, y susceptible de recibir toda especie de impresiones. reflexioné, aunque rápidamente, en estos caprichos y extravagancias de la vida, y llegué a caer, por una desgracia que lamentaré siempre, que me era imposible salir de el mal sendero que había comenzado a recorrer tan temprano, supuesto que no era mi obstinación, sino la fuerza de el destino, la que me arrojaba, sin misericordia, en la espantosa carrera de el desorden. resigne me, pues, y resolví entregar me ciegamente en manos de mi nuevo guía, complacer lo en todo sin vacilar, obedecer su voluntad y caprichos, y hacer cuanto de mí dependiese, para que de día en día hallase nuevos motivos de celebrar mi genio y audacia, y de aplaudir mis felices disposiciones. si antes transigí, a pesar mío, con el vicio, de entonces en adelante resolví ser malo hasta donde alcanzasen mis fuerzas, y obrar de manera que, tarde o temprano, adquiriese un renombre entre la gente perversa, y llega se a ser citado como el modelo de los hombres más audaces y temerarios. en vano se me presentaron en tropel a mi espíritu los gratísimos recuerdos de la primera infancia, cuando mi padre, afanando se en la educación de su hijo predilecto, me inspiraba tan nobles sentimientos, y me ofrecía el modelo de todas las virtudes. en vano una voz interior me gritaba, con penetrante acento, que iba a perder me irremediablemente, y para siempre, si no cambiaba de propósito. en vano, finalmente, el temor de los peligros me asaltaba de una manera siniestra y espantosa. nada bastó a retraer me, y a todo hallaba solución, con sólo considerar que no era culpa mía el verme empeñado en el camino de perdición. preparó me a cuanto pudiese sobrevenir, cerré los ojos, y he allí a el niño abandonado, a el débil niño que aún no había llegado a la pubertad, resuelto a ser un criminal precoz, obrando más por instinto que por convicción. ¡y sin embargo, el emponzoñado aliento de las pasiones viriles no había penetrado en lo más profundo de el corazón! ¡y los formidables misterios de el amor, de el odio, de la ira y de la venganza, aun me eran ocultos y desconocidos!................
tomadas algunas precauciones, por lo que pudiese sobrevenir, sentó se el capitán en un ángulo de el caramanchel, y comenzó a almorzar en unión de el contra-maestre, a quien, cuando aquél estaba de buenas, trataba con deferencia y afecto, y entonces más parecía éste su amigo e íntimo consejero, que un subalterno que le debía respeto y obediencia. yo, entretanto, me había colocado a una distancia respetuosa distraído en mis reflexiones, y esperando que se me impusiese alguna orden, para cumplir la sin replicar, cosa que, por otra parte, me habría sido imposible en semejante coyuntura.
— ven acá, guapo, acerca te — gritó me de repente el capitán, fijando en mí sus relumbrantes ojos.
— mande usted, mi capitán.
— ¿has perdido ya el miedo?
— ¡el miedo! jamás lo tuve a nada, ni a nadie.
— ¡hola! me gustas por intrépido. toma este vaso de ron, y bebe te lo a mi salud y a la de nuestro amo , que aquí está presente.
— ¿de ron? yo nunca bebo aguardiente.
— ¡voto va! pues aprenderás a beber lo de grado o por fuerza. ¡reusar el aguardiente! ¡qué disparate! en la mar cuando el pobre marinero se siente calado de humedad hasta los huesos, o ha empleado cinco o seis horas en la maniobra, o en dar un abordaje cuando el caso lo exige, un vaso de buen aguardiente es entonces un delicioso fortificante, que entona los nervios, y repara las fuerzas agotadas. en la mar, así como en tierra, el aguardiente, chico mío, es un bálsamo, un néctar, un específico contra todos los males de cuerpo y alma. ¡oh licor incomparable, yo te bendigo!
y a el terminar el apostrofe, sorbió de un solo trago el encendido brebaje que contenía el vaso que me había ofrecido. a el punto llenó lo de nuevo, y con voz imperiosa me ordenó que lo apurase. firme en mi propósito de sujetar me a la voluntad de aquel hombre singular a quien yo había ligado mi suerte y mi existencia, alargué la mano, tomé el vaso, y bebí...
difícilmente podré explicar hoy la extrañísima sensación que entonces experimenté. desde la boca hasta el bajo vientre sentí como un río de fuego abrasador, que me quemaba y corroía las entrañas. el calor fue comunicando se rápidamente por todos los miembros, y llegué a figurar me que me arrastraban a el través de una inmensa hoguera. hice un doloroso esfuerzo para gritar, y no pude porque mi voz espiró en los labios, sin articular sino un sonido mal formado, bronco y gutural. mi gesticulación sería, sin duda, ridícula y grotesca, pues que excitó en todo el equipaje una risa estrepitosa y prolongada, que contrastaba con la helada seriedad de el italiano. esta pantomima acabó de aterrar me, y la única idea que me ocurrió confusamente, en aquel momento terrible, fue la de que el malvado capitán habría querido emponzoñar me, asesinando me por mero pasatiempo. pocos instantes después, todo el calor se fijó en la cabeza, que ardía como el cráter de un volcán. mis miradas vagaban siniestramente, y mi cuerpo parecía colocado en un eje, sobre el cual giraba con una rapidez extraordinaria. ya no era dueño de mí mismo, y estaba sumergido en una cruel agonía.
— otro vaso, cobarde — gritó me de nuevo el capitán —, otro vaso, y verás lo que es bueno. la primera prueba arde, pero no hay cuidado: después cría callos el gaznate, y hasta el demonio es capaz de colar se en el estómago por tan estrecha vía.
y maquinalmente extendí otra vez la mano, tomé el vaso que me ofrecía aquel verdugo sin saber lo que iba a hacer, y... volví a beber. entonces todos los objetos que me cercaban, se revistieron de formas fantásticas y extravagantes, y empezaron a confundir se me, hasta que gradualmente desaparecieron. hallé me después sumido en una atmósfera de luz, que fue sembrando se a trechos de grandes listones negros, y que a el cabo se convirtió en un abismo de obscuridad, desde cuyo fondo percibía un lejano rumor, en que los aplausos de la marinería se confundían con el bramido de las olas. estaba ya en el último grado de embriaguez, y caí como muerto sobre el caramanchel.
— povero diabolo! — fue la ultima exclamación de el italiano, que acerté a escuchar. aunque mezclada de algún desprecio, jamás me olvidé de esta señal de compasión que debí a aquel ente raro y atrabiliario.
detenido en los odiosos pormenores de este suceso, porque no puedo recordar los sin estremecer me involuntariamente. sin embargo de haber me parecido un suplicio atroz aquella tremenda prueba, ¡vergonzoso me es hoy el confesar lo!, me aficioné desde luego a el uso de las bebidas fuertes, y todos los excesos que cometí después provinieron, de ordinario, de mis frecuentes embriagueces. pesaba, pues, sobre mí una mano fatal que me agobiaba, que me oprimía haciendo me imposible toda resistencia. todos los vicios y todas las pasiones se conjuraban para asaltar me, apoderar se de mi corazón, avasallar mi espíritu, y rendir me para siempre. alguna vez como que rebullía bajo de aquel peso, e intentaba sacudir lo sacando fuerzas de flaqueza. ¡dios mío! la lucha me dejaba sin aliento, y de todo punto postrado y abatido. el triunfo... ¡ah!, ¡ah!, el triunfo fue siempre de los enemigos que me cercaban. el capitán, aquel infame seductor, removía con mano diestra y poderosa el germen maldito que mi corazón encerraba, como lo encierra el corazón de todos los hombres. complacía se en aquella obra infernal, y cada progreso que yo hacía en el horrible sendero de el crimen, era un nuevo motivo de aplauso. más tarde, yo pagué con mi odio y mi malevolencia a aquel perverso corruptor. pero el mal que me había causado era irremediable. ¡pobre juventud, cuando entregada libremente a sí misma, se deja arrastrar por las pasiones desenfrenadas! ¡desgraciada, más desgraciada todavía, si en vez de encontrar una alma buena que guíe su conducta en el piélago de el mundo, sólo viene a precipitar la una mano infernal empujando la en el abismo! una mala compañía, es la peor calamidad que puede sobrevenir le a un niño. volvamos a el asunto.
ignoro cuánto tiempo pasé sumergido en un sueño doloroso, cercado de angustias inexplicables. acometido de una especie de fiebre aguda, todos los sucesos de mi vida se me presentaron en tropel, no como habían ocurrido, sino en confusión y desorden, acrecentando se y modificando se de mil maneras raras y extravagantes, que se convirtieron en una larga, atroz y horrible pesadilla. ya era el alcaide muerto a mis manos, que, revolcando se en un fango de sangre, me miraba con aire feroz y sombrío. ya era mi padre, que desde su sepulcro lanzaba contra mí una maldición tremenda, que me hacía palpitar las carnes. ya era aquel desleal e infame tutor, que con una sonrisa diabólica aplaudía mis crímenes, y las desgracias en que me había sumergido. unas veces me creía arrebatado por un torbellino de humo pestilente, que me sofocaba y ahogaba, y a cuyo través se me presentaban todos los excesos de mi locura, o las bajezas de mi vida de pillo. otras, me figuraba que una embarcación de piratas estaba a mis órdenes, y que el robo, el saqueo, el asesinato y los crímenes más horribles eran cometidos a mi vista y bajo mi dirección: la sangre corría a torrentes, y los miembros de las víctimas aparecían palpitantes aquí y allí. ¡ah! yo creo que gemía, sollozaba y aun lanzaba agudos alaridos, según era la vehemencia e intensidad de mis sueños, o, más bien, de mis visiones.
de improviso, creí haber oído un rumor semejante a un trueno prolongado y espantoso. desperté despavorido, creyendo que se realizaba alguno de mis sueños funestos, y que los vanos y pálidos fantasmas que me cercaban, recibían vida y vigor para luchar conmigo y exterminar me. abrí los ojos, y en un instante no pude comprender lo que ocurría, ni aun el sitio en que me hallaba. era ya muy entrada la noche, y espesas tinieblas me rodeaban. una voz fuerte e imperiosa dominaba el ruido.
— ¡eh, eh! calen la boneta de el foque... ¡voto a ! bien. iza, iza, iza más, muchachos valientes: iza. amarra, canalla infame.
volvió a resonar aquel trueno. recordé entonces lo que había pasado, coordiné un tanto mis ideas, y quise incorporar me. imposible: mi cuerpo estaba como engarzado dentro de un enorme rollo de guindaleza, en forma espiral, que ocupaba un rincón de la cubierta, y que me servía, a la vez, de prisión y de trinchera. el bramido de el viento y de las olas agitadas, el crujido de el velamen y aparejo de la goleta, los gritos de el capitán que mandaba, y el ronco quejido de el equipaje que maniobraba con rapidez y precisión, y más que todo, la proximidad siempre creciente de los cañonazos que me habían parecido truenos, convencieron me, a el fin, de que nuestra goleta era perseguida por otra embarcación de más potencia. el capitán seguía mandando.
— ¡orza, orza voto a ! ¿no ves, condenado, que el barco presenta el flanco a las olas, y que nos vamos a aconchar contra ese malditísimo bergantín?
el timonel presentó la proa a el viento.
— no tanto, estúpido, deriba un poco... bueno, sigue, sigue así.
reinó un momento de silencio. interrumpió lo de nuevo el capitán gritando.
— ahora. carguen las velas, y ¡fuego con la carroñada de estribor!
— no, carpo di ! — replicó el contramaestre —, no, ancora non. spectare.
— ¿y por qué rayos cuando el bergantín a quien lleve , está ya encima, y nos ha tomado el barlovento?
— como lei voglia; más facciamo il piú insignificante rumore, e tutto e perduto, la testa, primo che niente.
— tiene razón el maldito carcamán — murmuró entre dientes, y luego prosiguió —. bien. echa alas y arrastraderas: vivo, vivo ¡coto a el diablo! amarra. mucho será que... venga el anteojo de noche. ¿no digo? suelten los rizos a la mayor. ya. ¿no decía yo? mucho será que este tiburón pueda soplar se el pececillo...
el contramaestre tomó el anteojo a su vez, y quedó se observando gran trecho. nuestra goleta hendía el agua, haciendo fuerza de vela para huir de el bergantín que le perseguía.
— guarda qui, guarda qui — dijo el italiano acercando se a el capitán, y dando le el anteojo.
tomó lo el capitán, y miró un instante.
— ¡a el pairo, a el pairo, a el pairo luego, condenación de ! vivo que, el bergantín nos corta la proa, y un convoy de demonios va a llevar a remolque a la ¡voto va! arría, arría en banda, malditísima canalla. : venga con la madre de : bueno, bueno. ¡ah, hijos de ! firmes, muchachos valientes, firmes, y apoyar se en los obenques cuando venga el balance. cierra el portalón de babor que embarca mucha mar... así... así... ya pasa... ahora, muchachos, cobra, cobra, cobra violento. bueno. carguen las velas y listos para virar en redondo. carguen, ¡y fuego con la carroñada de babor! ¡guapo tiro! pronto, viren en redondo...
en el momento el bergantín correspondió con una fuerte andanada; pero la destreza y serenidad de el capitán nos había salvado de el peligro en aquel momento crítico y terrible. la prontitud con que detuvo la rapidísima carrera de la goleta, mientras que el buque enemigo pasaba por la proa, a riesgo de hacemos pasar por ojo, o venir nos a el abordaje, la oportunidad de el tiro que le lanzó, y la maña y habilidad con que cambió súbitamente de dirección; todo ello hizo que el bergantín se desorientase en la obscuridad que reinaba, y perdiese la nueva dirección que comenzábamos a seguir. de cuando en cuando nos dirigía, a la ventura, un tiro de bala; pero esto sólo servía para guiar en su fuga a nuestra pequeña goleta, que ya estaba en salvo evidentemente. a poco tiempo después, se ordenó a la gente que se echase a descansar de las fatigas, quedando a verificar su cuarto de vela los marineros a quienes tocaba. todo volvió a quedar sumergido en un largo y sombrío silencio.
sin fuerzas para mover me, con la cabeza algo trastornada, y con las potencias abatidas por efecto de la embriaguez, permanecí inmóvil dentro de mi extraña y desagradable prisión por todo el resto de aquella prolongadísima noche, que me pareció de un siglo, sin que en el discurso de ella hubiese alguno que diese señales de acordar se de mí, ni de mi infeliz situación.
con frecuencia veía yo asomar se por la puerta de la cámara un fantasma envuelto en una enorme chaqueta de balleta obscura, y cubierta la cabeza con una gorra también obscura. parecía un centinela que estaba sobre aviso, para no dejar se sorprender de algún peligroso accidente. sus miradas, que vibraban centellas de fuego, se fijaban a veces en el cielo, como buscando algún objeto que le sirviese de guía; otras observaba la brújula, marcando con cuidado y silencio el rumbo que seguía la nave; otras, en fin, las dejaba caer a plomo sobre los bustos que yacían en la cubierta, para cerciorar se de que la gente estaba en su puesto, y lista para obrar a la primera señal que recibiese. el capitán, que era quien tenía esta cuidadosa vigilancia, ¡«corredera»! gritaba de cuando en cuando, y a el punto se ponían en pie los marineros suficientes para practicar expeditamente esa operación, que da a conocer aproximadamente el número de millas que echa el barco en un tiempo dado. este hombre de casi no dejó una vez su puesto, para dar a sus fatigados. miembros el reposo que necesitaban. sin embargo de su propensión constante a embriagar se, jamás perdía la cabeza, ni descuidaba de los objetos que estaban a su cargo.
luego que el sol apareció sobre el horizonte, el contramaestre italiano subió hasta el tope de el trinquete, y con un poderoso anteojo recorrió lentamente todo el espacio que podía descubrir se. después de algunos minutos empleados en esta operación, gritó desde arriba a el capitán, que, en pie sobre el botalón, esperaba el resultado de la descubierta:
— á fatto.
— ¿nada absolutamente?
— á fatto.
— ¿de seguro?
— .
— bien, me conformo con esto. ¡qué diablos! no ha sido mala ¡voto a sanes! de la que hemos salido. ¡eh! no hay cuidado. esto habrá sido una funesta equivocación, porque me parece imposible que esos malditos de la aduana, trascendiesen esta guapa expedición de la . ( dios la guarde. ) , cuando zarpamos ayer de la bahía de , que me ahorquen de un penol, si ese barco se hallaba en el puerto. ¡bonito soy yo para que se me escapase! demasiado lo sé, ¡toma!, porque para estas cosas tengo yo un ojo de lince; y la prueba es que fui el primero que le atisbé ayer, y eso que el sol iba poniendo se ya ¡canario con el diablo de el bergantín! no: yo me sé muy bien cuando deban emplear se útilmente las pocas fuerzas de una goleta contra un bergantín.
mientras tenía consigo este monólogo en voz alta y sonora, se paseaba, a pasos largos, de popa a proa, descalzo, envuelto en su levitón de balleta, calada la montera hasta los ojos, las manos metidas en las bolsas, y una pipa en la boca. después de un momento de silencio, que ninguno se atrevió a interrumpir, acercó se a uno de los portalones, y allí permaneció largo tiempo sumergido en sus reflexiones. acercó se en seguida a el timonel, observó en la brújula el rumbo que seguía la goleta, miró el cata-viento, y continuando en su paseo, prosiguió el interrumpido monólogo, sin dignar se ver ni dirigir la palabra a nadie.
— ¡ ! y luego aquel viejo y tacaño judío, ¿qué va a decir?: veinticuatro horas perdidas. ¡eh! percances de la mar. ¡maldito bergantín! si después de esto se le antoja a el vendaval, hoy que lo necesitamos, estar se quieto, y no venir en nuestro auxilio, está visto, nos quedamos fuera de el , y ¡negocio perdido! precisamente en esto fundo ya mi fama: nadie me ha de llevar la delantera. me importa un ardite: ni el comerciante de , ni el ladronazo judío de a quien de buena gana yo ahorcaría, podrán fiar se sino de el capitán . ¡voto va! si llegaran a jugar me una pasatina, esa sería la señal infalible de su ruina y perdición.
— ¡eh, canalla! — continuó dirigiendo se a la gente —. vamos, muchachos valientes, apareja a virar. esto no puede seguir así, porque ya hemos dejado muy atrás el cabo . , y la proa a el este, cuarta a el noreste, y no hay cuidado.
concluida la operación, tal como la había ordenado, pidió el café y un frasco de brandi. comenzaba a tomar su desayuno, cuando exclamó de repente.
— ¡diablo! ¿y el chico de ayer? ¿qué es de el chico de ayer? si no se ha echado a el agua, a buen seguro que se haya desertado.
medio muerto de sed y de hambre, sacaron me de el escondite en que la compasión de el contramaestre había hecho meter me el día anterior.
— ¡voto va, pobre diablillo! tendrás una gazuza atroz. toma este vasito, y refocila te un poco.
obedecí con la mayor docilidad. el licor no me desagradó tanto como la vez primera, y almorcé con sin igual apetito. el contramaestre, entretanto, parecía observar me con un interés afectuoso.
— vamos — continuó el capitán —, basta ya de aprendizaje, de el cual parece que no ha salido tan mal. cuidado con aficionar te demasiado a los buenos tragos, porque no habría a bordo repuesto suficiente para satisfacer tu afición. cuatro o seis vasitos a el día, y aferra. es preciso trabajar, y tus ocupaciones, por ahora, serán servir me a la mesa lo cual no te vendría muy mal, barrer la cámara, y cuidar de mi maleta. ¿sabes escribir?
— un poco.
— basta con ese poco, y ya aprenderás mucho. asentarás lo que yo te dicte, en el cuaderno de bitácora marcha a tus quehaceres, y te exijo lealtad, silencio y aplicación. ¿me entiendes? voy a ser tu maestro, a dar te una brillante educación, no precisamente a bordo, sino también en tierra, y a hacer te hombre. ¡cuidado! mira que el día que te vendrá muy mal, barrer la cámara, de arrimar más palos que pelos tengo en el bigote. anda.
en el momento tomé posesión de mi nuevo destino. muchacho de cámara.
nuestra navegación siguió bien. a la una de la tardé doblamos el cabo , y embocamos en el con toda felicidad. pasamos sin temor ni recelo enfrente de , y a el cerrar la noche ya avistábamos a , que procuramos evitar para no ser observados por algún buque de guerra o guarda costa. en el discurso de la noche hicimos la travesía, y a el día siguiente, a las siete de la mañana, dimos fondo en . allí, a vista de el cónsul español y de los empleados ingleses, embarcamos un grueso contrabando. zarpamos a las ocho de la noche, e hicimos rumbo con dirección a . a las veinticuatro horas justas, aportamos, sin novedad, a una pequeña ensenada a barlovento de el puerto. ya nos esperaban con impaciencia dos lanchas bien equipadas que, en el resto de la noche, llevaron a tierra todo el cargamento, a disposición de el consignatario de una casa fuerte de . a las nueve de la mañana siguiente, la entró en el puerto de , en donde el capitán presentó sus papeles, que fueron hallados en toda regla.
bajamos a tierra: nos alojamos en una casa medianamente amueblada, en la cual parecía gobernar como dueño mi nuevo amo. vivían la una señora como de treinta y seis años de edad, y dos hijas suyas. la mayor tendría quince, y la menor doce.
¡mujeres funestas, que después han ejercido en mi vida tan fatal influjo!
¡singular es la condición de la criatura! cuando el bien aparece a sus ojos, rara vez se figura que el mal viene, o puede venir en pos, si es que no esté, como sucede frecuentemente, encubierto allí mismo bajo de una exterioridad falsa de bondad y de belleza. soy joven, muy joven aún, y no me atrevo a linsonjearme de mi experiencia en las cosas de el mundo, en los extravíos de el entendimiento, y flaquezas de el corazón. sin embargo, he recibido tantas y tan numerosas lecciones, que me creo con derecho para aventurar algunas quejas contra la vida, mejor dicho, contra los hombres. es mi edad; larga, funesta y horrible la serie de los sucesos, de que se encuentra sembrada. unas veces representando un papel importante, otras teniendo muy pequeña parte, y otras, en fin, siendo un simple espectador, más de un drama formidable y atroz se ha desarrollado y terminado en presencia mía. ¡bendita sea la misericordia de el , porque jamás he dejado de experimentar remordimientos, después de un crimen cometido! en vano las pasiones desatadas y enfurecidas han gritado con más fuerza y vehemencia, que la religión; en vano he hecho fírme propósito de no escuchar esa voz interior, y, arrojando me en un piélago, en un abismo de crímenes, he jurado sobreponer me a todo, y dominar, con altivez, sobre la razón y sobre ese juez inexorable que llevamos dentro de nosotros mismos. no: nunca he podido lograr lo, a pesar de mis redoblados esfuerzos. este torcedor que antes me había sido tan insoportable, y contra el cual he luchado obstinadamente, es hoy mi salvaguardia y mi único refugio. sí: he llegado a convencer me, aunque un poco tardíamente, que si me salvé de el peligro, lo debo a la voz de mi conciencia. porque el idioma de la conciencia, es el idioma de . ¡miserable de mí, si avezado como estuve a el crimen, éste hubiera llegado a ser una necesidad de mi vida, una necesidad identificada con mi existencia! sumido luego en este hospital que infunde pavor, perdida la esperanza de salir de él, lanzado y proscrito de la sociedad, esquivado de todo el género humano, y no ciertamente por temor a el contagio que pudiese ocasionar el vicio infame, sino porque mis frágiles miembros se han contraído y cubierto de una inmunda y repugnante lepra; no me habría quedado otro arbitrio que el suicidio, y tras él... la muerte eterna, si felizmente ese joven incomparable, virtuoso y a la vez desgraciado como yo, no hubiese acudido en mi auxilio. ¡oh poderoso ! ¿cómo negar tu bondad y tu misericordia? relegado a el desprecio público, agobiado bajo el peso de tantos crímenes, sin padres, sin parientes ni amigos, sin una sola alma piadosa que se doliese de mí, lejos de mi patria adorada, arrastrado por la fuerza y la violencia a estos lugares funestos, en donde viendo desgarrar se mis miembros a influjo de tan maligna dolencia, tendré que presenciar diariamente el horrible espectáculo de un hospital de lazarinos... ¡qué hubiera sido de mí, si ese no hubiera fortificado mi espíritu, levantando me de el profundo abatimiento en que yacía, y guiando me a el través de un mundo nuevo, que hasta entonces me era desconocido! para él escribo estas tristes memorias; y aunque es virtuoso y rígido en su moral, aunque es joven, ¡ah!, yo confío en su buen corazón. se dolerá de mí, deplorará mis extravíos; pero no me los echará en cara para humillar me, aunque harto lo merezco. voy a presentar me ante él como si fuera mi juez... sí: sólo puede juzgar me: rehúso y detesto el juicio de los demás hombres, porque ellos se han obstinado en no querer comprender me. si yo he sido malo, de ellos y no mía es la culpa.
desde los primeros momentos de mi trato y relaciones con la señora y las dos niñas, comprendí que era aquella casa una nueva escuela que me estaba preparada allá en los decretos misteriosos de el destino. y arrogante fisonomía, maneras desenvueltas, talento y habilidad poco comunes en su sexo; locución dulce, florida y abundante. tal era la madre. las hijas imitaban perfectamente el modelo que tenían a la vista. sin embargo, en el fondo existía una notable diferencia entra la una y la otra. , la mayor, poseía un corazón de fiera; , por el contrario, era dulce y apacible. ambas estaban colocadas en un sendero peligroso de inmoralidad y desorden, que, a el fin, recorrieron en toda su extensión, guiadas por el depravado ejemplo de la madre, mujer sensual y voluptuosa, que se había olvidado de sus deberes más sagrados, para echar se en los brazos de el capitán , mucho más joven que ella, pero con el cual había simpatizado por más de un motivo. era, no hay duda, un hombre de hermosa y seductora figura. sus miradas fascinaban, y sus modales atraían, cuando quería insinuar se en el ánimo de cualquiera. pero era, de ordinario, arrebatado, feroz, sanguinario y dado a la embriaguez. ignoraba se su origen, y su carrera y aventuras sólo eran conocidas de el contramaestre de la . si , tal era el nombre de su manceba, no amaba en él sino el placer, yo puedo asegurar que, en este punto, estaba perfectamente correspondida, porque la aborrecía mortalmente, y su intención, manteniendo estas relaciones, era la de seducir y corromper a las hijas. esa desventurada no podía quejar se, porque la mujer que deja de ser virtuosa, y, loca o malvada, permite ser envuelta en el torbellino de sus pasiones, está expuesta a ser burlada y vilipendiada, sin que a la infeliz le sea lícito reprochar a los otros y echar les en rostro su conducta. ¿con qué títulos lo haría? la sociedad, si se quiere, bien podrá ser injusta en este punto, como lo es en otros muchos. pero ¿a quién es dado invertir el orden establecido? ¿será a los filósofos y declamadores contra los errores de el género humano? ¡esfuerzos vanos e impotentes, que se estrellan contra los hábitos, o las preocupaciones, si así place!
el capitán me equipó muy decentemente para presentar me en aquella casa. cuando entramos en ella, madre e hijas hacían labor en una sala pequeña y bien amueblada. mientras recibía los reiterados ósculos de las niñas, y el saludo lánguido, melancólico y lleno de reconvención de la madre, yo me mantuve en la puerta, esperando mi vez de presentar me. refugio me vio, y lanzando un grito de alegría, en que mostró tanta inocencia como viveza, corrió hacia mí con los brazos abiertos. vacilé un momento... estrechó la, a el fin, no sabré decir hoy si con la misma inocencia y candor de que ella aparecía poseída. mostró enfadar se, el capitán y sonrieron maliciosamente; y y yo quedamos cortados.
— ¡eh! ven acá — dijo me —, ven a ofrecer tu buena voluntad a estas señoras, que tendrán mucho gusto en conocer te.
acerqué me un poco aturdido, haciendo dos o tres cortesías torpes y mal dirigidas. el capitán continuó.
— este es un niño, señora, cuya educación me ha sido confiada. es hijo de un coronel valiente y generoso, quien pasando de servicio a la , en donde hoy se están rompiendo las cabezas en la guerra de independencia, no ha sabido hacer otra cosa mejor, que entregar me a el muchacho, a fin de sacar todo el provecho posible de su habilidad y talento. tráigo me lo, pues, a , y más adelante le enseñaré el pilotaje, conforme a la intención de su padre.
yo estaba un poco desconcertado oyendo lo mentir con tal sangre fría y serenidad; pero no me atreví a interrumpir su relato, y dejé que se explicase de el modo que le pareciese mejor, resuelto siempre a aceptar el papel que quisiese encomendar me. tan lejos de disgustar me semejante ficción, a el contrario, me halagaba extraordinariamente. prosiguió, pues, en su novela.
— mi amigo el coronel, que muy feliz viaje haga en estación tan diabólica, ha depositado en mis manos una buena suma de reales para el efecto, y yo estoy en la firme resolución de no abusar de su confianza en lo más mínimo. ¿me explico? así es que desde hoy mismo le proveeremos de un buen maestro; y espero, mi señora , que usted querrá acoger bajo su protección y amparo a este caballerito, para quien la edad harto madura de usted será un título respetable de seguridad y de confianza.
el rostro de se bañó visiblemente de una palidez mortal: mordió se los labios de rabia, y sus ojos brillaron de un modo que me causó pavor y alarma. pero este arrebato fue momentáneo; a el punto recobró su aplomo, y haciendo me una graciosa inclinación de cabeza, respondió dulcemente a el capitán.
— enhorabuena, : tú mandas aquí, y puedes decir lo que mejor te plazca. este niño, cuya fisonomía es tan viva e insinuante, bien puede permanecer en esta casa, como en la suya propia. yo ofrezco servir le de madre, si es que acepta este título de amor y benevolencia.
bajé los ojos, y di le las gracias como mejor supe. refugio se regocijó infinito; , aunque con fría gravedad, dijo me algunas palabras corteses.
poco después me retiré a una pequeña habitación que me destinaron.
desde aquel momento, cada uno de los personajes de este fatal drama, me destinó a servir a sus miras.
terna celos de : sospechaba que algún nuevo amor lo entretenía y distraía de el antiguo; pero no acertaba a fijar se en el objeto. algunas ideas vagas solían asaltar le, acerca de lo que realmente pasaba; perdía se en un mar de conjeturas, y se extraviaba. trató aprovechar la oportunidad que se le venía a las manos, y concibió la idea de insinuar se conmigo, y constituir me en espía de los pasos de el capitán.
, por su lado, aburrido y fastidiado de la madre, había declarado más de una vez, con buen éxito, sus pretensiones infames a la mayor de las hijas. pensó que yo podría servir de instrumento en esta horrible abominación, si entraba en aquella casa de un modo que alejase toda sospecha de intriga o connivencia.
, que veía en su madre una rival peligrosa, porque conocía la vehemencia de sus pasiones, contó con ganar me a su partido, y obligar me a concurrir a la realización de cualquier proyecto que intentase. tal vez obraba de acuerdo con el capitán.
refugio deseaba, por imitación, tener un amante. me vio... y creyó amar me.
con el transcurso de el tiempo fue desarrollando se progresivamente este plan, que debía conducir a un desenlace tan terrible, el cual aún no ha terminado de el todo. hubo infames escenas de oprobio y envilecimiento; húbolas de muerte y carnicería; las ha, aún, de miseria y corrupción. yo, que por desgracia también representé mi infausto papel, me estoy arrastrando en un hospital de leprosos. ¡bendigo la justicia de , que así me castiga!
el capitán vino luego a mi habitación.
— ¿estás contento? — me preguntó.
— lo estoy con cuanto usted quiera.
— ¡eh! eres muy brusco.
— me parece que respondo a la pregunta, y no hay motivo para amostazar se.
— bien. has visto cómo deseo que se te trate en esta casa. te toca, ahora, corresponder a las miras que me he propuesto, que todas redundarán en beneficio tuyo. acuerda te que has sido un pilludo, y que yo quiero hacer de ti un hombre cabal. tu interés y el mío exigen, no lo olvides, la mayor reserva y precaución. alguna vez te embarcarás conmigo, y haremos juntos un viaje; pero, por ahora, tienes que permanecer en tierra. he mentido en tu obsequio; algo harás por mí, ¿no es esto?
— a usted, y le repito, que estoy enteramente a sus órdenes; que soy suyo con toda mi alma; y que no pretendo hacer otra cosa, sino lo que me mande. el afán de mi vida será complacer le y sujetar me a su voluntad.
— me gusta, y acepto tu resolución.
— aunque quisiera, no podría evitar la, soy un pobre huérfano, abandonado...
— dejemos eso a un lado, que no viene a cuento. yo no sé qué casta de pájaro eres, ni intento averiguar lo. creo que te sobran motivos que te obliguen a aplaudir mi discreción: si los hay, no quiero saber los. por ahora, sólo me interesa revelar te un secreto, para que te sirva de gobierno. es...
y acercando se me a el oído, terminó la frase con una obscenidad indigna de repetir se, y que no dejó de sonrojar me, porque aún no estaba totalmente corrompido, como sucedió andando el tiempo. el capitán, alzando la voz, prosiguió:
— por lo que acabo de decir te, arreglarás tu conducta venidera. es que eres un niño; pero yo creo que has hecho ya un buen curso de picardías y travesuras, para no figurar me que en tu temprana edad estés iniciado en ciertos misterios, y versado en otros más. ¿qué tal? ¿me equivoco?